Es el futbolista de moda en el Barça, en España, en Europa y en eso que tanto les gusta decir a los madrileños, en el mundo, pero solo tiene 17 años recién cumplidos. El sábado 13, día de reflexión antes de la gran final de la Eurocopa, sopló las velas del pastel ante sus compañeros de selección y, después, se fue a descansar los nervios que, se supone, tiene un jugador antes de jugar un partido para la historia.

Lamine ya es campeón con España de la Eurocopa 2024, 2 a 1 contra la Pérfida Albión, sin hacer su mejor partido, pero dando la primera asistencia de gol a su amigo Nico Williams, hermano generacional y de origen. Ambos son hijos de unos inmigrantes que las pasaron canutas para llegar a España con el objetivo de dar un futuro digno a sus hijos. En un lenguaje carpetovetónico, el de Vox, Lamine es un moro y Nico un negro, dos chavales hijos de esa España mestiza que odian, pero que han tenido que comerse con patatas. Yo, cuando miro a Abascal, le veo rasgos árabes, como los de un Abderramán de tercera regional. Que se lo haga mirar, porque en su árbol genealógico podría haber sorpresas.

Y ahora que Lamine ya es un ídolo, ¿qué hacemos para proteger a un chico que tiene diecisiete años, celebridad y potencial víctima de unos medios de comunicación que necesitan Yamals para justificar noticias? O, para ser más preciso, ¿qué hará el Barça para proteger a uno de los estandartes futbolísticos con el que pretende salir de las miserias de un club en quiebra económica y construir un futuro de color de rosa?

Que Lamine es un tío dotado como pocos para jugar al fútbol, lo sabe, como diría Núñez, hasta la portera de la escalera que no tengo, pero el caso del hijo de Mounir Nasraoui, marroquí, y de Sheila Ebana, ecuatoguineana, es el paradigma del futbolista joven que, si no se le cuida, acabará jugando en China con 22 años o en cualquier equipo sin alfombras rojas, fruto de una lesión mal curada y peor asesorada por las prisas del club o por las ambiciones económicas de una familia y sus reminiscencias. Ejemplos, tenemos unos cuantos.

No hace mucho, todo el mundo hablaba de Ansu Fati. Transcurridos tres años, ¿quién habla de él? Nadie, y solo tiene 20 años

El primer caso que me viene a la memoria, corta, porque ya tengo unos añitos y todo cuesta, es el de Ansu Fati, el jugador que estaba predestinado a llevar el 10 de Messi y una vez lo tuvo estampado en la camiseta, se deshizo como un azucarillo en un café descafeinado. Y cuando hablo del café descafeinado me refiero al Barça de Josep Maria Bartomeu. Ansu fue maltratado por las lesiones, pero las prisas del club y las de su entorno, palabra que va ligada a la historia del club fundado por Joan Gamper, hundieron una carrera futbolística que estaba predestinada a engrosar de gloria las vitrinas del Barça.

No hace mucho, todo el mundo hablaba de Ansu Fati. Transcurridos tres años, ¿quién habla de él? Nadie, y solo tiene 20 años. Si el club hubiera tenido más huevos, la recuperación de Ansu habría pasado por el quirófano y no por los cantos de sirena provenientes de recuperadores físicos que vendían milagros de duro a cuatro pesetas. Frase boomer por antonomasia, pero muy útil.

Cuidar a Lamine para que nos haga soportar con más entereza la añoranza por Messi, depende de mí como articulista y socio del Barça, de la prensa bipolar necesitada de portadas, de saber filtrar los mensajes de los francotiradores de las redes sociales, de la fortaleza de un club que tiene, hasta ahora, mucha mierda freática, y de un entorno familiar que tiene que saber mirar más de cara al futuro que de cara al pasado. Y en el Barça actual, tengo dudas de que sepan cuidar a Lamine para que llegue cerca de donde llegó Messi nuestro Señor, un jugador único e irrepetible. Con 17 años, Messi hacía cosas inconcebibles para un chaval con acné y ganas de desbravarse.

Messi habría podido ser una anécdota si no llega Pep Guardiola a hacerse con las riendas del equipo. Adoptado por tres amantes de la nocturnidad discotequera como Ronaldinho, Deco y Motta, el futuro del jovencísimo argentino habría acabado como el de tantos jugadores, que, dotados por los dioses, acaban arrastrándose por los campos de fútbol. Y lo que hizo Guardiola para proteger a Messi fue echar a los tres brasileños del Barça y le facilitó una evolución 0,0 sin censurarle su genialidad innata. Guardiola habría sido una garantía de futuro para Lamine, como también Johan Cruyff, pero vivimos en una época de prisas, donde el ahora ya es viejo, y la paciencia, una religión muerta. ¿Podrá Hansi Flick proteger a Lamine de un entorno que va desde el yo articulista hasta el lawfare azulgrana? No lo sé.

Cuando escucho las palabras laudatorias de los medios dedicadas al jugador del barrio de Rocafonda, Mataró, siento una gran angustia. Cada halago grandilocuente me parece una herida abierta en la fina piel de un chaval de 17 años recién cumplidos. Que es un superdotado para el fútbol, lo sabe todo el mundo. Y que es un chico muy maduro, lo dicen las personas que lo tratan diariamente. Sin embargo, desgraciadamente, la sociedad es cada vez más adolescente, donde todo tiene el valor y la profundidad de un mensaje de Twitter, convertido en X por obra y gracia de Elon Musk, el gran capitán del Titanic ideológico del siglo XXI. A diferencia de Edward Smith, el patrón que decidió morir en el timón de su transatlántico, Elon Musk sería el primero en subirse a un bote salvavidas a golpes de remo y huir como un cobarde. "Mujeres y niños, jodeos".

¿Qué hacemos con Lamine? Es una gran pregunta que tendríamos que responder antes de que sea demasiado tarde.