Incluso los más escépticos con el proceso de negociación iniciado en Ginebra, quiero decir no los escépticos con los resultados (eso lo somos todos) sino con la negociación misma, deben admitir que ha costado mucho llegar hasta aquí. Me estoy refiriendo a los que realmente analizan las cosas para sacar conclusiones reales, no a aquellos que llevan años decidiendo que nada les parecerá bien hasta que el tiempo gire hacia atrás y volvamos al 2017. Ha costado pagar la factura de la represión y de la suspensión de la autonomía, el encarcelamiento y exilio de líderes políticos y sociales, la división de los partidos, las victorias judiciales y diplomáticas que lograron inmunidades, indultos o modificaciones penales, la insultante indiferencia de los países europeos, la vulneración de derechos fundamentales y el deber de vivir en un Estado donde el lawfare y el espionaje se practican de forma descarada y casi explícitamente admitida. Haber llegado a movernos de todo esto, debatiendo el tema bajo los focos europeos y con mediador interpuesto, y con capacidad para ir más allá de pactos coyunturales, ha costado tanto que me resisto a considerarlo fruto solo de una carambola al Congreso de los Diputados. Lo atribuyo a esa palabra que también tiene nombre de robot espacial explorador en Marte: perseverancia.
Llegados aquí, creo que sería un error moverse de esta actitud. Es decir: se trata de llegar hasta el final de la cuestión, acabe como acabe. Me importa relativamente si el acuerdo final es bueno, malo o espantoso: creo que en este caso lo importante es el proceso, a riesgo de que me tilden de procesista, porque pienso que la situación es lo suficientemente interesante y nueva como para dejar que concluya. Tuve la misma sensación cuando se votó el Estatut, momento en el que aposté por el "sí" bajo la misma reflexión: pase lo que pase, si las cosas se agitan, el invento me gusta. También me gusta cuando se agitan mucho más, claro, y cuando la atmósfera permite consensuar la necesidad de pasar a la acción revolucionaria, pero mientras esto no ocurre, o precisamente para que ocurra, creo importante llegar hasta el final de los procesos. Ver si es niño o niña, mirar si hay trigo limpio, llegar al final del camino. También pensé lo mismo en octubre del 17, por cierto, porque considero que cuando se llega a celebrar un referéndum unilateral, a ganarlo y dejar el reino de España contra la espada y la pared, hay que llegar hasta el final y rematarlo, aunque comporte el riesgo de perder: de hecho, lo perdido se llegó a perder igualmente. Pero bueno, en el momento actual creo que es importante dar ese proceso por terminado y considerarlo parte de un proceso mayor, el de la independencia de Catalunya, que ahora vive su segunda temporada y que comienza con un primer capítulo poco trepidante, pero muy atractivo: yo lo titularía "como íbamos diciendo". Y, en este capítulo de la serie, Catalunya vuelve a pedir a España, pero ahora ante los ojos de un mediador y con la mirada atenta de Europa, cómo podemos resolver esto. No sabemos cómo acabará, cierto, pero sí sabemos una cosa: acabe como acabe, la temporada es prometedora.
Pase lo que pase, si las cosas se agitan, el invento me gusta
Las cosas, cuando se empiezan, deben hacerse hasta el final. Si toca realizar la revolución, se hace hasta la última trinchera; Si toca hablar, se hace hasta el último minuto del último plazo que pueda tolerarse; Si se pone en marcha un procedimiento judicial que puede hacer ganar toda la causa entera, se deja que este procedimiento judicial llegue hasta el pronunciamiento final de las máximas instancias europeas. Cierto es que Pedro Sánchez ha empezado incumpliendo con el catalán en Europa (reservándose siempre una excusa que traslada la responsabilidad a otros, como es su costumbre), pero eso ha hecho solo más interesante saber cómo reaccionaría Puigdemont: en este caso, en lugar de romper la baraja, el presidente ha hecho una advertencia cara a cara ante el Parlamento Europeo. Y también era interesante saber cómo reaccionaría Pedro Sánchez, a quien ya se le empieza a desfigurar su codiciada imagen de "bueno de la película". Los ingredientes son buenos, el argumento es sugerente y el conflicto de la trama es el de siempre. Para saber cómo continúa, es necesario llegar hasta el final de cada parte. No se puede matar al jugador al otro lado de la mesa de póquer solo porque esté demostrando ser un tramposo: hay que llegar al final de la partida para que el espectador, o el juez, o la ciudadanía, entienda por qué es necesario matarlo lo o por qué, simplemente, hay que dejarlo en evidencia como hace Paul Newman en esa partida sobre un tren en "The Sting". Dejar que el adversario pierda los nervios (y la credibilidad) es una opción. Y en un ambiente de diálogo con mediador, creo que es una buena estrategia negociadora.
Soy escéptico en lo que respecta a los resultados. Sin embargo, si sabemos hacer las cosas bien y emulando a la famosa cita de Séneca, cualquier resultado nos será favorable. A mí lo único que me preocupa es saber qué haremos nosotros, qué plan tenemos, qué nos va a tocar activar, en cualquiera de los dos casos. Porque, y de eso no me cabe ninguna duda, a mitad de esta temporada (denle un año y medio) las cartas quedan al descubierto y alguien de los protagonistas muere. Perdonen el espóiler.