La muerte de Mijaíl Serguéievich Gorbachov, uno de los gigantes de la política y la historia mundial de la segunda mitad del siglo XX, despierta un conjunto de reflexiones que toman todavía más vuelo en contraste con el contexto actual de guerra en Ucrania.
Como todas las grandes personalidades, tuvo sus altibajos, pero como ya han resaltado destacados periodistas con conocimiento de causa, en su mandato al frente de la Unión Soviética Gorbachov tomó algunas de las decisiones —en muchos casos en una extrema soledad— que más han marcado el futuro de Europa y del mundo y, por lo tanto, de nuestras vidas.
Muchos de los artículos que se leen estos días van en la línea, ya un poco gastada, de la personalidad idolatrada en el exterior y desacreditada en su propio país, Rusia. Pero de nuevo, y con todos sus claroscuros, hay que recordar que él fue el responsable de la glasnost, el conjunto de políticas aperturistas y de reforma en el ámbito político y de los medios de comunicación; así como de la perestroika, las políticas de reforma económica que junto con la mencionada glasnost acabarían con la dictadura soviética, el telón de acero y, de rebote e involuntariamente, con la Unión Soviética, favoreciendo el nacimiento de una serie de nuevos Estados en la Europa Oriental, el Cáucaso y la Asia Central. Y lo hizo de manera prácticamente incruenta, algo especialmente meritorio teniendo en cuenta el potencial especialmente desestabilizador que hubiera podido tener una Unión Soviética a rebosar de armamento nuclear, o si lo comparamos a la mencionada situación actual en Ucrania.
Los que conocen el personaje con una cierta profundidad, saben que ni la glasnost ni la perestroika serían del todo una sorpresa. Otra cosa son las consecuencias de estas, como la caída del Muro de Berlín en 1989 o la liquidación de la URSS, que se aceleró vertiginosamente después del fallido golpe de Estado del verano de 1991, a partir de la cual Ieltsin apartó a Gorbachov del poder y se agudizó el desmantelamiento de la URSS.
Gorbachov había tenido una carrera ascendente en la jerarquía soviética desde su pueblo nativo de Privólnoie, en la provincia de Stavropol a unos escasos trescientos kilómetros del actual escenario de guerra. En 1980 llegó a incorporarse al Politburó del Comité Central del Partido Comunista, desde donde pasaría al cargo de Secretario General en 1985. Desde 1978, sin embargo, había sido Secretario de Agricultura del Partido, teniendo así información directa de los problemas estructurales de la economía y agricultura soviética que se agudizaban de manera indefectible hacia el colapso. Conocedor directo de la situación, a principio de los años 80 del siglo pasado era de los pocos líderes del partido que hablaba abiertamente de la situación crítica del país y de la necesidad urgente de reformas.
Una vez llegado a la cúpula del poder, empezó a desarrollar las mencionadas políticas reformistas, precipitándose seis años vertiginosos (de 1985 a 1991) en los que se desmanteló el sistema, el de la Guerra Fría, que había dominado y aterrado el mundo desde 1945. Y a la hora de la verdad, cuando Gorbachov pidió ayuda —en clave económica y financiera— a aquel Occidente donde él era tan admirado, esta no llegó o si lo hizo fue de manera más bien escasa o simbólica.
Según explicaba una persona que le era muy próxima, en los primeros tiempos de su mandato Gorbachov tenía mucho interés para que el ciudadano soviético de la calle supiera que había llegado una época de cambio real y apertura. La burocracia del Politburó se lo ponía muy difícil, y la desconfianza generalizada que se había instalado en un país controlado por el KGB también. Pero Gorbachov, consciente del poder de la imagen, encontró una manera. Empezó a invitar a Rusia a reconocidos artistas de Hollywood, y lo que los altos funcionarios del Kremlin creían que era una mera frivolidad del nuevo líder o de su esposa, Raisa, era una estrategia deliberada para hacer llegar —a través de la TV soviética— una cierta sensación de cambio, de nuevos tiempos. Por decirlo de otra manera, para el ciudadano soviético de a pie ver por la TV a Gina Lollobrigida paseándose por Moscú o los salones dorados del Kremlin era tan rompedor, o más, que la liberación de un disidente como Andrei Sákharov, con todos los respetos y admiración mía hacia el científico y activista.
Gorbachov fue también la persona que decidió retirar, en 1989, a las tropas soviéticas que habían invadido Afganistán en 1979, consciente de encontrarse en una situación totalmente insostenible. Como también permitió el cambio de la Doctrina Bréjnev de soberanía limitada a los países miembros del Pacto de Varsovia a la de "libertad de elección", permitiendo así el inicio de los procesos de democratización en la Europa oriental. Evidentemente, no todo fueron aciertos y, entre otros, su gestión del proceso de independencia de los países bálticos distó mucho de ser modélica, sobre todo en Letonia y Lituania.
Pero Gorbachov tuvo también un papel decisivo para evitar un desastre mayor en la central nuclear de Chernóbil, que habría sido de consecuencias terriblemente más catastróficas, a pesar de las falsedades y la ocultación de información por parte de la mayor parte de la burocracia soviética de lo que realmente estaba pasando en aquella planta en la primavera de 1986. Algo que no deja de ser tristemente irónico si pensamos en la situación actual en la central nuclear de Zaporiyia, también en Ucrania.
Para acabar, y como pequeño homenaje, evocar los momentos más dulces de su mandato cuando se daba el efecto de la Gorbymania, como la que se vio por unas horas en las calles de Barcelona el 28 de octubre de 1990, recordando las imágenes de muchos barceloneses corriendo por las calles del Eixample para intentar verlo pasar en comitiva durante la breve visita que hizo a esta ciudad en condición de presidente de la URSS. Una visita que, por cierto, desde Madrid fue recortada a última hora, evitando así el paso del presidente Gorbachov por el Palau de la Generalitat y la posible entrevista con el president Pujol. Eso Mijaíl Serguéievich lo haría más adelante, pero ya en condición de expresidente de un país ya desaparecido, la Unión Soviética.