La del miércoles será quizás la primera Diada de la democracia reciente con un españolista al frente de la Generalitat. Si echamos un rápido vistazo, desde 1980 y hasta hace un mes escaso, de Pujol a Aragonès, todos los presidents —con matices— han sido catalanistas, nacionalistas o independentistas. Incluso en la época de los dos tripartitos —última y única referencia del PSC en el Palau, de 2003 a 2010—, el país era gobernado con el epicentro en Barcelona. Maragall impulsó el nuevo Estatut (aquel que tenemos vigentemente recortado por el Constitucional y que, por lo tanto, no es lo que votamos la ciudadanía en 2006) y Montilla ya hablaba de desafección con España y, a pesar de las diferencias ideológicas, tuvo la decencia de ausentarse del Senado el día que se votaba el artículo 155. Asistimos, pues, a un 11 de septiembre de catalanismo aguado, por no decir de españolismo crecido.

Del famoso apoyaré de Zapatero, que quedó en agua de cerrajas, a la bicoca de la financiación singular de Sánchez, que ahora resulta que será plural y para todo el mundo (vuelve el café), los engaños del Estado español han sido constantes y conocidos. Mande quien mande, se incumplen sistemáticamente promesas y las pocas que llegan a buen puerto lo hacen de manera sesgada. Una cosa es anunciar una inversión y otra es ejecutarla. Y así ir mareando la perdiz. Y así ir perdiendo hasta la camisa, sufriendo un espolio fiscal que afecta a los independentistas y a los que no lo son (que eso les cuesta entenderlo) y, sobre todo, afecta —entre otros— a la sanidad, la vivienda, las infraestructuras ferroviarias, el medio ambiente o el campesinado. Justamente las cinco grandes temáticas que este año la Asamblea ha escogido para la manifestación de pasado mañana, para resaltar la necesidad de un Estado propio, la actualidad del mensaje independentista y la voluntad de hacer camino.

Seguimos de pie como nación, peores etapas históricas hemos superado. Somos un eslabón. Construyamos justicia y futuro. Volvamos a las calles y vía fora, que todo está por hacer y todo es posible. ¡Nos vemos el 11 de septiembre!

De Felipe V a Felipe VI, tres siglos de diferencia, la misma imposición, la misma monarquía. De la Guerra de Sucesión al cepillo de Alfonso Guerra. De Napoleón a los Borbones. Del Estado Catalán a la represión de Primo de Rivera. De Companys al franquismo asesino. De la primera Assemblea de los años 70 a la actual, refundada en 2011 y presidida hoy por Lluís Llach. De la breve República Catalana de 1931 y Macià, a la brevísima de octubre de 2017 y Puigdemont. Venimos de lejos y de la misma manera que un desengaño de pareja no nos hace dejar de creer en el amor, la traición de una amiga no nos hace alejarnos del concepto de amistad o una derrota deportiva no nos hace abandonar la lucha por la victoria, tampoco el desencanto actual con la clase política y sus miserias nos debería hacer perder de vista el objetivo final conjunto: la independencia.

Cuando en 2005 nace la Plataforma pel Dret a Decidir, impulsada por varias entidades y la sociedad civil, pocos pensaban que en septiembre de 2009 en Arenys de Munt se haría la primera consulta popular, ni que cinco años después llegaría el 9N, ni que tres más tarde estallaría el mejor país con el referéndum del 1 de octubre (violencia policial española incluida). En todas y cada una de estas acciones pacíficas, democráticas y de autodeterminación, la gente hemos estado al frente. A los partidos los agarramos a contrapié y tuvieron que ir subiendo al carro a medida que el pueblo estirábamos. Y ya sabemos que en todas partes cuecen habas y que ninguna sigla está exenta de la mediocridad instalada en la clase política y que cada casa es un mundo y cada persona un misterio, ya... pero demasiados exilios nos preceden para caer ahora en el desánimo.

El trabajo lo hacen los cansados, decía mi yaya. Levantémonos, pues, que el rumbo no está perdido: lo que no encontramos es el camino y vagamos desperdigados, pero a dónde queremos ir sí que lo tenemos claro y si dejamos de avanzar no llegaremos. Por eso toma todavía más sentido el eslogan de este año de la convocatoria: Fem més curt el camí [Hagamos más corto el camino]. Porque quizás ya no es tiempo de conseguir hacer huir a un Borbón a todo correr, como pasó con Alfonso XIII hace casi cien años y, no obstante, tenemos más poder del que mis pensamos. Que si les hicimos subir al carro entonces, ellos no nos tendrían que hacer bajar de ahí ahora, tanto si son fuerzas soberanistas como si no. A unos, exigirles. A los otros, combatirlos. A todos, persistencia e inteligencia. Seguimos en  pie como nación, peores etapas históricas hemos superado. Somos un eslabón. Construyamos justicia y futuro. Volvamos a las calles y via fora, que todo está por hacer y todo es posible. ¡Nos vemos el 11 de septiembre!