El pasado sábado, Barcelona sacudió el polvo al manifestómetro para acoger a centenares de miles de jóvenes airados que reclamaban una rebaja del 50% del alquiler y amenazaron con una huelga del pago de rentas si la cosa no mejora (también había gente más talludita, es cierto, porque a muchos viejos les encanta contemplar la impotencia de su prole). Uno se pregunta dónde estaba toda esta peña mientras gobernaba Colau y el coste de una simple habitación en la capital se elevaba al precio de una hipoteca de las de antes. El hecho no es baladí, pues la mayoría de estos manifestantes habían confiado a los Comuns la lucha contra el capitalismo desaforado en la capital y muchos de ellos han acabado comprobando como, lejos de hacerles la vida más fácil, estos mismos políticos se han largado del Ayuntamiento con el zurrón repleto de pasta. Esta generación no solo se ha quedado huérfana de piso; les falta una ideología.
Después de la engañifa del procés, sin el chivo expiatorio del putaespanya y el sentido que regala luchar contra la represión del estado, a nuestros jóvenes solo les ha quedado un solo depositario donde verter todo su ira; con todos Ustedes: el rentista catalán. Evidentemente, el Sindicat de Llogateres no se refiere a la desdichada abuelita que alquila uno de sus apartamentos a un estudiante de Alaska, para así complementar la magrísima pensión y también asegurarse el aguinaldo de los nietos. El enemigo a batir son los grandes tenedores que se han dedicado a especular con algo tan sagrado como los techos que deberían permitirnos construir un hogar; les felicito por haber descubierto el capitalismo, ese invento curioso que hace subir de valor todo lo que necesitamos y también, ya que estamos, nos hace perder la cabeza por todo lo que no debería interesarnos. Lamento chafarles la guitarra, pero su lucha no acabará con el sistema.
Esta generación no solo se ha quedado huérfana de piso; les falta una ideología
Muchos conciudadanos, para desautorizar a los jóvenes que salieron a las calles el otro día, han corrido a fijarse en que algunas de las portavoces de esta manifa provienen de familias burguesas y han sido educadas en escuelas de cariz monárquico. No saben lo que dicen, ya que (contra aquello que todavía enseñan los profesores comunistas en la universidad) la mayoría de las revoluciones siempre se hacen desde las élites y cuentan inexorablemente con la conversión forzada de su estamento nobiliario. Pero el problema (o la contradicción existencial) de la generación de alquiler no es el hecho de ser mucho más pijos de lo que aparentan, sino de sentirse hijos de unos padres que les inculcaron la filosofía del si quieres, puedes y ahora les han dejado en pelotas, acusándoles de no querer sacrificarse y ser un poco holgazanes. La mayoría de ellos se salvarán, justamente porque los papis acabarán incluyéndolos en el testamento.
Evidentemente, Catalunya no verá una reducción de los precios del alquiler, ni mucho menos una rebaja del 50%. Desgraciadamente, aunque Salvador Illa logre la proeza de vaciar el Everest de cemento para edificar cincuenta mil pisos, nuestras ciudades son muy atractivas para la clase media del mundo y solo podremos arraigar en nuestras ciudades (y muy pronto en las villas del país) si logramos subir los sueldos y hacer más pasta. El resto, y ya me sabe mal, es poesía barata. La gran desgracia de nuestra política no es que nuestros responsables no hayan logrado moderar el precio del alquiler, sino que no haya un solo partido que hable de incentivos económicos y de la necesaria revolución en la enseñanza que, quizás dentro de unos lustros, pueda resucitar a la clase media. El problema de los jóvenes no es que hayan vivido peor que sus padres, sino que no han logrado traducir su esfuerzo en pasta.
La generación de alquiler lo tiene difícil; cojea de ideología, tiene pocas opciones de exprimir el martirologio, y ha escogido a un enemigo anónimo con poco glamur. Como salvación, solo tiene dos esperanzas; dedicarse a la política para seguir viviendo de la miseria ajena o rezar para que el impuesto de sucesiones le sea benévolo. Nosotros solo podemos ayudarlos generando una cultura donde el trabajo vuelva a prestigiarse y, dado el caso, pagándolos como Dios manda. El resto, insisto, son cantos de sirena.