Hace catorce meses, desde noviembre de 2023, que Pedro Sánchez vuelve a presidir el gobierno español gracias a los votos de JxCat. Un apoyo que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no ha recibido ninguna contrapartida, salvo el detalle no menor que los herederos de CiU —y ERC también— pudieron formar grupo propio en el Congreso, cuando en función de los resultados electorales de julio del mismo año en realidad no les correspondía, y mantener así un nivel de ingresos que de lo contrario habrían perdido. Pero aparte de eso, nada de nada: ni catalán en Europa, ni traspaso integral de las competencias de inmigración, ni ningún cumplimiento de ninguno de los compromisos adquiridos.

Los de Oriol Junqueras también permitieron que el líder del PSOE continuara en la Moncloa y ahora, catorce meses después, también se quejan amargamente de que no les ha hecho caso en nada. La solución, para ERC, pasa por no negociar nada más mientras no se cumpla lo que se había acordado previamente y, para JxCat, por suspender la negociación política con el gobierno español sobre cuestiones sectoriales. Expresado con palabras diferentes, unos y otros vuelven a plantear, después de años de diferir, lo mismo, que traducido quiere decir que no los busquen para aprobar ni el presupuesto español ni el presupuesto catalán de este 2025 ni para validar los decretos leyes que el gobierno del PSOE debe llevar necesariamente al Congreso, si antes Pedro Sánchez no da salida a todo lo que les prometió para que lo votaran por enésima vez.

Porque resulta que no es la primera ocasión, ni la segunda, ni quizá tampoco la tercera que, desde la moción de censura con la que en 2018 el líder del PSOE desbancó a Mariano Rajoy, lo votan a cambio de no se sabe exactamente qué o directamente a cambio de nada. Y es bien sabido, como dice el proverbio árabe, que si te engañan una vez, la culpa es de quien te engaña, pero si te engañan dos veces, la culpa es tuya y, como añade graciosamente un perfil de Twitter que responde al personaje de ficción Atticus Finch —protagonista de la novela Matar a un ruiseñor de la escritora norteamericana Harper Lee que en 1960 le valió el Premio Pulitzer y llevada al cine en 1962 con Gregory Peck en el papel principal—, “si te engañan muchas veces es que estás pactando con el PSOE”. La incógnita, pues, es saber si se trata de un nuevo ultimátum, el enésimo, pero esta vez definitivo, o sencillamente de un pelotazo hacia adelante, también el enésimo, para ganar tiempo y basta.

La gente está hasta las narices de que la engañen, pero de todos, sin excepción, porque todos juegan con sus sentimientos por puros intereses partidistas, por pura politiquería

Si es esto último, es hacerle el juego a Pedro Sánchez, que precisamente desde el primer instante lo que busca es ganar tiempo para que la legislatura vaya corriendo. De momento ya han corrido catorce meses, los que él ha ganado y los que JxCat y ERC han perdido. De hecho, no ha hecho más que ganar tiempo desde que llegó a la Moncloa —de esto pronto hará siete años—, y en buena parte lo ha podido hacer gracias al camino que le han allanado los partidos de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Que ahora se lamenten desconsoladamente es solo la constatación de lo mal que han procedido durante todo este tiempo. La concreción del ultimátum de JxCat en el rechazo en el Congreso del llamado decreto ómnibus del gobierno del PSOE —que incluía la revalorización de las pensiones o el mantenimiento de los descuentos en el transporte, entre otras medidas— debería hacer pensar, sin embargo, que esta vez la cosa sí va en serio. Pero como también tantas veces no ha acabado haciendo lo que había dicho que haría, hay motivos más que sobrados para ponerlo de entrada en cuarentena.

Cuánta razón tiene, en todo caso, la portavoz de JxCat en la cámara baja española, Míriam Nogueras, cuando con su suficiencia habitual proclama que “estamos hasta las narices de que engañen a la gente”. Es verdad, la gente está hasta las narices de que la engañen, pero de todos, sin excepción, porque todos juegan con sus sentimientos —los de los jubilados, los de los pensionistas, los de los estudiantes, los de los trabajadores...— por puros intereses partidistas, por pura politiquería. De los de Carles Puigdemont también está hasta las narices, porque tampoco se encuentran en condiciones de dar lecciones de nada dado que desde 2017 se puede decir que no han hecho otra cosa que engañarla. Estaría bien, aun así, que JxCat explicara en qué nueva jugada maestra se basa su posición. Porque no debe ser que para hacerle la puñeta al PSOE se ha equivocado eligiendo una de esas cuestiones tan impopulares que, encima, facilita la demagogia barata de la contraparte.

Si se trata de un ultimátum de verdad, la consecuencia debería ser inmediata, dejarse de historias y romper relaciones con el PSOE allí y con el PSC aquí

Es una vergüenza comprobar el tacticismo con el que en este asunto actúan todos en una competición de a ver quién es más mezquino que el otro. Porque resulta que Pedro Sánchez, lejos de amedrentarse por haber quedado en minoría de manera tan flagrante, está decidido a aguantar el tipo tanto como sea necesario y a responsabilizar exclusivamente a los que le han tumbado el decreto ley de las consecuencias que el rechazo tiene en una parte sensible de la población. Pueden reclamarle tanto como quieran que convoque elecciones, que si él está determinado a agotar la legislatura lo hará. Ha demostrado ser lo suficientemente hábil para sobrevivir a las situaciones más adversas y, esta vez, para colgarle el muerto a JxCat, además de a PP y Vox. Y quizá no fuera desencaminado malpensar que en realidad los ha utilizado para que le hicieran el trabajo sucio, y todos han caído de cuatro patas mientras él se lava las manos.

A todos los agravios denunciados vinculados a la investidura de Pedro Sánchez, ERC debe añadir los incumplimientos derivados de la investidura de Salvador Illa, que si es president de la Generalitat es gracias justamente al apoyo de los de Oriol Junqueras. Aquí es donde entra en juego el traspaso, teóricamente también integral, de Rodalies o la consecución de una financiación llamada singular para Catalunya. Pero si los acuerdos adquiridos con JxCat están verdes, en el caso de los alcanzados con ERC brillan por su ausencia y las perspectivas de cumplimiento son a tan largo plazo que nada hace pensar que durante el mandato actual, ni que llegue al final, haya tiempo suficiente para que puedan convertirse en realidad. Más en un escenario en el que tanto el PSOE como el PSC se limitan a realizar toda clase de anuncios que no se traducen en nada.

Si, después de catorce meses de marear la perdiz, se trata de un ultimátum de verdad, la consecuencia debería ser inmediata, dejarse de historias y romper relaciones con el PSOE allí y con el PSC aquí. Si no, es que será solo un nuevo pelotazo hacia adelante. En el primer supuesto podría abrirse el panorama de un adelanto de las elecciones españolas, y quién sabe si incluso de las catalanas. En el segundo, unos y otros continuarían tirando como si nada. En estas circunstancias, una nueva cita con las urnas le iría muy mal a ERC, pero no está claro que a JxCat le fuera mucho mejor. Por eso, y a pesar de los aspavientos de todos, habrá que ver cómo evolucionan los acontecimientos para evitar que los que están hasta las narices les provoquen daños también a ellos.