El concepto «Navidad» ha evolucionado mucho a lo largo de la historia: empezó siendo una conmemoración humilde del nacimiento de Jesucristo sin demasiadas pretensiones consumistas, y ha acabado siendo una fiesta consumista en la que se come hasta reventar para tapar las discordias familiares. Estoy segura de que hay muchas familias que viven en armonía y que tienen muchas ganas de reunirse y celebrar la Navidad juntos, pero también es cierto que hay muchas familias —cuyos miembros no se pueden ver ni en pintura— que, por no desentonar con el resto de la sociedad, se sienten obligadas a reunirse cuando es lo que menos les apetece (muchos miembros de estas desdichadas familias se inventan enfermedades para evitar estos reencuentros).
Pero sigamos con la historia de la Navidad: inicialmente, la Navidad se celebraba el veinticinco de diciembre (el día que supuestamente nació Jesucristo), pero, actualmente, en agosto ya empiezan a colgarse las primeras guirnaldas y en el septiembre ya se oyen villancicos en todos los centros comerciales. Lo de empezar la Navidad en agosto, quieras que no, se hace pesado. Como dice el dicho: las celebraciones, cuanto más cortas, mejor. Las cosas, si se alargan mucho en el tiempo, se acaban haciendo pesadas y dejan de tener encanto y misterio. Y las personas, como yo, que no nos gusta celebrar la Navidad, pues ya os podéis imaginar como quedamos de agotados. No me malinterpretéis, entiendo perfectamente que se preparen las cosas con tiempo para no llegar a misas dichas, pero ¿es necesario empezar tan pronto? Tengo un vecino que empezó a montar el pesebre en agosto y en septiembre ya tenía lista la escudella i carn de olla (se ve que encontró una oferta en el súper y no se lo pensó dos veces). Si fuera por mí, ni empezaría, pero vivimos en sociedad y se tienen que respetar las ilusiones de los no creyentes que tienen ganas de celebrar fiestas religiosas.
Pero mi pesadilla de Navidad no termina aquí, porque ahora no solo se celebra la Navidad, sino que hemos adoptado todas las festividades del planeta Tierra (parece que los humanos nos aburrimos y queremos pasarnos la existencia celebrando cosas sin sentido). Nos pasamos el año celebrando fiestas que no sabemos ni de dónde han salido, pero que, mira, es la excusa para comprar más regalos y pedir más créditos al banco para poder llegar a fin de mes. Eso sí, «Lo hacemos por los niños, que les hace ilusión», dice todo el mundo. Claro que sí, todo sea por la ilusión de los niños. Qué bonito es reunirse en Navidad y notar todo el amor familiar y amar a todo el mundo que lo pasa mal. Pero solo en Navidad, ¡eh!, el resto del año, que cada uno que espabile.
En definitiva, estás obligado a celebrar la Navidad, sientas amor por la humanidad o no, tengas ganas de reunirte con tu familia o prefieras estar en la otra punta del mundo. La Navidad y todas las fiestas son una obligación moral para que esta sociedad funcione y para que no se desvíe nadie del camino que nos han trazado.
Y decidme, ¿quién carajo es Papá Noel? ¿Qué tiene que ver conmigo y con mi entorno cultural? Ya os lo diré yo: nada —pero a las multinacionales les va muy bien que te encapriches y te haga gracia. La Navidad ha pasado de ser un momento de humildad y amor, a un momento de hipocresía para calmar las malas conciencias y enriquecer a unas cuantas empresas. Conmigo, que no cuenten; vosotros haced lo que más os apetezca, faltaría más.
Y ahora os dejo un vídeo en el que se me ve preparando la Navidad de este año con mucha ilusión.