La mesa de Suiza está detenida “a la espera de saber los nuevos interlocutores”, según afirma el gobierno Sánchez. Pero resulta que no estamos hablando, como es sabido, de una mesa entre gobiernos: en aquella mesa el interlocutor era Puigdemont, básicamente por su condición de president en el exilio y por disponer de siete votos determinantes en el Congreso de los Diputados. No era el vigente president de la Generalitat, como no fuera, según se mofaba recientemente Pedro Sánchez, que Puigdemont se considerase "president legítimo" pese a no haber ganado unas elecciones. Pero era el interlocutor en Suiza, de acuerdo con esos dos factores, que, por cierto, a día de hoy no han cambiado. ¿Qué hace que ahora el gobierno español quiera esperarse a “conocer a los nuevos interlocutores”, si la presidencia de la Generalitat no jugaba ningún papel en esta mesa? No cuesta demasiado deducir que, si Illa se convierte en president (como Sánchez da por hecho), no es que cambie ningún interlocutor en la mesa: es que la mesa desaparece.

Si Illa es investido gracias a hacer un Collboni (sí, el estigma del mote acompañará al alcalde todo su mandato), es decir, si finalmente no tiene otro remedio que contar con los votos del PP y la abstención de Vox, no cabe duda de que la mesa explota. Y no solo la mesa, sino la teóricamente tan preciada "concordia y convivencia". La cuestión es, por lo tanto, si Illa es president gracias a los votos o la abstención de ERC, que es la única otra forma posible. Y es entonces cuando Sánchez dice que la mesa podría cambiar de interlocutor: es decir, la interlocución con Junts se haría prescindible. ¿Pero no hemos quedado que él depende de los siete votos de Junts en el Congreso? Exacto: porque no estamos hablando de ningún cambio de interlocutores. Estamos hablando de los términos de la interlocución. Con Illa de president, con los votos de ERC, no hace falta hablar del fondo del conflicto, porque el nuevo presidente catalán simbolizaría el "fin" del conflicto. Ya lo han visto en la lista de “contrapartidas” que expone Sánchez ante ERC en el foro del Cercle d’Economia: financiación “mejor” (nada de singularidades), inversión en infraestructuras (que son una obligación legal) y “respeto" por la lengua, cultura e historia catalanas. "Respeto". Como si el respeto fuera algo que negociar.

Con Illa de president, no hace falta hablar del fondo del conflicto, porque el nuevo presidente catalán simbolizaría el "fin" del conflicto

Por decirlo aún más claramente: Zapatero ofrecía un Estatut. ERC hizo president a Maragall a cambio de impulsar un nuevo marco jurídico para Catalunya. Superada esa etapa, y casi diría que anulada esa vía por (digamos) criterio del TC, Artur Mas reclamó al menos un pacto fiscal a Rajoy y este dijo que ni podía, ni quería. El resto ya lo conocemos. Algunos creen que el procés ha muerto sólo porque ninguna de estas reclamaciones catalanas podrá ser cumplida (ninguna), en un negocio de las cabras poco edificante. Pero ni Illa gobierna, ni encuentra aún mayoría para hacerlo, ni Sánchez ofrece más que ir tirando. No hay más que ver que, en el acto del Cercle d’Economia, Illa no reclamaba: Sánchez ofrecía. Esta era la dinámica en aquel acto y esta será, ya nos avisan, con una presidencia del PSC. Por tanto, en un lado de la mesa tendremos el color rojo, y en el otro exactamente el mismo color: ¿qué sentido tiene, en estas circunstancias, una mesa y una negociación? Ya nos lo dice Sánchez: ninguna.

¿Cuál es la alternativa? Yo descartaría que ERC ahora mismo se sintiera lo suficientemente fuerte como para subir el listón de sus exigencias. Se habla mucho de sumas y restas de diputados, y poco de contenido: no veo a ERC exigiendo que Junts se aparte de la mesa, porque Junts todavía es determinante en Madrid, ni veo a ERC negociando un referéndum o una financiación “inconstitucionalmente” singular. Veo poco que ofrecer, veo poco margen para pedir, y veo que ni siquiera se podrá hablar de la anomalía que supone estar regidos por un Estatut no votado por los ciudadanos. Veo que muchos quieren liquidar ya no el procés, sino las genuinas reclamaciones catalanas ya desde la época Montilla, y transformar a Catalunya definitivamente en una autonomía más. Un plató, una pasarela de moda donde exhibir modelos con sombreros cordobeses mientras se van cargando el patrimonio colectivo, alienando la identidad, despreciando a la población y reprimiendo cualquier protesta en nombre del “orden”.

Si no hay repetición electoral, esta es la oferta de Illa, quiero decir de Sánchez. Hacer un Collboni no es una simpática circunstancia electoral que por aritmética tiene un resultado equis. Es una estrategia de fondo, con intención ideológica, con una clara intención homogeneizadora. A veces te hacen falta los Comuns, o el PP, o Manuel Valls. A veces hacen falta más: jueces y policías. Y otras veces, simplemente, solo les hace falta nuestra estupidez. Por tanto, vamos a ver: ¿lo de hacer un Collboni no se puede hacer, en sentido inverso? ¿Solo pueden hacerlo unos? Lo hicieron contra Trias, pero también contra Ernest Maragall: ¿no nos dice nada? ¿No se pueden aparcar las diferencias entre partidos independentistas para favorecer una causa mayor y una estrategia nacional, pero en sentido contrario? ¿No se puede dejar a Sánchez e Illa con un palmo de narices y hacer, ahora sí, “respetar” nuestra lengua, historia y cultura? ¿O todavía no hemos aprendido la única manera de hacerles saber en qué consiste exactamente el respeto?