Desde hace poco más de un año se puede hablar en catalán en el Congreso de Diputados, junto con las demás lenguas oficiales del Estado. Teniendo en cuenta que el dictador Francisco Franco murió en 1975 y que la Constitución Española, en la que se especifica que existen otras lenguas oficiales al margen del castellano es de 1978, podemos constatar que la velocidad de implementación del Estado plurinacional avanza con la velocidad de un cangrejo, que en el mejor de los casos permanece inmóvil, cuando no va hacia atrás. Ha pasado casi medio siglo hasta que se ha permitido algo obvio en todos los países compuestos europeos. Y, sin embargo, solo se ha logrado en el Congreso de Diputados y no en el Senado, que se supone que es la cámara de representación territorial del Estado. Hay que tener en cuenta, además, que la decisión es coyuntural y respondió únicamente a la necesidad del PSOE de obtener la presidencia de la cámara, por lo que el día que la presida un diputado del PP es probable que el catalán vuelva a estar prohibido. Una espiga no hace manojo y hablar en catalán en el Congreso no convierte España en un país moderno y respetuoso.

Era esta una reivindicación histórica del catalanismo, y no solo del soberanismo catalán. Hablar todas las lenguas oficiales del Estado en el lugar donde está representada la soberanía popular del conjunto del Estado no era solo una posición política, sino un planteamiento del todo lógico. Si una parte de los ciudadanos del Estado no hablan habitualmente el castellano porque hablan otra lengua y el Congreso pretende ser un espejo de la realidad, debería permitirse el uso de todas las lenguas. Los partidos españoles, si tuvieran la más elemental inteligencia política, deberían ser los primeros defensores de esta iniciativa para demostrar que se puede ser catalán y español a la vez, y no serlo solo a porrazos y por imposición obligatoria. Seducir y no imponer, y esto vale para las parejas y los Estados plurinacionales.

No utilizar el catalán en el Congreso, pudiendo hacerlo, es un insulto a la memoria de tantos y tantos diputados catalanistas que nunca habrían soñado que eso se pudiera alcanzar

Por todo ello me resulta incomprensible que algunos diputados catalanes en Madrid no utilicen habitualmente el catalán en sus intervenciones, ahora que pueden. No me refiero solo a los diputados independentistas, o a los que dicen serlo, sino a todos. La totalidad de diputados catalanes deberían hablar siempre en catalán en el Congreso, unos por independentismo y otros por unionismo, porque ambos ámbitos tienen motivos para ello, aunque sean diferentes y contrapuestos. En este contexto, todavía me resulta más inaudito que algunos diputados pertenecientes a partidos independentistas utilicen habitualmente el castellano en la tribuna de oradores, mostrando su desprecio no solo a la lengua propia del país que representan, donde es la lengua minorizada por sí aún no lo saben, sino a toda la estrategia independentista en Madrid. Voy más allá; no utilizar el catalán en el Congreso, pudiéndolo hacer, es un insulto a la memoria de tantos y tantos diputados catalanistas en Madrid que nunca habrían soñado con que esto se pudiera lograr. Francesc Macià, Lluís Companys, Ventura Gassol, Manuel Carrasco o Lluís Nicolau de Olwer se removerían en sus tumbas si supieran que sus sucesores hablarían en castellano, pudiendo hacerlo en catalán, desde los escaños que ellos mismos ocuparon en su día. Alguien dirá que estos líderes eran gigantes que llevaban el país a sus espaldas con un coraje y una cultura inalcanzables, y que no se puede exigir a todo el mundo el mismo compromiso, pero yo responderé que la ignorancia y la cobardía nunca son excusas de nada. A demasiada gente le han partido la cara por hablar en catalán y le han exigido que hable en castellano como para ahora no usar el catalán en el Congreso.

Pero todavía hay más, porque hablar castellano en el Congreso pudiéndolo hacer en catalán no solo es un acto políticamente estúpido, electoralmente yermo y nacionalmente estéril, sino que tiene un efecto secundario colateral muy nocivo. Las instituciones europeas, y particularmente el Parlamento Europeo (PE), siempre han tenido un argumento válido para oponerse al uso del catalán (o del vasco o el gallego): si estas lenguas no eran lenguas oficiales en el Congreso de Diputados, ¿por qué carajo deberían serlo en el PE? Es un argumento sólido imbatible, es necesario admitirlo. Por tanto, ahora que su uso está permitido, hay que hablar estas lenguas más que nunca y mostrarlo públicamente más que nunca, para empujar la oficialidad del catalán en Bruselas. Todo lo que se haga bien en Madrid en este aspecto tendrá recompensa en Bruselas. Y viceversa: toda la dejadez en Madrid en términos lingüísticos será penalizada en Bruselas. Del mismo modo, conseguir la oficialidad del catalán en el PE hará muy difícil que deje de serlo un día en el Congreso de Diputados. Se entiende, ¿verdad? Pues algunos no lo entienden por no hacer el esfuerzo intelectual o no quieren entenderlo por mala fe.