Los humanos nos tenemos que adaptar a las condiciones contingentes que nos limitan. Vivíamos en el tiempo, a pesar de los intentos poshumanistas de estirar este tiempo como un chicle. Cuando entras en un hospital —de visita— el tiempo aparece con otra modulación. El tiempo con los enfermos, y el tiempo de los enfermos, es un tiempo mucho más intenso, y es un tiempo de alarma. Hace pensar más. En las conversaciones con los pacientes, te comunican que los doctores necesitan tiempo para ver cómo evolucionan después de una intervención. Te hacen saber lo afortunado que eres por tener tiempo, tú que estás fuera de la estructura hospitalaria, y te hablan de lo que harán cuando salgan y vuelvan a poder domar ellos mismos el tiempo. Pero la más interesante de estas conversaciones, sea con gente joven o con personal mayor, es que te piden que reconsideres tu tiempo, que reflexiones, que pienses en cómo lo administras.
El tiempo no existe, nos decía un profesor, nos lo hemos inventado, es una convención para tener unas mínimas coordenadas que nos pongan orden. Sin ponernos existencialistas, sea un invento o no el bienaventurado tiempo, lo que es cierto es que Usted está invirtiendo el pequeño tiempo de ahora mismo en leer estas líneas, como yo lo he dedicado unas horas antes a escribirlas, y este tiempo se ha acumulado y no lo podemos detener como en un partido. Es inexorable. Los sabios dicen que huye, los catastrofistas que ya no queda tiempo para nada, los eufóricos positivistas que tenemos todo el tiempo del mundo y más. El tiempo ha marcado la narrativa de las religiones, que aparecen en un momento determinado de la línea del tiempo. Las religiones abrahámicas, que son la mitad de las que existen y que engloban a judíos, cristianos, musulmanes y en algunos casos también a los Bahá'is, son tradiciones basadas en una concepción del tiempo de raíces semíticas. En los textos bíblicos el tiempo viene regulado por voluntad divina, y nadie sabe cuándo le llegará su tiempo.
El profetismo también se vincula a un tiempo que no viene regulado por nosotros. De hecho, leer los Salmos nos lleva a abrazar el momento y vivir el Carpe Diem, porque nos damos cuenta de que somos vapor, que nuestros días no se alargan más allá de la longitud de un palmo, y frases que continuamente nos recuerdan que estamos aquí de paso, que será breve, que nos desvaneceremos. Invertir bien el tiempo es uno de los mejores retos para gestionar nuestra vida. Dosificar a quién le dedicamos tiempo y a quién se lo recortamos es un ejercicio de sabiduría cósmico que requiere tiempo para pensar, descartar, escoger y priorizar.