No hace falta ser muy listo para ver que la globalización ni funciona ni funcionará jamás; creo que ya nos ha quedado más que claro (a aquellas personas que estamos dispuestas a ver la realidad y a no mirar hacia otra parte). Básicamente porque nos vendieron gato por liebre; y, aunque a mí personalmente me encantan los gatos, estas cosas no se hacen, es deshonesto y perverso. Nos quisieron hacer creer que con la globalización todos tendríamos los mismos derechos y deberes y las mismas oportunidades. Supongo que no es necesario que os ejemplifique que no ha sido así. También nos tomaron el pelo haciéndonos creer que una cultura global nos convertiría a todos en hermanos y seríamos muy felices y comeríamos muchas perdices. ¿Alguien ha comido alguna que no llevara veneno? Nunca habíamos estado tan descolocados mentalmente como ahora. La idea de uniformizar a la población mundial es muy romántica, pero la única uniformización que están potenciando es la de anular la subjetividad de cada uno y la de hacer desaparecer las diferentes culturas que existen en el mundo. Es decir, nos están eliminando todos los referentes culturales con los que nos sosteníamos psicológicamente y nos están imponiendo (de la forma más sutil posible) una forma de pensar global y única. Nada que no dijera George Orwell hace unos cuantos años en alguna de sus novelas (1984, Animal farm), que no insinuara magistralmente Charles Chaplin en alguna de sus películas, como Modern times, o que no haya analizado Slavoj Žižek en alguno de sus libros, como Living in the End Times. Han convertido las tradiciones en folclore de supermercado para el turismo.

Es mucho más rentable hacernos sentir como en casa y hacerse suyas nuestras tradiciones, como celebrar Sant Jordi en Madrid

Si esta idea la trasladamos a España, veremos que están siguiendo la misma estrategia para borrar a Catalunya del mapa. Si no puedes vencer al enemigo, absórbelo. Se han dado cuenta, después de muchos años, de que la prohibición (la estrategia que emplearon desde el franquismo hasta ahora) solo provoca rebeldía y que es mucho más rentable hacernos sentir como en casa y hacerse suyas nuestras tradiciones, como celebrar Sant Jordi en Madrid. Convertirán la cultura catalana en un “Ya es primavera en el Corte Inglés”. Con el paso del tiempo, las nuevas generaciones creerán que San Yordi nació en Carabanchel (Madrid) y que salvó a la princesa de un dragón que venía de Olot. Y que de la sangre del dragón brotó una morcilla y que por eso, cada 23 de abril, los enamorados se regalan morcillas. Esto, por un lado, y por el otro, harán lo mismo con el catalán: se apropiarán de otras tres o cuatro palabras catalanas para integrarlas en el castellano para que estemos contentos (saben que los catalanes lloramos de emoción y nos bajamos los pantalones cada vez que un castellanohablante pronuncia una palabra en catalán) y dejarán que el resto de palabras vayan desapareciendo por sí mismas en un proceso de sustitución lingüística, orquestado desde hace tiempo y que se enmascara con un no querer ofender al alud de recién llegados (estratégicamente colocados en Catalunya), que se ve que les resulta muy traumático aprender a hablar catalán porque es una lengua muy complicada que solo los grandes eruditos pueden descifrar y aprender. Y colorín, colorado, el catalán se habrá acabado.

Lo mejor de todo ello es que matarán nuestra lengua sin parecer los malvados de la película, sino todo lo contrario: lo disfrazarán todo con un discurso de tolerancia y de empatía hacia los recién llegados (típica estrategia de un estudiante de primero de manipulación al que le importan un rábano los recién llegados, a no ser que pueda sacar algún provecho de ellos) y nos harán quedar a nosotros como unos antipáticos egoístas si nos dirigimos a ellos en catalán en nuestra propia tierra. Y, sin que nos demos cuenta, estaremos bailando flamenco y sevillanas todos juntos el 11 de septiembre y aplaudiendo una corrida de toros el día de la fiesta mayor de nuestro pueblo. A menos que abramos los ojos de una vez y cambiemos nuestra actitud de sumisión por una buena autoestima y hablemos siempre y con todo el mundo en catalán. El futuro de nuestra lengua y de nuestras tradiciones depende de todos nosotros. Cada lengua tiene toda una historia única detrás que hay que conservar, y el catalán no es ninguna excepción.