Salvador Illa ha montado un Govern perfecto para explicar la agonía del sistema autonómico español en Catalunya, con el núcleo duro esperable de su PSC y el colaboracionismo de Esquerra y de antiguos ideólogos de CiU. La primera conclusión que hay que sacar del nuevo ejecutivo es que el presidente 133 sabe muy bien que para españolizar el país necesita de la ayuda de sus antiguos rivales dentro del catalanismo vetusto. Dicho de otro modo, fichando a gente como Espadaler o Sàmper, Illa se afanaría para que la vieja Convergència vuelva a prosperar y el fantasma de Carles Puigdemont o su próximo sucesor tenga un recorrido tan breve como su discurso en el Arc de Triomf de Barcelona. Para sobrevivir, el régimen del 78 necesita de un catalanismo felizmente instalado en las prebendas que otorga la Generalitat y que el independentismo se convierta en un núcleo airado de gente muy indignada, de esa que hace trescientos tuits al día, pero que no pasa de aquí. He aquí la agenda de la pacificación.
En un primer término, el president ha logrado erigirse en la figura de hombre tranquilo que vive alejado del ruido del mundo, en contraste con el histrionismo de la convergentada (una indignación todavía más risible si uno considera que los cachorros de Pujol solo están enfadados porque los últimos de la clase les han birlado la cartera). Illa también tiene la seguridad de que, por mucho que Puigdemont insista en su performance, los aparatos ideológicos del Estado lo acabarán amnistiando, no porque se mueran de ganas de hacerlo, sino porque resulta la mejor forma de anularlo. Si el presidente 130 ha violentado su situación, en eso estoy de acuerdo con lo que decía Enric Vila en este mismo diario, no es debido a un espíritu temerario, sino porque todavía quiere imponerse a las tentaciones autonomistas de su propio partido y dejar de manifiesto que todavía lleva el timón. Lo que no comparto es su futuro, pues el indulto general le llegará tarde o temprano y eso acabará con el glamur del martirologio.
Illa sabe que para españolizar el país necesita de la ayuda de sus antiguos rivales dentro del catalanismo vetusto
De hecho, la astracanada de Puigdemont en el Arc de Triomf (y la futura represión judicial que pueden sufrir los Mossos que participaron en ella) refuerza el relato de Sánchez y de Illa, según el cual la amnistía se está aplicando de forma lenta únicamente por la obsesión enfermiza de cuatro jueces algo fachas con el antiguo president. Creo que no hay que infravalorar el paternalismo y resulta muy indicativo que —en su discurso de toma de entronización— el actual inquilino de Palau agradeciera la tarea de sus predecesores, incluyendo al hombre que acababa de huir entre la multitud, ataviado con un sombrero de paja. El Govern de la socioesquerrovergencia es una respuesta al puigdemontismo, es cierto, pero habrá que ver si tiene recorrido más allá de su moral contrastante. También habrá que guipar la conducta de Esquerra cuando salga del interinaje y Junqueras tenga que escoger entre acabar de matar a Puigdemont o asociarse con el Molt Honorable en una nueva sintonía de antiguos piratas.
Por mucho que se alimente de la nostalgia autonomista, el Govern de la socioesquerrovergencia cuenta solo con la fuerza parlamentaria de cuarenta y dos escaños y un cojín de votos todavía inferior al abstencionismo independentista (por mucho que protesten nuestros mandarines, el movimiento político más esperanzador que hay a día de hoy en Catalunya). Pere Aragonès ya intentó liderar una administración con poco temple, más bien tecnocrática, y el president 132 ha acabado viendo que la población necesita algo más que un liderazgo de funcionarios con apariencia de eficientes. Illa quizás estará cuatro años la mar de tranquilo en la plaza de Sant Jaume, pero después del 1-O, Catalunya ya no funcionará nunca aplicando la pax autonómica. A la socioesquerrovergencia no se la comerá el fantasma de Puigdemont; quien podría hacerla temblar son los restos de un procés que muchos querrían liquidado, pero que permanece en el espíritu de los individuos.
De momento, todo parece muy tedioso. Pero no os preocupéis, que —eso lo saben los gatos viejos— la historia no se borra a decretazos, ni mucho menos con el carpetazo de una amnistía.