Ya están todos y las fichas echadas al tablero del 2023. En los círculos políticos, prematuramente activos desde hace una semana, se dice que no empieza un curso político, sino la gran batalla. No es una carrera electoral, es un sprint ultrarápido, con un buen aguante de fondo sumado a múltiples paradas en los rings de la actualidad. Quienes han arrancado la temporada más fuerte son el PSOE y el PP, conscientes de que la fuerza electoral con la que lleguen a las generales marcará la repetición de la coalición progresista o el cambio de ciclo conservador. En medio, la cita flotante de las autonómicas y generales. En la batalla final, no será el entendimiento del bipartidismo con su homólogo más débil lo que permita hacer gobierno, sino quién se distancie más del otro y cómo sumen. 

Las andaluzas fueron el revulsivo irreversible del PSOE. Pedro Sánchez pudo haber tenido una segunda crisis de gobierno, pero decidió hacer cambios en el partido y en la Moncloa con un efecto más eficaz que un reajuste de carteras. Ferraz ha vuelto a la vida. Los periodistas acuden a briefings y off the records con la ministra y vicesecretaria del PSOE, María Jesús Montero y el secretario de organización, Santos Cerdán. Las ruedas de prensa se han vuelto a llenar y el partido socialista marca la acción política del gobierno. El partido, desaparecido como actor principal hasta ahora, ha vuelto. Con Ferraz activo, la coordinación con Moncloa y los territorios de cara a mayo vuelve a funcionar. El Gobierno tendrá su propio lema, al estilo de ‘España crece’, mientras el partido baja a la arena. La próxima cita será la pelea por Sevilla, Madrid, Barcelona o Zaragoza. En un ciclo donde los socialistas tienen más ventaja que en el anterior (Murcia, Madrid, Andalucía) y con numerosas plazas que puede mantener: Valencia, Baleares, La Rioja, Extremadura, Castilla La-Mancha y otras tantas.

La puesta a punto del PSOE presiona también a Yolanda Díaz. En Ferraz acaban de inaugurar el eslogan de las autonómicas: “El Gobierno de la gente” —muy de Unidas Podemos—. Y Pedro Sánchez ha anunciado una gira de hasta 30 eventos por toda España con asambleas abiertas con alcaldes y concejales en cada territorio, conjugando lo orgánico y la calle. Salir de la cápsula de la Moncloa y de Bruselas para volverse de carne y hueso de aquí a mayo. Algo así como el proceso de escucha de Yolanda Díaz, que no llega puesto en marcha en cuestión de horas.

No empieza septiembre, empieza la gran batalla. No es un curso más, es una carrera electoral sin precedentes

Sin proceso de escucha pero con la agenda clara. Yolanda Díaz ha marcado los temas a la vuelta de vacaciones con dos ejes claros: Subida del salario mínimo (SMI) del lado de los sindicatos y pulso a la patronal. A pesar de los 14 acuerdos anteriores con la CEOE, esta vez la campaña endurece el discurso. Y el contexto le favorece. Con una pérdida de poder adquisitivo de 10 puntos, Antonio Garamendi tendrá que sentarse a negociar a pesar de las elecciones en la CEOE del próximo noviembre. A Díaz no se lo está poniendo fácil Podemos, pero tirando de hemeroteca, Pablo Iglesias tampoco tuvo alfombra roja para armar la coalición del frente de izquierdas en cada cita electoral. La suma de partidos y movimientos, sin estructuras territoriales fuertes como las del PSOE y el PP, con los egos propios de cada marca y la pelea natural de cada uno por su cuota de poder ha sido el ADN del espacio morado y de izquierdas desde su origen. 

Y además, vuelve Podemos. Las elecciones andaluzas coincidieron con la primera refriega en la coalición de izquierdas. El resultado (cinco escaños) fue peor que el de Gaspar Llamazares y Cayo Lara. Un revulsivo para los morados que han decidido recomponer el partido, fortalecer los cuadros y prepararse para las autonómicas y generales. Frente al “creo que no llegamos” de Yolanda Díaz al “hay que llegar como sea” —según comentan— para defender los resultados en cada territorio. Para entonces, Yolanda Díaz debería ser la auctoritas de todas las marcas, la lideresa que apoye a cada partido del frente amplio en cada comicio. Para las generales, Podemos debería tener un cuadro de candidatos y candidatas a las listas más nutrido que el de hoy.

Mientras, Feijóo ha vuelto nervioso. El presidente del PP disfrutó de un privilegio difícil en estos tiempos. Cien días de gracia, en los que se creció en las encuestas, dando por hecho que la ola lo llevaría a la Moncloa por mera sustitución del adversario. En Génova 13, mientras la portavoz Pilar Alegría comparecía en Ferraz, salía el líder del PP, traje oscuro, tono presidencial, pidiendo un cara a cara en el Senado, lamentando que el PSOE tenga a cada ministro y ministra desmontando y atacando la estrategia de los populares por y en todos los medios. Muy propio de política nacional y con lo que Feijóo no contaba. La campaña eterna pedirá propuestas y alternativas de los populares. Desde la reducción de la inflación, la crisis energética o las pensiones. Además de un modelo de Estado para Catalunya o el País Vasco. Demasiados deberes pendientes para dar las generales por ganadas. 

Así que no empieza septiembre, empieza la gran batalla. No es un curso más, es una carrera electoral sin precedentes. Con un contexto geopolítico exterior bastante más convulso que el nacional. Tanto que puede arrastrar a Pedro Sánchez si vienen muy mal dadas. Como se dice en la Fórmula 1, el que parpadee se lo pierde.