No somos pocos los que llevamos tiempo diciendo que la represión no pasa por un único juicio y que existe un auténtico plan para implementarla a diversos niveles. Los hechos de estas últimas semanas nos están dando la razón y deberían ayudar a comprender la inmensidad del concepto “todo es el procés”, que tanto gusta a algún fiscal del Tribunal Supremo.
Las actuaciones represivas no siempre son claramente visibles, pero siempre responden a un mismo patrón: intimidar al afectado directo y, al mismo tiempo, servir de aviso a navegantes y eso es, justamente, lo que se está haciendo cada vez más visible y, especialmente, en estas últimas semanas.
Montar una operación policial en territorio francés, y extenderla al lado alemán, para detener y trasladar rápidamente a España al president Puigdemont y a Toni Comín, saltándose los engorrosos trámites de un proceso de extradición, es sólo un síntoma de hasta dónde están dispuestos a llegar algunos para salvaguardar la “indisoluble unidad de la nación española” y, también, un aviso a navegantes: ni las fronteras ni las leyes les detendrán porque todo es el procés.
Acusar al president Torra de un delito de desobediencia por una denuncia de una politizada entidad llamada Junta Electoral Central, actualmente en manos de auténticos talibanes, también es una muestra de hasta dónde están dispuestos a llegar y cuántas personas están preparadas para “ayudar”, incluso a riesgo de cargarse el ordenamiento, la credibilidad profesional e, incluso, la imparcialidad que se le presume a los jueces.
Imponer multas, por supuesta temeridad, a quienes solicitan medidas cautelares para garantizar sus derechos y el de sus electores, como ha hecho la Sala Tercera del Supremo respecto del president Puigdemont y Toni Comín así como deducir testimonio en contra de su abogado por preparar y presentar esos escritos no son más que muestras de lo mismo, pero, en este caso, con un plus añadido: no quieren que se les defienda, los prefieren indefensos... para terminar ya con el procés.
La represión ni está comenzando ni está terminando, simplemente se está haciendo más y más visible porque su aplicación, cada vez, requiere de mayores dosis de desvergüenza
Investigar por más de un año a Laura Borràs, diputada, hacerlo en secreto y por parte de una juez que es abiertamente incompetente para investigarla, bien como diputada autonómica o como diputada a Cortes, sólo es un nuevo ejemplo de que contra los independentistas todo vale y las leyes no son más que una referencia... mientras no molesten al objetivo de criminalizar el procés.
Haber espiado las comunicaciones entre la Generalitat y sus delegaciones en el exterior, junto con las posibles consecuencias legales que ello tenga aquí o más allá de los Pirineos, es otro claro síntoma de cuán poco les importa la ley y los derechos fundamentales y lo mucho que están dispuestos a adentrarse en una guerra sucia con tal de acabar con el procés.
Los anteriores son solo algunos ejemplos de los muchos actos represivos que hemos visto en estos días, pero, sin duda, podríamos seguir exponiendo casos para llegar a la misma conclusión: todo forma parte de un plan perfectamente orquestado para reprimir a unos y amedrentar a otros y, así, terminar por cargarse el procés.
La represión ni está comenzando ni está terminando, simplemente se está haciendo más y más visible porque su aplicación, cada vez, requiere de mayores dosis de desvergüenza. Lo que partió siendo algo sutil se está demostrando ineficaz ante la persistencia del pueblo catalán y, por tanto, los métodos son cada vez más burdos, más descarados y, por qué no decirlo, más ilegales.
Algunos estamentos del Estado han decidido cruzar la frontera de lo que es el comportamiento propio de un estado democrático y de derecho para adentrarse por un laberinto de ilegalidades en que lo único que se tiene claro es dónde comenzó pero no dónde terminará. En otros momentos históricos se ha incurrido en el mismo error y se ha acudido a diversos métodos, incluidos los violentos, para intentar conseguir lo mismo: aniquilar al disidente.
La defensa de los derechos humanos y de los derechos civiles y políticos siempre ha conllevado el riesgo de terminar siendo víctima de la represión a la que se combate
Los hechos de Estrasburgo, del 2 de julio, mucho me han recordado ―guardando las distancias― a lo sucedido en el sur de Francia durante el apogeo de los GAL y, hemos de seguir confiando no se llegue a esos extremos, pero, insisto, una vez que se cruzan determinadas líneas rojas es muy difícil desandar el camino.
La actuación de la Sala Tercera del Supremo, en contra del president Puigdemont, Toni Comín y, también, en mi contra, me recuerda mucho a algunas decisiones de tribunales turcos en que no sólo se persigue sancionar al disidente sino, de pasada, privarle de un derecho tan básico como es el tener un abogado de confianza que le defienda.
La laxitud e imparcialidad con la que se pretende sentar en el banquillo al president Torra y con la que se ha estado investigando en secreto a la Excma. Sra. Borràs son otros claros ejemplos de una justicia politizada y tremendamente comprometida con una idea de lo que ha de ser España, que poco y mal encaja con el contexto europeo en que se supone nos desenvolvemos.
Del Borrellgate mejor no hablar, porque eso, seguramente, terminará siendo investigado por tribunales de otros países con mayor cultura democrática y donde no van a mirar para otro lado ante tamaña ilegalidad.
Ejemplos aparte, la cuestión de fondo no es cuánto van a reprimir, que será mucho, sino si estamos dispuestos a tolerarlo o no. Es decir, cómo nos vamos a posicionar frente a la represión y si la misma conseguirá o no su objetivo: castigar a unos para atemorizar a otros. En mi caso, que sé muy bien lo que es sufrir la represión, no lo van a conseguir.
La defensa de los derechos humanos y de los derechos civiles y políticos siempre ha conllevado el riesgo de terminar siendo víctima de la represión a la que se combate. Y, ante situaciones como las que estamos viviendo, viene bien recordar a José de San Martín cuando dijo: “El enemigo es grande si se lo mira de rodillas" o a José Martí cuando explicó: “Vale más un minuto de pie que una vida de rodillas”. Yo lo tengo claro. ¿Y ustedes?