Este lunes se constituyó el pleno del Parlament de Catalunya y los discursos del presidente de la mesa de edad, Agustí Colomines, y de Josep Rull, el ya Molt Honorable President del Parlament de Catalunya, me chirriaron. El primero, por su longitud, su pretensión y, en conjunto, el deje ególatra de pensar que hay algo que justifique pronunciar un discurso de casi veinte minutos cuando eres el presidente de la mesa de edad y, por lo tanto, tu único "mérito" es una cifra que ni siquiera has escogido. El segundo, el de Josep Rull, me pareció descriptivo políticamente, útil para comprender cuál es el momento de Junts, una especie de retrato de los últimos cuarenta años de la vida política del país. Para situarnos, una breve pincelada sobre la vida política de Josep Rull: militante de Convergència Democràtica de Catalunya desde 1989, secretario general de la Joventut Nacionalista de Catalunya de 1994 a 1998, diputado en el Parlament de Catalunya veintiséis años en total —interrumpidos—, conseller de Territori i Sostenibilitat del 2016 al 2017, diputado en el Congreso español en 2019 y, finalmente, presidente del Parlament de Catalunya en 2024. De todo esto, sin rascar mucho y teniendo en cuenta los virajes del partido, se puede extraer que Josep Rull es, cuando menos, una persona que ha sabido y sabe adaptarse a cada etapa ideológica del espacio convergente. Flexible en los principios, inflexible en la vocación.

Proclamar a Rull presidente del Parlament es una fotografía del momento político que vive el país, y —con una coherencia maravillosa— así se encargó de manifestarlo su discurso, lleno de una grandilocuencia y una evocación histórica que, viniendo de los convergentes, siempre debe hacer sospechar. Lo escribí el día en que Carles Puigdemont habló de "compromiso histórico" para anunciar el inicio del diálogo con Sumar y el PSOE —que ha culminado en la amnistía y la legitimación del PSC en Catalunya— y me parece que todavía se aguanta hoy: la retórica convergente sabe ponerse por encima de la realidad. En general, en política catalana, cuando alguien tiene que revestirse de vehemencia y de pompa, eso es, tiene que procurar convertir un discurso en un punto de inflexión para la historia del país, es que se está valiendo de la retórica para salvar la distancia entre ideales y realidad política. Está limando incoherencias, en definitiva.

El discurso de Rull es el enésimo intento de Junts para justificar que los pactos con la izquierda españolista son una consecuencia lógica del 1 de octubre

Josep Rull es la persona perfecta para hacer eso, porque su tono conciliador y su experiencia política generan confianza. Su carrera política en CDC le avala ante un electorado juntaire que ha tenido que hacer la vista gorda durante los años en los que el partido ha sido un desbarajuste. Con el entorno puigdemontista que se incorporó en 2017 quemado —Laura Borràs, Elsa Artadi, Jordi Sánchez, Aurora Madaula, Francesc Dalmases—, Josep Rull garantiza que lo de siempre puede seguir funcionando. Además, es de los pocos que ha salido de la cárcel con la cabeza más o menos en su sitio y, por lo tanto, puede hablar y sacar rédito sin parecer un hombre estropeado por la represión española.

"La democracia siempre vence, nunca se doblega", "la esperanza siempre es más poderosa que el miedo" o las referencias al discurso de Pau Casals en la ONU o a Salvador Espriu son un intento de religar desde la coherencia histórica una incoherencia práctica: hacerse llamar independentista y pactar con el PSOE, eso es, investir al presidente de cuyo estado dices querer independizarte. Rull es hábil haciendo equilibrios sobre la incongruencia porque, desde su juventud en la JNC, siempre ha sido el "independentista de piedra picada" convergente. Su discurso, igual que el de Puigdemont desde Bruselas en septiembre, es el enésimo intento de Junts para justificar que los pactos con la izquierda españolista son una consecuencia lógica del 1 de octubre y todo lo que de él se derivó. Que hacerlo, pactar la amnistía, no es una vía muerta o una puesta a cero del contador, sino un paso a favor de la liberación nacional.

Durante los veinticuatro minutos de discurso, Josep Rull procuró construir un hilo histórico que legitimara su elección como presidente del Parlament y que la situara en el campo de la heroicidad. Precisamente porque Rull ha sufrido la represión política española en propia carne, precisamente porque tiene una historia personal, siempre se hace más difícil desconfiar de él y entreverle las costuras. Es difícil desconfiar de los intereses políticos de quien ha demostrado un compromiso personal y es así como, desde el encarcelamiento del gobierno del 1 de octubre, la partitocracia independentista se resiste a la autocrítica: haciendo que el sufrimiento íntimo de algunos de sus miembros borre la posibilidad de cuestionar la estrategia política. El tono conciliador de Rull durante el discurso del pasado lunes nace de la voluntad de hacernos entender que todavía son de los nuestros. O que nosotros todavía somos de los suyos. Sirviéndose del capital sentimental que todavía tiene todo lo que ocurrió en el diecisiete, suavizan la rendición posterior que nos ha llevado donde estamos: un movimiento independentista que no quiere vínculos con sus brazos políticos y se abstiene; unos brazos políticos incapaces de pagar el precio que haga que el movimiento independentista no se abstenga de ellos.

No puede abusarse de los símbolos sentimentales de 2017 en campaña y pactar como si 2017 no hubiera sucedido

Que Josep Rull sea presidente del Parlament, aunque a muchos les parezca poco importante, acaricia el alma convergente porque les da la sensación de que todo vuelve en su estado natural: tener control institucional y que ERC no tenga otra opción que hacerles de muleta. Pero con una diferencia. Convergència ha sido la herramienta clásica de reparto de poder entre catalanes y españoles. Desde las primeras victorias políticas, Convergència se ha dedicado a apuntalar el poder español a cambio de poder sacar algún rédito que les sirviera para obtener una victoria política clara en Catalunya. Que los españoles gobiernen España y que los catalanes gobiernen Catalunya, para que nos entendamos. Esta vez, sin embargo, el rédito que los juntaires han sacado de Pedro Sánchez no ha tenido retorno en Catalunya. Ni siquiera lo tuvo el anuncio del retorno del president Puigdemont con el que Junts adornó su campaña.

No puede abusarse de los símbolos sentimentales de 2017 en campaña y pactar como si 2017 no hubiera sucedido. No se puede desmantelar política y moralmente el movimiento independentista y no reclamar, al mismo tiempo, que sea lo bastante fuerte como para devolverte las instituciones que, con la política del pacto, tú mismo has entregado al PSC. Josep Rull representa para los convergentes un retorno a una normalidad que, al menos a corto y medio plazo, ya no podrá existir nunca del todo. Su figura aglutina la historia de Convergència, pero su presidencia en el Parlament de Catalunya, a pesar del intento discursivo, ya no aglutina la historia del país. Carles Puigdemont reivindicó rápidamente su investidura tras quedar en segunda posición en nombre de la balanza pactista que Convergència había utilizado antes de 2012, pero al PSOE, con el PSC más fuerte que nunca, ya no le hace falta ninguna balanza. No hay ningún discurso grandilocuente, clásicamente convergente, que pueda ponerse por encima de eso.