Aterricé en Barcelona después del largo, penoso y humillante proceso del Estatut del 2005. Justamente cuando en Euskadi, los de siempre, es decir, los que hablan mucho de pluralidad y poco o nada la practican (han tenido que pasar 40 años para que los socialistas no fueran suficientes para sumar sus votos a la derecha básicamente antivasquista y se haya producido un cambio tan esperado como saludable en Navarra), nos hablaban de que se tenían que hacer las cosas como Catalunya, donde el Estatut se había consensuado con casi el 90% de los votos del Parlament. Hoy, incluso las piedras saben que el Estado español no respeta ni el 90%, ni el 51%, ni mucho menos el 48% (cómo tampoco respetó, con la inestimable ayuda del PSOE, la mayoría absoluta del Parlamento Vasco y no concedió ni siquiera la admisión a trámite en el Congreso de la propuesta de nuevo Estatuto impulsada por el gobierno del lehendakari Ibarretxe).
En aquellos tiempos éramos los menos los que ya considerábamos inevitable trabajar por la independencia para conseguir que Catalunya fuera lo que se merecía, un país mejor, y acabar con la sumisión a España, sumisión de la cual era genuina expresión el drenaje de recursos que significaba el déficit fiscal, insostenible e injusto; ya en aquel tiempo habían enseñado la patita los auténticos divisores de Catalunya, obsesionados a acabar con la inmersión lingüística, tema estrella en el nacimiento de Ciutadans. Pero, en general, un vasco independentista en Catalunya era una persona que contaba de entrada con enormes simpatías, entre el mundo independentista explícito, y en el mundo del catalanismo político básicamente autonomista, pero que sentía una especie de complejo de estar conteniendo sus pasiones independentistas. De estos los había en varias formaciones políticas, incluido el PSC. El PSC de antes y de entonces, claro está. No el PSC que hoy va a las puertas del Tribunal Constitucional y se hace fotos con PP y Ciutadans, o se manifiesta con ellos o, lo que es más preocupante, con organizaciones de extrema derecha.
Los tiempos cambiaron después de la sentencia del TC del 2010 y no hace falta que explique aquí que se ha producido, paradójicamente, un distanciamiento entre el nacionalismo político vasco mayoritario y el soberanismo / independentismo catalán, que se ha traducido en relaciones impregnadas por una extrema frialdad. Ya en tiempo de Zapatero, cuando el viraje de la "España plural" a la "España diversa" requería marcar distancias respecto de CDC y tratar a ERC como la peste que alimentaba el discurso de la derecha extrema española contra el PSOE, vivimos una época en que el PNV se recolocó en el genuino papel de la antigua Convergència y se dedicó a sacar partido de la debilidad del PSOE, hasta el punto de llegar a protagonizar episodios como aquel de votar contra la recusación de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, que había sido demandada por la mayoría absoluta del Parlament de Catalunya.
Hoy es noticia que el PNV se ha desdicho de su negativa a aprobar los presupuestos del PP mientras se prolongara el 155, y eso ha causado un malestar enorme en Catalunya, donde tenemos medio gobierno en la prisión y la otra mitad en el exilio, y cuando los patrones del 155 han dado apoyo no sólo a la represión pura y dura contra los que queríamos votar el 1 de octubre del 2017, sino también a la regresión de derechos y libertades públicas en muchísimos ámbitos, con una judicatura absolutamente sumisa al gobierno que permite instrucciones sobre hechos falsos, y que tiene en la prisión a los líderes sociales de Òmnium y ANC, que evidentemente no cometieron ningún delito, así como en los miembros del Gobierno de Catalunya y a la expresidenta del Parlament, con la pena añadida (de esto sabemos en Euskadi) por sus familias, que tienen que hacer largos viajes para poder ver a sus seres queridos 40 minutos en unas condiciones humillantes.
En este contexto, se ha echado de menos por parte de los independentistas catalanes una mayor solidaridad desde Euskadi; a veces diciendo cosas injustas, como por ejemplo contra el concierto económico vasco, tanto porque se dice y se repite la falsedad de la supuesta insolidaridad de los vascos en esta materia -cuando la verdad es que pagamos religiosamente el 6,24% de todas las competencias que se reserva el Estado (porcentaje por encima de nuestra incidencia en PIB y población) -, incluido el fondo de solidaridad. Como también porque se nos reprocha disfrutar de este instrumento bilateral de relación financiera con el Estado mientras que otros, como Catalunya, no disponen de él, cuando la verdad es que todavía viven para explicarlo algunos de los que oyeron a García Añoveros (Ministro de hacienda en 1980) decir aquello de "bien, ahora que hemos firmado con los vascos podemos empezar a hablar de concierto para Catalunya". No son los vascos los culpables de que Catalunya no tenga concierto y sufra un salvaje déficit fiscal, sino que en su día fueron los dirigentes políticos catalanes que no quisieron asumir el riesgo unilateral de recaudar los impuestos en Catalunya, además de dejar expresiones para la historia como "esta antigualla foral", o "recaudar impuestos es impopular".
La memoria, además, es muy frágil, también por lo que se refiere a las relaciones Euskadi-Catalunya de los últimos lustros. Cuando se aprobó la Ley de Partidos, concebida para poner una parte del electorado vasco fuera de juego y propiciar un acuerdo PP-PSOE que les diera el Gobierno en Euskadi (cosa que llevó a Patxi López a la presidencia en el 2009), muchos de los que ahora tanto hablan votaron a favor de aquella ley; cuando el gobierno de Ibarretxe impulsó el Nuevo Estatuto para Euskadi, nadie del nacionalismo catalán mayoritario se dignó a aparecer por Ajuria Enea. Sólo Carod-Rovira fue a hacerse la foto con Ibarretxe, sin complejos de ningún tipo.
No es la hora de los reproches. Ni siquiera ahora los quiero hacer, en aras de sumar voluntades. Estoy personalmente dolido -también como persona próxima, personal y políticamente, con muchos los militantes y dirigentes del PNV-, por la posición adoptada por el EBB. Nunca he tenido pelos en la lengua en cuanto a fijar posición en temas trascendentales. Ojalá lleguen esos centenares de millones de Madrid a Euskadi, porque, recordémoslo, nada garantiza que el PP y Rajoy cumplan sus compromisos. El 28 de marzo del 2017 Rajoy prometió 4.000 millones hasta el 2025 para Catalunya; más de un año después, las inversiones en Catalunya están en mínimos históricos (eso sí, se gastaron 87 millones -que se sepa- para impedir que votáramos el 1 de octubre y votamos 2,3 millones, y 230 millones de sobrecoste a convocar y celebrar unas elecciones en día laborable después del 155). Es sabido que el reino de España acostumbra a firmar y se compromete a hacer muchas cosas que después no cumple, y, lo que es peor, cuando no quiere hacerlo te reenvía a la interpretación de instancias jurídicas que tiene controladas y manipuladas. Tampoco me vale que la cuestión haya sido o presupuestos o el abismo, elecciones y triunfo de Ciutadans; estaba la prórroga, no se acababa el mundo. Es más, ya querría ver qué hace Ciutadans si accede al gobierno español y propone acabar con el concierto en Euskal Herria o imponer el castellano y por lo tanto separar a los alumnos por lengua en Catalunya. En Euskal Herria saldría todo el mundo a la calle, y en Catalunya, no tengo ningún tipo de duda, las primeras a rechazar la supresión de la inmersión serían las familias castellanohablantes, porque una cosa es que se les haya metido el miedo que alguien quiere acabar con su identidad española y otra muy diferente que quieran que sus niños no aprendan en catalán (no "el" catalán) en la escuela.
Repito. Estoy dolido, y no me escondo. Lo he dicho por medio de Twitter.
"El 155 seguirá en vigor en Catalunya, y el PSOE ha endurecido su posición. El PNV dice que tiene una responsabilidad con los y las vascas. Pero es mucho más importante la responsabilidad con la democracia y contra el neofalangismo emergente. Catalunya acogió al gobierno vasco en el exilio, esta placa (puse la foto) lo recuerda en Barcelona. Aunque sólo sea por la vergüenza que medio gobierno catalán - y la expresidenta del Parlament- estén en la prisión, y la otra mitad en el exilio, no nos podemos quedar mirando hacia otro lado, como si fuéramos los comunes estilo Coscubiela "
Lo he dicho y escrito. Y lo debatiré con mis muchos y buenos amigos del PNV, empezando por el mismo lehendakari Urkullu. No veo signos de distensión desde Madrid, hoy hemos vuelto a tener otra prueba más de cómo se ordena a la policía tapar las vergüenzas del régimen, no sólo corrupto, sino represor de las libertades públicas. Ojalá que los buenos augurios de portavoces del PNV puedan cumplirse. Creo firme y sinceramente que Madrid no cederá al nombramiento de personas que están en plena posesión de todos sus derechos para ser consellers del Govern, y seguirá con la ignominiosa pena vengativa de prisión preventiva lejos de Catalunya. Es lo que piden los del "a por ellos" a España, esta España que muchos dijimos ya hace tiempo que es irreformable, entre otras cosas -y eso reviste de más gravedad todavía la decisión tomada-, porque la (in)cultura en España trae de serie el anticatalanismo desde hace siglos, y a los hechos me remito.
Como decían de aquel que era pesimista, es decir, un optimista bien informado, con los años y los reveses de la política me he vuelto un escéptico con respecto a la posible colaboración de las naciones sin Estado que tenemos la desgracia de vivir sometidas a la pesadilla de la España dominada por la casta oligárquica política / financiera / económica /eclesiástica y mediática de raíz castellana excluyente. Conservo, sin embargo, los gramos suficientes de optimismo, positivismo y, si se quiere, de tozudez, para seguir luchando por la colaboración entre independentistas de nuestras naciones. Qué le vamos a hacer, tenía 18 años en mayo del 68, soy amigo de Cohn-Bendit, e interioricé eslóganes como aquel "Soyez Réalistes, demandez l'impossible". Y que queréis que os diga, quizás me he hecho ya un poco mayor para traicionarme a mí mismo.
Gorka Knörr, ex-europarlamentario y ex-vicepresidente del Parlamento Vasco