Cuanto más complejos son los escenarios, más fácil es terminar perdiéndose en lo superfluo, olvidando lo esencial. En el procés sucede lo mismo y veo gente tremendamente confundida sobre qué es lo realmente importante y qué no, pero al final del laberinto sólo se sale teniendo claro cuál es el objetivo.
No son pocos los errores que ha cometido el Estado, pero hay tres aciertos que bien merecen ser destacados: generar una maraña de procedimientos penales, contenciosos o económicos en los que tener a la gente ocupada, a través de esas causas generar miedo y, finalmente, mostrar una serie de zanahorias para generar división entre quienes están llamados a representar al conjunto de los ciudadanos de Catalunya.
Todo lo que está sucediendo era previsible y no somos pocos los que venimos anunciándolo desde hace mucho tiempo: el “todo es el procés” es una estrategia que persigue debilitar al movimiento político, teniendo a muchos políticos y ciudadanos ocupados en sus propias defensas, pero, sobre todo, sirve para infundir miedo tanto entre los políticos como entre los ciudadanos. Nadie quiere verse en el banquillo por muy débil que sea la acusación.
El “todo es el procés” es una estrategia que persigue debilitar al movimiento político teniendo a muchos políticos y ciudadanos ocupados en sus propias defensas
Esto no es nuevo y se usa, también, para desacreditar y criminalizar a los principales actores políticos, generar una imagen criminal de ellos e imputarles cualquier tipo de conductas con tal de generar la imagen delincuencial de los afectados. No importa si los hechos son o no verdad, eso es secundario, sino que los mismos se mantengan vivos para tener a los afectados condicionados en su desempeño político, profesional y vital y, todo ello, debidamente jaleado por una serie de medios a los que contrastar la información les parece algo de otra época.
De la rebelión-sedición, desobediencia y malversación iremos pasando a figuras jurídicas más sucias para, de esa forma, sentar las bases de algo que interesa y mucho: el independentismo y quienes les apoyan son todos unos delincuentes capaces de cualquier tipo de conducta con tal de conseguir sus propósitos. Tiempo al tiempo y veremos que se avanza en delitos inimaginables, auténticamente delirantes, con tal de debilitarnos a todos.
En caso de que la estrategia penal no diera suficientes frutos, el remate vendría por la vía contenciosa administrativa y del Tribunal de Cuentas, pues se tratará de dejar exhaustas las cuentas de los individuos y del conjunto de los ciudadanos que les apoyan. Ya hemos visto multas y fianzas millonarias y absolutamente desproporcionadas, pero esto no ha hecho más que comenzar.
Veremos que se avanza en delitos inimaginables, auténticamente delirantes, con tal de debilitarnos a todos
Ahora bien, no todo va de multas y sanciones económicas, también de sustraer competencias y ensuciar el trabajo bien hecho durante años y, como muestra, el intento de cerrar las delegaciones catalanas en diversas capitales europeas, incluso al costo de revelar acciones de espionaje ilegales. El fin lo justifica todo.
También vendrán sanciones que no implicarán ni multas ni penas de cárcel, pero sí inhabilitaciones con las que se pretende neutralizar a aquellos a quienes se considera peligrosos. No se trata de un peligro físico, dado que lo que realizan determinadas personas en su ámbito competencial o profesional les preocupa, les incomoda o les pone en evidencia. Si no puedes contra ellos, inhabilítales.
Toda esta estrategia represiva para dar sus resultados tiene que venir acompañada de una puerta de salida o, dicho de otra forma, de una apetitosa zanahoria que permita, por otros métodos, conseguir dos objetivos: neutralizar a unos y dividir a otros. Divide y vencerás, que no es nada nuevo.
Lo que se pretenderá es generar dos clases de catalanes: los buenos y los malos
En el fondo, lo que se pretenderá es generar dos clases de catalanes: los buenos y los malos, y en esa dinámica no son pocos los que picarán creyendo que existe algún tipo de diferencia entre ser el negro bueno o el negro malo de la plantación. Al final a ambos se les trataba de igual forma.
Pero nada de esta estrategia que se viene siguiendo contra el independentismo dará resultado si se cumple con ciertas premisas básicas: el miedo es libre, pero una sociedad movilizada puede más que cualquier estado; lo que le hacen a uno nos lo hacen a todos y las zanahorias, ante la represión, se vuelven indigestas.
Pensar, como hacen algunos, que el Estado va a ser generoso o que con algunas cesiones se conseguirá hacerse imprescindible para ese mismo estado es no ya de ingenuos sino, simplemente, de renegados. Una suerte de excusa de mal pagador que pretende justificar un comportamiento que carece no ya de lógica sino de ética.
El miedo es libre, pero una sociedad movilizada puede más que cualquier estado
La situación claramente es compleja, pero es en esa complejidad donde hay que saber estar a la altura de las circunstancias, es en esa maraña de situaciones donde hay que saber distinguir la paja del trigo y buscar la salida del laberinto y, sobre todo, hay que saber que no es momento de individualidades, de ambiciones ni de egoísmos, sino tiempo de actuar conjuntamente para poder reunir las fuerzas necesarias para enfrentar todo lo que viene.
En cualquier caso, no basta con hablar de unidad; hay que sentirla y demostrarla y, además, sólo desde una postura común se podrá hacer frente a lo que está por venir. Además, hay que tener presente algo que es esencial: no se puede construir un país desde estados de ánimo y, por tanto, no debemos vivir esperando buenas noticias ni hundirnos al primer revés. Lo que debemos hacer, teniendo claro los objetivos, es trabajar en pos de conseguirlos.
Las precipitaciones también son malas consejeras y, por tanto, hemos de huir de ellas como de la peste para centrarnos en aquellos trabajos que aporten para la consecución de los objetivos propuestos; todo el resto, incluidas las disputas fraternales, han de ser dejadas de lado para no despistarnos, no dañarnos innecesariamente y, sobre todo, para no debilitar, más aún, aquello que se ha demostrado como lo más exitoso: la unidad.