La palabra hebrea “Hatikva” significa “esperanza”, y con esta palabra el poeta judío ucraniano Naftali Herz Imber esculpió un poema que en el primer congreso sionista, once años después, se convertiría en la letra de lo que sería el himno nacional de Israel. De hecho, “Hatikva”, junto con “Jaim” —que quiere decir vida—, son las dos palabras más referenciadas en todos los aspectos de la vida hebrea, desde las canciones y la literatura, hasta la vida religiosa. En el caso de “Jaim” incluso es la palabra que corona cualquier brindis festivo: “Lejaim”, es decir, “Por la vida”. Que estas dos palabras sean tan centrales en la cultura judía no resulta extraño, no en balde es un pueblo que ha tenido que luchar durante toda su existencia por la vida, es decir, por poder sobrevivir, y lógicamente ha tenido que abrazar permanentemente la esperanza. Ahora mismo, una de las canciones más populares entre la comunidad judía gira en torno al lema “Am Israel Jai” que quiere decir “el pueblo de Israel vive”, a pesar de los múltiples retos violentos que sufre.
Y desde el 7 de octubre de 2023 es la “hatikva” la que moviliza los corazones de todos los judíos del mundo, agobiados por la barbarie que sufrieron y la tragedia de 251 personas secuestradas y escondidas en los túneles del horror. De estas quedan ahora 94, aunque hay un número indeterminado que estarían muertas. Las edades y condiciones son diversas, con los hermanos Bibas, Kfir y Ariel como metáfora de la maldad extrema: Ariel tenía 4 años y Kfir tenía nueve meses. Justamente ayer cumplió dos años, es decir, más de la mitad de su vida en manos del terror. Durante todos estos largos meses, la angustia de las familias y de todo el mundo judío se ha vivido minuto a minuto, y cada vez con más espanto, especialmente cuando los liberados han podido explicar la barbarie que han sufrido. Si ha sido el infierno para los que ya han salido, muchos de los cuales con severos síntomas postraumáticos —incluido algún suicidio—, qué no será para los que quedan..., se preguntan diariamente los familiares. Por eso, el acuerdo de tregua entre Israel y Hamás que representará la liberación de 33 secuestrados, ha disparado las esperanzas en los familiares y en toda la comunidad judía, diáspora incluida, que vive con la misma intensidad el trauma del 7 de Octubre. Así me lo expresaba un judío uruguayo: “el 7-O me hizo explotar el ADN”.
Hoy, pues, si nada lo estropea, empieza la cuenta atrás del retorno de algunos de los secuestrados y con ellos, un respiro en la guerra. Por descontado, el acuerdo es tan esperado como criticado dentro de Israel, por las enormes concesiones a Hamás que representa, entre otras la liberación de centenares de terroristas, muchos de los cuales dirigentes y con delitos de sangre. Hay que saber que en la memoria de los israelíes está muy presente la liberación del joven Guilad Shalit, que implicó la libertad de 1027 prisioneros palestinos. Según los datos del Shin Bet, el 82% de los liberados volvieron al terrorismo, el 15% perpetraron asesinatos y uno de ellos, Yaya Sinwar, fue el cerebro del pogromo del 7-O. Con un añadido igualmente preocupante: un 50% se instaló en Cisjordania, donde también retornaron a prácticas terroristas. Con estas contundentes evidencias, es normal que el acuerdo provoque en la mayoría un sentimiento antitético de aceptación y rechazo al mismo tiempo, no en balde todo el mundo quiere ver las imágenes del retorno de los secuestrados y todo el mundo teme que represente un refuerzo de la dañada estructura de Hamás. Sobre todo, el miedo a que se organice y se refuerce en Cisjordania, donde podría crearse una nueva Gaza terrorista. Las desazones y las preocupaciones existen, tanto como la esperanza, la dualidad eterna que se vive en Israel.
No es un buen acuerdo, ni es el mejor acuerdo, pero es el único acuerdo que se ha podido firmar, y con él, la vida y la esperanza se abren camino
En todo caso, hay que recordar algunos aspectos positivos, aparte de los propios humanitarios, en ambos bandos. No olvidemos que tanto los israelíes como los palestinos están sufriendo mucho, y que la tregua les da un tiempo de paz. ¿Definitivo? De momento este es un término inimaginable en la región.
Pero más allá de la evidente cuestión humanitaria, hay algunos datos esperanzadores. El primero, el hecho de que Hamás no ha sido destruida completamente, pero está muy condenada y ha perdido a miles de sus militantes. Hay que recordar que, de los muertos que ha habido en esta guerra, una parte muy sustancial no son “civiles” sino miembros del grupo terrorista, que son los que han mantenido la guerra con el ejército israelí. En el bando del Tsahal han muerto más de 900 soldados, la mayor parte de los cuales muy jóvenes.
Al mismo tiempo, si Hamás está muy destruido, también ha cambiado el paradigma en toda la región, con Hizbulá desmontada, Asad caído e Irán en proceso de debilidad, tanto interior como exterior. La posibilidad real de un cambio definitivo de paradigma, con la firma de los Acuerdos de Abrahán con Arabia Saudí en el horizonte, refuerza los buenos augurios.
Con esta perspectiva, es posible imaginar que si la tregua aguanta, se pueda plantear el día después en Gaza, donde sin duda harán falta dos cosas: impedir que Hamás la gobierne nunca más; plantear un Plan Marshall de reconstrucción; y discernir cómo y de qué manera se gobierna en el proceso de transición; y cómo encaja en el dibujo la Autoridad Nacional Palestina. Todo eso, sin embargo, pasará en las próximas semanas y meses, y la esperanza es tan real como lo es la incertidumbre. Sea como sea, a partir de hoy, si nada lo tuerce, 33 familias podrán romper el ciclo de dolor y violencia que empezó el 7-O con la barbarie de Hamás, aunque el impacto emocional de cómo estarán los liberados será brutal. Dolor y al mismo tiempo resiliencia, la dualidad del pueblo judío...
En todo caso, la evidencia del acuerdo que hoy se implementa es irrefutable: no es un buen acuerdo, ni es el mejor acuerdo, pero es el único acuerdo que se ha podido firmar, y con él, la vida y la esperanza se abren camino. ¿Durará mucho? Dure lo que dure, es un respiro momentáneo para ambos pueblos. El reto es que sea perdurable.