Es una obviedad que la movilización del independentismo en la última Diada Nacional de Catalunya ha sido la más baja que se recuerda desde que las manifestaciones empezaron a ser multitudinarias a partir de 2010 con motivo de la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut. Es un hecho que las 73.500 personas que, según las guardias urbanas respectivas, salieron a la calle en Barcelona (60.000), Girona (6.500), Lleida (3.000), Tarragona (2.800) y Tortosa (1.200), es una cifra que queda muy por debajo de las protestas millonarias que de manera ininterrumpida hubo sobre todo entre 2012 y 2017 e incluso hasta que la pandemia de la covid restringió la actividad y los desplazamientos de la gente el 2020. Ni que hubieran sido 100.000 los que se manifestaron el pasado miércoles en toda Catalunya, la cantidad habría sido igualmente muy pobre.
Pero no cuesta nada reconocer que la realidad es esta. Básicamente, porque en este caso la baja movilización no significa que el movimiento independentista esté acabado, como les gustaría a algunos, en especial en España, pero también en Catalunya. Está bajo mínimos, es verdad, pero sigue estando. La gente no ha dejado de ser independentista de la noche a la mañana. Lo que pasa es que está muy quemada tras el engaño colectivo de 2017, en el que los dirigentes que se habían puesto al frente del movimiento con el compromiso de conducirlo a buen puerto lo dejaron, literalmente, tirado. Y como estos dirigentes no hay manera de que se quiten de en medio, porque, a pesar del fracaso, siguen queriendo cortar el bacalao como si nada hubiera ocurrido, el grueso del electorado independentista prefiere quedarse en casa, que quiere decir no salir a la calle, en el caso de celebraciones como la de la Diada Nacional de Catalunya, y no ir a votar, abstenerse, en el caso de las sucesivas convocatorias electorales que se vayan produciendo.
Gracias a la presión de los independentistas que se quedan en casa, sea en la Diada Nacional de Catalunya sea cuando hay elecciones, se está consiguiendo que una necesidad de cambio se empiece a hacer patente
Es así como protestan, como tratan de deslegitimar a quienes usan el independentismo con fines completamente espurios, solo para ir bien ellos. El problema principal del movimiento independentista en estos momentos es que no tiene ni líderes ni partidos políticos que lo encabecen y lo representen. Quienes había el 2017 están más que quemados y el hecho de que ellos y sus camarillas no se quieran retirar de una vez por todas es un tapón que impide que salgan nuevos. Y mientras esto no suceda no hay nada que hacer, el movimiento independentista permanecerá cautivo de esos dirigentes políticos que lo han tenido todo a favor y que lo han malbaratado todo, incluida la mayoría absoluta, no solo en escaños, sino también en votos, que por primera vez, y única, hubo en el Parlament el 2021. No sirvió de nada. Al contrario, las fuerzas políticas que continuaban usando la etiqueta de independentistas, ERC, JxCat y la CUP —fraudulentamente, porque en realidad ya hacía tiempo que habían dejado de serlo, si es que nunca lo habían sido de verdad o solo lo habían hecho ver para no quedar fuera de juego de entrada—, todavía se pelearon y dividieron más.
Y la consecuencia es que este 2024, por primera vez desde 1980, han perdido incluso la mayoría absoluta en escaños en el Parlament y han visto como se les escapaba la presidencia de la Generalitat, que se la ha llevado un PSC que será tan españolista como se quiera, pero que está donde está gracias a la incompetencia y la ineptitud de ellos mismos. No es extraño, con este panorama, que el votante independentista esté harto de todos ellos y no esté para salir a la calle a hacer un numerito que, con el sonsonete de ni un papel por el suelo, se ha demostrado que no sirve para nada. Porque el rol de las entidades soberanistas, no únicamente el de los partidos, también ha sido lastimoso, aunque esta Diada Nacional de Catalunya hayan sido capaces de hacer una convocatoria unitaria, que tampoco debería costar tanto, si realmente todo el mundo está por la labor. La anomalía se ha producido cuando estas entidades, en lugar de jugar la carta de la gente, han jugado la carta de los partidos, y algunas, de hecho, todavía lo están haciendo descaradamente.
Que nadie se rasgue las vestiduras, ni aquí ni allá, porque haya sido la vez que menos gente se ha manifestado, y que nadie tampoco se ponga a saltar y bailar, ni allá ni aquí, por el mismo motivo, pensando unos y otros, en sentido y con intenciones completamente opuestas, que eso del independentismo catalán ha pasado a mejor vida. Erran en el análisis quienes lo crean así. El movimiento independentista está, pero reclama a gritos partidos y líderes nuevos, que por ahora no están ni se sabe si estarán ni cuándo. Pero que nadie se equivoque, ni allá ni aquí, que cuando estén, se volverá a dejar ver y sentir, volverá a salir a la calle y a llenar las urnas y a hacer lo que haga falta, se volverá a hacer escuchar con toda su fuerza y con la plenitud de las voces millonarias que, de momento, velan armas en espera de oportunidades mejores. Y cuando esto pase, esta vez lo hará, aunque sea a costa de tirar unos cuantos papeles al suelo.
Se ve que todo ello, sin embargo, no es aplicable a JxCat, que de los engaños del 10 y el 27 de octubre del 2017 y del reguero de promesas incumplidas desde entonces su líder, Carles Puigdemont, no sabe nada y, por tanto, no tiene por qué retirarse. Si acaso, eso, para variar, afecta solamente a los dirigentes de ERC, Jordi Turull dixit. De la experiencia se aprende, de los buenos momentos, pero también de los malos. Y con una cierta perspectiva del tiempo, ya se puede decir que, es gracias a la presión de los independentistas que se quedan en casa, sea en la Diada Nacional de Catalunya sea cuando hay elecciones, que se está consiguiendo que una necesidad de cambio se empiece a hacer patente. Muy lentamente, pero inexorablemente. Primero eran pocos los que decían que tenían que dejarlo, ahora son mayoría.