No son pocas las ocasiones en que me he pronunciado sobre lo que se denomina “el relato” y el uso que al mismo se le ha estado dando de cara a la criminalización, estigmatización y destrucción del independentismo catalán; seguramente, el caso que mejor refleja todo esto es el de la supuesta “trama rusa” del procés, que no es más que una invención calenturienta de personas que distan mucho de estar apegadas a la realidad. La construcción, que ha tomado cuerpo en diversas, delirantes e indeterminadas piezas separadas de una causa general que instruye el Juez Aguirre, se basa en la supuesta existencia de una injerencia rusa en la política catalana como vía para desestabilizar a España y a la Unión Europea. Tan psicodélica como disparatada construcción ha encontrado su correspondiente eco en algunos plumillas adscritos a las cloacas del Estado que gustosos salen a reproducir ficciones, sin siquiera valorar si las mismas tienen el más mínimo atisbo de realidad. Pero como no hay dos sin tres, tampoco falta el lenguaraz investigado que en su deseo de salvar aquellos muebles que pueda —sea su mujer o sus bienes— se presta a seguir sosteniendo cuanta tontería haga falta, sin darse cuenta de que él también ha sido víctima de unos estafadores, que no emisarios de ningún gobierno extranjero ni mucho menos del Kremlin.
Se trata, básicamente, de un cóctel explosivo que está sirviendo para que se gasten muchos miles, si no cientos de miles, de euros de dinero público en algo que no ha existido pero que, incluso de haber existido, no sería constitutivo de delito alguno. Desmontar estas historias nunca es tarea fácil, menos aún cuando hay sospechosos plumillas dispuestos a avalar cualquier cosa, con tal de seguir en el centro informativo en lugar de dedicar el tiempo a algo más útil y ético que escribir disparatadas crónicas en las cuales la verdad y la realidad no tienen cabida… a no ser que el objetivo —y el precio—, sean otros, a cambio, especialmente, de señalar a sus enemigos poniéndonos a la intemperie frente a todo tipo de injurias, calumnias y discriminaciones. El periodismo no puede ser sinónimo de señalamiento.
Para los que aún no se hayan enterado, no existe la denominada “trama rusa” —al menos no aquella de la que nos están hablando—, de hecho, así lo determinó hace ya mucho tiempo el Juzgado Central 6 de la Audiencia Nacional, que archivó las diligencias al comprobar la inexistencia de, siquiera, indicios racionales de criminalidad. Ganas de que algo hubiese, a ese Juzgado, no le faltaban, pero no encontró nada, ningún indicio racional de criminalidad... y el calificativo de racional no es menor en este caso. Pero, como lo importante es que la verdad no estropee ningún procedimiento ni ninguna exclusiva, “sostenella y no enmendalla” es lo que termina haciendo que años después, y tras dilapidar muchos miles de euros de todos nosotros, se siga hablando de algo que no existe.
Los rusos, que ni estaban ni se les esperaba, deben estar retorciéndose de la risa al ver cuán persistentes son un juez y algunos plumillas que siguen manteniendo una ideación cuya finalidad conocemos, pero cuyo costo está por determinar y que, entre otras cosas, sirve para acrecentar una imagen de los rusos que dista de corresponderse con la realidad.
No, los rusos no iban a apoyar la independencia de Catalunya; de hecho, una dinámica independentista como la catalana va en directa oposición a su política tanto interna como externa, tal cual estamos viendo, ahora más que nunca, con la guerra en Ucrania.
No, Putin no envió a ningún emisario a hablar con el president Puigdemont, sino que un grupo de estafadores, guiados por un incauto, se acercaron al president, en tiempos muy convulsos, para tratar de sacar rédito de un momento histórico en el que había que escuchar a todo el que tuviese algo que decir y, luego y con los datos en la mano, descartar aquello que no tuviese visos de realidad o que fuese contrario a los principios que guiaban y guían al independentismo catalán. Así se hizo y de ahí no pasó.
No, ni Putin ni ningún emisario suyo —porque ninguno hubo— ofrecieron una ayuda militar consistente en el envío de 10 mil soldados rusos para reforzar la independencia de Catalunya; de hecho, cualquiera con dos dedos de frente sabe que los artículos 5 y 6 del Tratado del Atlántico Norte establecen claramente las consecuencias de una situación como aquella que solo creen el Juez Aguirre y algún delirante “plumilla”, porque estaríamos ante la tercera guerra mundial.
No, el Dr. Alay no es espía ni agente ruso, sino, simplemente, un académico con múltiples motivaciones intelectuales que ha dado conferencias en Rusia y que habla ruso, tal cual habla otra serie larga de diversos idiomas, incluido, por ejemplo, el tibetano. Solo al Juez Aguirre y a una corte de plumillas sinvergüenzas se les pasa por la mente que haya podido estar planeando o colaborando en la puesta en marcha de una injerencia rusa en Catalunya.
No, en el teléfono del Dr. Alay no se encontró ningún documento de la inteligencia rusa, simplemente se encontró la primera página de un libro que ha traducido y que, coincidentemente, era un documento del KGB soviético, extinto desde 1991. Solo al Juez Aguirre y a unos delirantes y psicodélicos plumillas, de esos a los que cualquier interrogatorio les parece poco, se les ha podido pasar por la mente que eso probaba nada… bueno, sí que prueba algo: que esta gente no tiene límites a la hora de criminalizar al independentismo.
Sería interesante comenzar a averiguar otras cosas que sí son constitutivas de delito, como son el despilfarro y mal uso de recursos públicos que esta disparatada y delirante investigación ha generado, las inapropiadas —por no decir delictivas— relaciones que permiten la filtración sistemática a determinados plumillas, de datos y documentos procedentes de causas judiciales secretas o determinar a qué intereses responden algunos plumillas, quiénes les financian sus estrafalarias investigaciones y qué fines persiguen con la divulgación de tan absurdas como dañinas teorías conspirativas
Así, podría seguir escribiendo páginas y páginas, contando todos y cada uno de los dislates sobre los cuales se ha construido el relato de la existencia de una “trama rusa” del procés, pero aquí y ahora la cosa va por otros derroteros que, sin duda, sí nos acercan más a lo que debe ser una investigación penal.
Me explicaré, porque como he dicho en múltiples ocasiones, en mi país esto se resuelve de otra forma: dando cuatro buenas palizas judiciales que hagan bueno el dicho inglés de “put your money where your mouth is” (pon tu dinero donde pones tu boca).
Algunos ya nos hemos cansado del trato que se nos da y, sobre todo, de las consecuencias que eso está teniendo en nuestra reputación, pero, sobre todo, en la tranquilidad de nuestras familias, hijos incluidos. Estamos hartos de los señalamientos periodísticos, de las campañas de desprestigio, de los insultos, de las injurias y de tanto despilfarro de tinta dirigido exclusivamente a destruirnos.
En cualquier caso, una vez que es evidente que: a) no existe tal “trama rusa”, y b) que, de haber existido —que no existió— algún tipo de relación con Rusia, tampoco implicaría ningún tipo de delito. Igual sería interesante comenzar a averiguar otras cosas que sí son constitutivas de delito, como son el despilfarro y mal uso de recursos públicos que esta disparatada y delirante investigación ha generado, las inapropiadas —por no decir delictivas— relaciones que permiten la filtración sistemática a determinados plumillas, de datos y documentos procedentes de causas judiciales secretas o, por qué no, determinar a qué intereses responden algunos plumillas, quiénes les financian sus estrafalarias investigaciones y qué fines persiguen con la divulgación de tan absurdas como dañinas teorías conspirativas más allá del constante libelo que este tipo de “informaciones” implican.
Dicho más claramente, ya es hora de comenzar a poner las cosas en su sitio y de investigar en qué consiste la auténtica “trama rusa”, la única que ha existido y que no es otra que aquella gestada para tratar de criminalizar al independentismo a costa de hechos inexistentes.
La verdadera “trama rusa”, la que realmente hay que investigar, no es otra que la delirante historia de una investigación prospectiva que nos está costando una fortuna a todos los ciudadanos, que está dañando gratuitamente muchas reputaciones y que solo está sirviendo para que se derramen ríos de tinta por parte de quienes, cuando se termine de investigar, se demostrará que representan oscuros e inconfesables intereses, por mucho que algunos corporativistas e ingenuos compañeros suyos traten de protegerles.
Y dentro de una investigación de estas características, me gustaría saber cuál sería la reacción de esos mismos ventiladores de la intimidad ajena si viesen sus propias conversaciones, chats y mensajes de texto publicados a bombo y platillo; la gran diferencia entre nuestras comunicaciones y las suyas es que en las nuestras no se ha encontrado nada delictivo y en las suyas igual sí se podrían hallar datos de inadecuadas relaciones que mucho explicarían sobre cómo, cuándo, por quiénes y por cuánto se ha montado la auténtica “trama rusa”.
En definitiva, la “trama rusa”, la única que existe, es muy distinta a aquella de la que se nos viene hablando y estoy seguro de que cuando se termine de investigar, se caerán muchas caretas y se repartirán muchas culpas —unas penales y otras civiles—, también entre aquellos que se dedican a jalear y/o encubrir a quienes están construyendo, con cargo a fondos públicos, una historia que no solo no existe ni existió, sino que, además, es imposible por irracional, carente de fundamento y claramente atentatoria a cualquier tipo de análisis lógico o racional, pero que ha servido y sirve para hacernos tanto daño a tantos, familias incluidas.