Se han celebrado unas elecciones en Catalunya y, pese a que el resultado vuelva a marcar algo que muchos no quieren ver desde Madrid, como es la consolidación de una mayoría independentista, lo cierto y verdad es que nada de lo que está pasando puede encajarse en lo que se denominaría normalidad democrática; ni antes, ni durante ni después de esas elecciones, que más de alguno quisiera olvidar.
Si bien inicialmente la fecha de las elecciones fue adoptada por los políticos, no es menos cierto que se celebraron el 14 de febrero por imposición judicial y con un riesgo para la salud de todos aquellos que participaron en el proceso electoral. Primera anormalidad.
Por ahora, desconocemos si existirá una suerte de cuarta ola de la Covid atribuible a la cita electoral, pero sí podemos decir que la elevadísima abstención es achacable, principalmente, a la decisión judicial de no postergarlas esperando a una mejor situación sanitaria.
Durante la campaña electoral hemos visto de todo menos normalidad. Por una parte, una serie de razonables restricciones sanitarias han impedido percibir la celebración de grandes mítines con lo que ello ha implicado a nivel de participación política. Segunda anormalidad.
También a lo largo de la campaña, pero ya no por la Covid sino por la represión implantada a partir del referéndum del 1 de octubre de 2017, hemos visto a políticos haciendo campaña a tiempo parcial, aquel que les permite un régimen penitenciario que veremos cuánto tiempo se prolonga antes de que el Tribunal Supremo lo vuelva a modificar. Tercera anormalidad.
Otro tanto hemos visto con tres candidatos que han tenido que hacer campaña desde el exilio, hecho que para muchos no ha pasado desapercibido, pero que para otros no parecía tener relevancia, cuando la tiene y toda. Cuarta anormalidad.
Vemos como se recorta la libertad de expresión hasta límites incompatibles con lo que ha de ser un sistema democrático moderno, propio de un estado europeo
Sin entrar a pronunciarme sobre los resultados electorales, porque no me corresponde ni me gusta meterme en política, sí llama la atención un hecho no menor, como es la composición que tendrá el Parlament de Catalunya en esta legislatura que está arrancando.
De sus 135 diputados, salvo error u omisión, un 5 por cien se encuentra imputado en causas directamente relacionadas con la represión desatada a partir del 1-O. Es decir, estamos hablando de que, como poco, 7 de los miembros del Parlament desplegarán su actividad política bajo el peso de la espada de una justicia que cada día se encuentra más alejada de los ciudadanos, de los que emana su legitimidad. Quinta anormalidad.
En paralelo al proceso electoral catalán, pero que es reflejo de lo que desde hace años se viene denunciando desde el exilio catalán, vemos como se recorta la libertad de expresión hasta límites incompatibles con lo que ha de ser un sistema democrático moderno, propio de un estado europeo.
No se habían terminado de contar los votos cuando Pablo Hasél fue detenido por orden de la Audiencia Nacional para cumplir una condena por hacer uso de su derecho a la libertad de expresión. Situación que no difiere de la que vive, como exiliado, Valtònyc por haber hecho uso del mismo derecho que, por cierto, es el primero en violarse por parte de regímenes autoritarios. Sexta anormalidad.
Mientras una y otra cosa sucedían, en Linares, dos policías apalizaban a un hombre y a su hija y la lógica y natural ira ciudadana expresada legítimamente desataba una represión policial cuyas imágenes han terminado dando la vuelta al mundo, sin que, hasta ahora, se haya escuchado al ministro del Interior dar explicación alguna. Séptima anormalidad.
En plena jornada de reflexión, y continuando en la electoral, estuvimos preparando complejas alegaciones para presentar a la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo en defensa de la inmunidad de tres eurodiputados en el exilio y que, sin respetarse su inmunidad, son reclamados para ser encarcelados por unos hechos que más allá de los Pirineos se ha demostrado que no son delictivos. Octava anormalidad.
Anormal es algo que no es normal, pero también algo que no es habitual y la anormalidad democrática hace tiempo que pasó de ser una anormalidad para convertirse en el pan de cada día
Como si nada de eso fuese bastante, vemos cómo algunos magistrados de altas instancias jurisdiccionales no solo se explayan políticamente en sus resoluciones —dinámica a la que algunos ya nos tienen acostumbrados—, sino que ya abiertamente lo hacen en radio y televisión, dirigiendo no solo críticas a otros poderes del Estado, que lo tienen vetado, sino que, además, se permiten decir quién puede o no estar en un gobierno para que ellos lo consideren democrático. Novena anormalidad.
Pero no todo sucede en el plano institucional, pues el nazismo se está adueñando de los espacios y de la calle y ya sin reparo están manifestándose y reproduciendo discursos absolutamente incompatibles con un estado democrático y de derecho que es como algunos ilusos siguen presentado a España.
El problema no solo es lo que están perpetrando sino la impunidad con que lo hacen, la difusión que se les da y el peligroso buenismo progre que lo tolera, como si ese tipo de actos y dichos estuvieran amparados por derechos tan sagrados como el de la libertad de reunión, manifestación y expresión. Décima anormalidad.
La lista de anormalidades es tan larga, tan persistente, tan de amplio espectro que cuesta mucho seguir llamándolas anormalidades porque eso puede llevar al engaño de pensar que se trata de episodios aislados cuando ya hace tiempo que dejaron de serlo.
Entre los muchos problemas que tiene España, el más peligroso, el de más largo aliento y el que peor pronóstico tiene es el de la involución a postulados que algunos se han empeñado en hacernos creer que fueron enterrados con el cuerpo del Caudillo. Franco murió en el 75, pero el franquismo goza de buena salud y de grandes complicidades.
Anormal es algo que no es normal, pero también algo que no es habitual y la anormalidad democrática hace tiempo que pasó de ser una anormalidad para convertirse en el pan de cada día con las consecuencias que eso tiene, pero sobre todo tendrá, para las libertades de todos nosotros. Que ni nos engañen ni nos autoengañemos: hace ya tiempo que hemos pasado de lo que sería una anormalidad democrática a lo que es una normalidad neofranquista incompatible con la idea de ser y sentirnos europeos.