El peligro más grande que corre Catalunya ahora mismo es que la política internacional vuelva a romper el país en dos mitades españolizadas, como nos pasó en los momentos más delicados del siglo XIX y el siglo XX. Si todavía hoy hablamos tanto de Prat de la Riba o de Antoni Gaudí es porque entendieron mejor que ningún otro catalán de los últimos 200 años que el país necesitaba soluciones propias a sus problemas. A diferencia de Francesc Cambó o de Domènech y Muntaner, por ejemplo, no se dejaron arrastrar por el sectarismo, ni las modas, ni la nostalgia del pasado. 

Buscad artistas y políticos y veréis qué quiero decir. Hay una relación muy fina entre la eficiencia y la originalidad. La popularidad de Jordi Pujol o de Josep Pla nace de la misma capacidad de sintetizar contrarios y de proyectar la historia hacia el futuro, a pesar de que tuvieran que hacerlo en una Catalunya muy empequeñecida por el miedo, bajo el caparazón del franquismo y de la Guerra Fría. La desorientación que se ha apoderado del mundo político catalán viene del hecho que las estructuras que nos resguardaban se han roto, y ahora cualquier cosa es posible, empezando por otro hundimiento.

La respuesta visceral de los ciudadanos asustadizos es señalar a Aliança Catalana, igual que en otros tiempos, cuando mandaba la izquierda americana, era señalar a la CUP. Pero el problema no es Aliança Catalana. El problema es que el mundo político catalán que fracasó con el procés no quiera reconocer hasta qué punto Sílvia Orriols está conectada con la historia. El peligro es que los mismos sectores que han bendecido, por dejadez o cobardía, que el país fuese sometido a una política de repoblación que ya habíamos vivido con Franco y Primo de Rivera, dé lecciones de democracia a la alcaldesa de Ripoll. 

Orriols no es un invento del trumpismo, ni necesita a los americanos para hacer política. Tiene una historia propia, que se remonta a la Unión Catalanista, más de un siglo atrás. El relleno ideológico que exhibe su partido solo es un disfraz del miedo, una estrategia de camuflaje tan fácil de pervertir como la que ha destruido el espíritu libertario de la CUP, que también tenía mucha historia. Así como la izquierda cupaire se ha autodestruido siguiendo los preceptos vacíos de la izquierda americana, también se autodestruirá Aliança Catalana si no es capaz de articular una respuesta genuina a los problemas del país.

La única alternativa al gen ripollés es la abstención, o bien el paternalismo progresista del régimen de Vichy

Orriols lo tiene difícil porque se encuentra encajonada entre las obsesiones americanas de su partido y el desprecio de los fracasados que no supieron defender nada cuando tuvieron la ocasión de hacerlo. Algunos avispados de la vieja CiU se piensan que podrán copiar los discursos de Orriols o convertirla en una especie de David Fernández. Nadie parece querer aceptar que, a diferencia del gen ripollés, el gen convergente ya no tiene capacidad para vertebrar el país. De hecho, para que el país no se haga daño, el espacio que lideraba Artur Mas debería ir disolviéndose poco a poco en dos mitades. Una tendría que ir hacia Aliança Catalana y la otra hacia ERC o el PSC.

El gen convergente perdió el contacto con la historia en el momento que Mas usó el caso Pujol para sacarse la corbata y desviar el procés hacia los discursos de Podemos y los comunes. Puigdemont y Junqueras, que son los bobos que la autonomía promovió para hacer de cabeza de turco de las mentiras del procés, tendrán que aprender a respetar a Orriols, si quieren limpiar su imagen y sobrevivir. Orriols tiene una memoria demasiado catalana para los españoles, y por eso los políticos del sistema la odian o la miran con recelo. Pero a medida que la propaganda falle, se verá que la única alternativa al gen ripollés es la abstención, o bien el paternalismo progresista del régimen de Vichy. 

Dejarse arrastrar por polarizaciones políticas como las que propiciaron la guerra civil puede interesar a las redes clientelistas del mundo autonómico, pero no harán ningún bien al país. La historia ya nos debería haber enseñado que detrás de la virulencia de los debates ideológicos a menudo hay luchas de poder relacionadas con la geografía económica y los orígenes étnicos de las élites. El gen ripollés todavía está verde, y recibirá ataques envenenados de todo tipo para que no pueda desarrollarse, pero la vieja Convergència no volverá a levantar cabeza, bajo ninguna de sus formas.

Catalunya se encuentra en un momento de gran fuerza cultural, pero ya no puede ceder ni un palmo más de terreno. Es una cosa que todo el mundo puede entender, pero que solo los sectores del país liberados por el 1 de octubre pueden expresar fuera del marco psicológico y social de la autonomía. En muchos países de occidente, empezando por Alemania y los Estados Unidos, la globalización ha desencadenado una lucha interna por el poder, disfrazada de debate ideológico. Pero Catalunya no tiene fronteras estatales y la lucha interna es más bien una lucha de reconquista contra el dominio español, que hace siglos que dura. 

En esta lucha, que es la única que nos situará en Europa y nos ayudará a flotar en el mundo que viene, Orriols fue la primera que entendió que es mejor pasar por facha que hacer el juego a los españoles.