El otro día oí al profesor Manuel Delgado explicando que, hacia 1975, la policía le llamaba “puto catalán” mientras le rompía la cara en comisaría. Ahora que lo pienso, sería la misma comisaría donde trabajaba el padre de Inés Arrimadas, la hija del policía. Fue un momento pentecostal porque Delgado comprendió que, aunque él no se consideraba como tal, le pegaban sobre todo porque era catalán, su delito más sustantivo, según el criterio de los grises. Que fuera un agitador, que fuera comunista, que fuera un joven bárbaro no era tan grave como haber nacido aquí, un hecho absolutamente fortuito que ni a él ni a nosotros nos hace ni mejores ni peores. Pero eso sí, a veces, nos hace ir calentitos en la cama. Si es que hay cama donde caerse muerto, que a veces ni eso. El caso es que el doctor Delgado, uno de mis antropólogos favoritos, pudo constatar un fenómeno social de primera magnitud y del que nadie se escapa. Aunque no lo quieras, los demás te clasifican. Entras, sí o sí, en una colección de grupos o de clubes donde nunca has pedido que te admitan, donde nunca has hecho ninguna solicitud de afiliación. Dicho de otro modo. Que no le das valor al hecho de ser blanco hasta que te das cuenta del calvario que deben soportar muchos negros sólo por ser negros. Que no le das valor al hecho de ser hombre hasta que ves que hay mujeres a las que matan por ser mujeres, como macabro trofeo sexual. Un día de lo más bien aprovechado es el día en el que te das cuenta, que molestas, que sobras, que ofendes, que irritas a otros seres humanos sólo por el hecho de existir, de ser como eres. Antes de abrir la boca o de hacer nada.

Es el día que también entiendes que debes protegerte de los tuyos, de otros seres humanos. Porque el cabrón que te quiere destruir no es un fantasma con cadenas ni viene del planeta Marte, es exactamente como tú o como yo. Que haya mandos policiales que lleven el nombre en clave de Marte cuando apalean al contribuyente no tiene nada que ver. O, bien mirado, sí tiene que tiene que ver. Porque Marte es el dios de la guerra, es el dios de alguien que va a una guerra. Tiene mucho que ver. Mira que te ha costado verlo, tú que pensabas que no podía ser, que era demasiado fuerte. Pues parece que sí, que estamos en una guerra, y que te señalan con el dedo sólo por ser catalán. Que, aunque no te parezca muy racional, un día alguien te denominará “el catalán”, precisamente en Catalunya, como si fueras una rareza. Vas conociendo a gente y la hay que considera inadmisible la existencia de la lengua catalana como lengua viva, o la que ya le parece bien que cada día se muera un poco. Vas atando cabos y te das cuenta que lo que tú has votado en las elecciones no vale para nada sólo porque eres catalán, y lo que tú votes no vale si no es para alimentar al españolismo. Que esto de la democracia es una estafa.

Cuando ves todo esto, la verdad es que te molesta un pelín que Pablo Iglesias, el mismo Iglesias que presume de entender el conflicto catalán, proclame alabanzas sobre la fonética catalana de la actual princesa de Asturias como si él tuviera alguna remota idea sobre filología catalana. O como si su comentario no fuera una frivolidad digna del nuevo rico que acaba de descubrir la existencia de Vanity Fair. Sí, es la frivolidad de un pobre hombre, muy pícaro pero escasamente ilustrado, que acaba de descubrir que la hija del policía, doña Inés Arrimadas, oh sorpresa, va y se le arrima en una recepción constitucional. Y se siente importante, el cretino. Y que el vosista de Vos, Iván Espinosa de los Monteros, un clasista que, en condiciones normales, nunca ni le habría mirado a la cara, ahora, en cambio, intercambie chascarrillos con él le parece un estado cercano a la felicidad. Cada uno tiene las buenas compañías que quiere. Cuando Josep Carner, exiliado en Bélgica, supo que podría volver a la Catalunya que tanto extrañaba, que podría volver sin problemas si se mordía la lengua, que podría vivir en Barcelona si hacía como tantos y tantos viejos catalanistas, como tantos buenos republicanos que habían pasado de bando, respondió, grave: “Aunque contra Franco sólo queden una puta y un ladrón, yo seguiré estando en contra de Franco”.