Jordi Pujol ya se puede morir tranquilo. Después de sufrir mucho y de tener mucha paciencia, el tiempo le ha dado la razón y su figura se encuentra, otra vez, en la posición que le corresponde, lejos de las manos sucias de Barcelona y de Madrid. No hay suficiente Catalunya para hacer la independencia, pero tampoco hay suficiente España para chafar la poca política nacional que se ha permitido hacer en este país. Pronto Josep Tarradellas será solo un aeropuerto que todo el mundo denominará El Prat. Con Pujol, en cambio, no han podido. Y después de las cosas que hemos visto y que veremos, dudo que nadie le pueda hacer muchos reproches.

Como escribió Lluís Prenafeta en la carta que envió al acto de homenaje de Castellterçol, Pujol ha sido y fue siempre el hombre más inteligente de su partido y del mundo político catalán. Todavía con 94 años, es el único dirigente capaz de hablar a los catalanes desde una mínima profundidad histórica sin quedar demasiado cursi, ni violentar el sistema de censura castellano liderado por La Vanguardia. También tiene todavía un estómago fuerte y parece que quiere enterrar con él, como si fuera un Faraón, a la corte de periodistas y políticos que quiere utilizarlo de bayeta, después de haber intentado robarle el partido y convertirlo en la cabeza de turco del “problema catalán”.

Pujol tuvo suficiente con una confesión ridícula, de folletín sudamericano, para hacer descarrilar el procés, cuando Catalunya tenía a favor el clima propiciado por el referéndum escocés. Con una carta tragicómica que habría tenido que hacer sonreír el país, avisó a todos los catalanes que las vedetes y los políticos del procés iban de farol mucho antes de que lo reconociera Clara Ponsatí. Por eso, al contrario de lo que muchos pensaban, el crecimiento del independentismo siempre se podrá atribuir a las políticas de Pujol, mientras que el 155 y el fracaso del 1 de octubre quedarán identificados con los políticos y los partidos que le daban lecciones de honestidad, de un lado y del otro. 

Es cuestión de tiempo que se empiece a ver que la herencia de Pujol no es la autonomía, ni el pactismo, sino las herramientas críticas que la experiencia del poder han dado a la conciencia nacional de los catalanes. La herencia de Pujol es el ejemplo que deja su triunfo personal en un contexto de represión política que va desde el inicio del franquismo hasta la revuelta nacional del 1 de octubre. La biografía de Pujol es la demostración que, en el fondo, nada es imposible, si se encuentran las circunstancias y las personas adecuadas. Lo que es imposible es dejar nada que sea perdurable por pura carambola, como se creían los papanatas que querían superar su legado con el procés.

Pujol ha sido y fue siempre el hombre más inteligente de su partido y del mundo político catalán

El Régimen de Vichy pasea a Pujol como un trofeo para intentar religar el pueblo catalán con las instituciones españolas, pero es Pujol quienes recoge los honores personalmente y quienes los devuelve a su gente para que el país pueda girar página y repensarse. Igual que el PP de los tiempos de Aznar, los partidos de Vichy querrían que Pujol fuera el techo del país, pero Pujol ya es solo una fuente de inspiración, un punto de partida. El país de Pujol (aquel que no sabía leer ni escribir en catalán, y estaba aislado de Europa por Castilla) ya no volverá, igual que ya no volverá la Catalunya de Prat de la Riba (aquella en la cual los patrones y los obreros se mataban por las calles, con la ayuda de los lerrouxistas financiados por los fondos reservados de la corona española). 

Pujol deja un país mucho más civilizado que el que encontró, pero en un mundo también más sibilino, volátil e inestable. Como ya pasó cuando murió Prat de la Riba, o cuando murió Francesc Macià, la desaparición del expresident dejará España más desorientada que Catalunya, que ya hace tiempo que espera su traspaso con las vitrinas preparadas. A diferencia de sus antecesores, Pujol busca marcharse al otro barrio despacio, haciendo pedagogía y explicando muy bien el trabajo que ha hecho, para que el vacío que dejará no nos tome por sorpresa y el techo español no nos vuelva a caer encima como hace un siglo, sobre todo si Europa vuelve a tener un mal momento. 

La propuesta de Pujol de rehacer el espacio de CiU no es una mala idea. Pero solo funcionará si se hace con figuras tan fanáticas y frías como la suya, o la de algunos que lo acompañaron en los primeros tiempos. Catalunya necesita políticos genuinos, idiosincrásicos, que estén arraigados como un árbol centenario a las corrientes subterráneas de la historia. Para saber mirar y para saber pensar, se tiene que saber sufrir, y cuando Pujol se retiró ya hacía tiempo que estaba demasiado solo, y que en Catalunya solo se veían figuras que huían adelante. Si Catalunya parece un pollo sin cabeza, es porque la mayor parte del país ha permitido que los lugares de responsabilidad se llenaran de gente inculta, incompetente y mercenaria. 

La ocupación española es un factor de corrupción, pero ya teníamos que contar con esto. Es lo que Pujol quería decirnos cuando, en el momento álgido del proceso, nos puso ante aquella carta que escandalizó a tantos patriotas de poca monta, tantos idealistas resentidos y tantos castellanos hipócritas. Supongo que el problema de la Catalunya que se está muriendo es que Raimon Obiols era un cobarde y Pujol no y que por eso incluso Salvador Illa y sus chicos ahora tienen que fingir que siguen sus pasos.