Una peculiaridad de ser un país a medio hacer es que nuestras puertas giratorias también se han quedado a medio hacer. El lunes empezó la temporada en las dos principales radios del país y nos tuvimos que tragar, vendida como novedad un año más, la tertulia más rancia. Si sintonizas la radio un lunes cualquiera por la mañana en Catalunya, por una oreja puedes escuchar a Mireia Boya, Felip Puig, Joan Tardà, Esperanza García y Quim Nadal. Por la otra, a Mònica Terribas, Teresa Cunillera, Màrius Carol y Miquel Sàmper. También nos ofrecen a Àngel Llàcer, Ricard Ustrell o Lluís Gavaldà, nombres que representan la antítesis de la innovación porque hace lustros que están en cualquier sopa que se nos sirva. El problema de la sopa que nos ocupa, sin embargo, es que ni ellos son ninguna novedad ni a las radios les interesa de verdad que lo sean.
Las tertulias radiofónicas se han convertido en el Senado que no tenemos, el geriátrico de antiguos álguienes que se niegan a desaferrarse del sentimiento de escogidos por el destino que un día les otorgó la simple elección democrática. Debe ser jodido empezar la temporada de las "novedades" con este personal en la cartelera. Sabiéndolo, la alternativa de buscar contrapeso dando seccionitas a gente como Llàcer o Ustrell puede parecer atractiva y, sobre todo, fácil en el plano teórico pero, en la práctica, el resultado es la paradoja de tener que apagar la radio porque hace hedor a cerrado.
Las tertulias radiofónicas se han convertido en el Senado que no tenemos, el geriátrico de antiguos álguienes que se niegan a desaferrarse del sentimiento de escogidos por el destino
El problema del desprestigio de este tipo de espacios es que es una de las fuentes que muchos ciudadanos aprovechan para formarse una opinión sobre la actualidad, sobre todo la política. En la mayoría de casos, los tertulianos intervienen con consignas refritas de consignas refritas, y eso es lo que aportan a una especie de conversaciones donde parece que a todo el mundo le da pereza llegar al fondo de las cosas. Todo genera una cultura del debate donde es más importante que te inviten a la próxima temporada porque traes buen rollito al grupo que el hecho que lleves las intervenciones preparadas y aproveches el tiempo para decir las cosas con el nombre que crees que tienen. Es un poco la peor parte del carácter catalán hecha dinámica radiofónica: hacerte el simpático para evitar la confrontación. No sé hasta qué punto los encargados de hacer girar esta ruedecilla son conscientes del deservicio que hacen sobre la manera de pensar de los catalanes al perpetuar espacios de debate donde no se debate, solo se educa en manifestar aquello que se parezca más a una opinión que moleste lo menos posible. En un país pequeño como el nuestro, todo acaba siendo personal y, cuando ya has llenado los micrófonos siguiendo las cuotas de partido, puedes llenar las vacantes con las cuotas de amistad. Las tertulias son una gran piscina de Pilar Rahola en Cadaqués, en realidad. Con alguna excepción, claro está.
Perpetuar espacios de debate donde no se debate, solo se educa en manifestar una opinión que moleste lo menos posible
Este verano me he tomado la molestia de escuchar la programación matinal de RAC1. Para mi sorpresa —y en contra de mis prejuicios— no ha sido una catástrofe. Eran prejuicios fundados en que en verano en la tertulia hay gente de cuarta y quinta fila, haciéndolos en mi cabeza inmediatamente reproductores de los ecos típicos de las tertulias convencionales con la mitad de gracia. Es decir: peores. No ha sido del todo así, y no lo ha sido precisamente porque son gente de cuarta y quinta fila. Menos repantingados y más conscientes de estar donde estaban, casi agradecidos, en algunos se hacía evidente que las intervenciones tenían fundamento y nacían de un ejercicio de investigación previo. No hay que dar las gracias a nadie por tener espacios de tertulia donde la gente hace algo más que el eructo después del desayuno, porque esta tendría que ser la normalidad del país. Pero los medios se han ido dejando y, en una mezcla de pereza e intereses, nos han hecho creer que Mònica Terribas y Màrius Carol riéndose las gracias son todo el comentario de actualidad que merecemos, y que Ricard Ustrell y Àngel Llàcer son toda la novedad que nos pueden ofrecer. Si nos lo creemos o no, eso ya es cosa nuestra.