Salvador Illa ha hecho su primera entrevista como presidente de la Generalitat (ha escogido La Vanguardia, cosa sorprendente…) para decirnos que una Catalunya líder en el plano económico puede ayudar muchísimo en España. A su vez, el 133.º ha ratificado que es un hombre de consenso, filosóficamente imperturbable, y con el cual es casi imposible enfadarse. Preguntado por qué es exactamente eso de la financiación singular, un concepto que nadie acaba de aclarar, el Molt Honorable pare una respuesta básica de alto funcionario: tengan la bondad de leerse el acuerdo con Esquerra y Comuns… y verán que la letra es más clara que las aguas del Caribe. El presidente tiene bastante razón, pero (como sabrá, él que comparte mi oficio de pensador) el texto acordado describe, cuando menos formalmente, un concierto económico, algo que la capataza de hacienda del Gobierno ya se ha apresurado a desmentir. Los catalanes hacemos bien la letra: la lástima es que nos la acostumbran a enmendar.

Sea como sea, la entrevista en cuestión vale la pena para dejar patente que Illa ha ideado una forma curiosa de gobernar que se basa en convencer a los desengañados. En este grupo amplísimo caben los decepcionados con la política en general, los catalanistas intrépidos que han acabado renegando de las mentiras procesistas, y quién sabe si, incluso, los patriotas de corazón nacidos en el PSC, que solo pueden entonar la palabra "federalismo" mientras se les escapa la risa. Ya sea en su discurso inaugural, como en los escasos actos públicos que ha protagonizado, también en esta entrevista, el presidente ha optado una postura de estreñimiento perpetuo, como si el cargo por el cual lo han hecho luchar con tanta paciencia se le hiciera extrañamente incómodo. A Salvador Illa, en definitiva, no le pesa gobernar con un capital de votos inauditamente escaso; contrariamente, debe corporeizar cierta falta de entusiasmo, pues tiene la intuición de que la nación prefiere el tedio a las ilusiones frustradas.

El centro de la política catalana es el desengaño y todo el mundo lucha por patrimonializarlo

Gobernar para los desengañados implica, en definitiva, continuar en el paradigma de Montilla y de Aragonès. Paralelamente, mediante su querido quietismo, Illa pretende desarticular la actitud cabriolística de Carles Puigdemont, a quien ya solo le queda especular por enésima vez con un nuevo retorno al territorio con el fin de jugar al escondite con los Mossos d'Esquadra. En este sentido, el actual president puede respirar bastante tranquilo, porque mientras Puigdemont base su estrategia solo en jugar a la ruleta rusa, su efigie de hombre tranquilo ganará más peso. Si mucho me apuras, Illa solo tiene que aguantar el suficiente tiempo en el Palau para que las altas instancias de Convergència acaben liquidando la escasa aura política que le queda a Puigdemont. A su vez, si Oriol Junqueras vuelve a obtener la presidencia de Esquerra, el presidente 133.º podrá negociar su futuro político con el mejor aliado de Pedro Sánchez en Catalunya. De momento, la pacificación del corral funciona.

Mientras el independentismo que se ha abstenido de los últimos comicios no organice una alternativa viable al procesismo, Illa ganará tiempo para intentar la misión imposible de ir federalizando España con la ayuda de su boss del PSOE. Esta es, insisto, una tarea muy poco estimulante que puede sumir el socialismo en una batalla interna complicada, pero —con singularidad económica o sin ella— que permitirá al president tener a la parroquia encendida y al resto de los conciudadanos a la espera. Cuando haya pasado el tiempo suficiente, se volverá a ver como España, no solo tiene escasas ganas de cambiar, sino que, así ha ocurrido siempre, cualquier propuesta catalana es vista como presuntamente hostil. Pero la política catalana vive del ir tirando y, al fin y al cabo, un desengaño menor, como la enésima tomadura de pelo del PSOE, siempre resultará menos traumático que un referéndum no aplicado o que un retorno presidencialista tan breve como un padrenuestro.

El centro de la política catalana es el desengaño y todo el mundo lucha por patrimonializarlo. Se sacará bien poca cosa, solo faltaría. Pero la primera norma del poder consiste en mantenerse en el poder. Aunque eso aburra incluso a las piedras socialistas.