La delegada del Gobierno central en Madrid emite un comunicado anunciando que se prohíbe la entrada de banderas esteladas al partido de final de Copa del Rey. Las causas esgrimidas son que la estelada “es una bandera ilegal, ajena al deporte y que puede causar conflicto”. La realidad, sin embargo, es que –a través del deporte– asistimos a un episodio de restricción de libertades en el asedio que el Gobierno central ha impuesto a la sociedad catalana. Unas pretendidas condiciones preventivas –las de la delegada– que se aplican únicamente de forma restrictiva al símbolo del independentismo catalán, y sorprendentemente no se aplican ante la exhibición habitual –en los estadios de la capital española– de simbología que sublima el conflicto y la muerte. 

¿Una bandera ilegal?

Corrían los primeros años del siglo XX y la sociedad catalana empezaba a dibujar las líneas maestras de lo que sería el país que conocemos actualmente. La Revolución Industrial se había impuesto plenamente. Catalunya había superado los dos millones de habitantes y Barcelona los setecientos mil. Era el triunfo de las clases urbanas de tradición liberal y revolucionaria. Y el catalanismo –que había surgido durante la segunda mitad del siglo anterior– se consolida y alcanza la madurez social y política. El independentismo, surgido durante los primeros años del siglo XX, es el resultado de un movimiento político y cultural inicialmente federalista que –decepcionado– abandona definitivamente una idea catalana de España para dar forma a un proyecto de Estado catalán. Y la estelada es su símbolo. 

El año 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. Francia, Italia y Gran Bretaña contra Alemana, Austria-Hungría y Turquía. Al margen de los intereses económicos (que son la madre de todas las guerras), este conflicto enfrentaba dos modelos: el de la libertad y de la democracia contra el del autoritarismo y la aristocracia. España, incapaz de articular una respuesta en un sentido u otro, quedó al margen. En cambio, la sociedad catalana –almenos una parte de ella– se implicó. La respuesta la dieron los 12.000 voluntarios catalanes. La estelada fue el distintivo de sus unidades de combate. Y luchó al lado de la bandera tricolor francesa por los ideales de la República, de la Libertad y de la Democracia. La República francesa así lo reconoció. 

¿Ajena al deporte?

Durante los años veinte y treinta del siglo pasado, la práctica deportiva se convirtió en un fenómeno social y cultural. Las organizaciones políticas la promovieron e impulsaron, con la creación de una gran cantidad de entidades y de instalaciones. Un ejemplo paradigmático es el Camp d'Esports de Lleida, de 1919, construido por la Joventut Republicana, uno de los embriones de la futura ERC. La estelada, como símbolo reivindicativo, se exhibía en todas las manifestaciones sociales y deportivas donde estaba presente el catalanismo independentista. Poco después, sin embargo, llegaría la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y se prohibiría y perseguiría la exhibición o la manifestación de cualquier símbolo contrario a la monarquía y a la unidad española. 

En 1926, en plena dictadura, el Camp de les Corts fue clausurado seis meses porque el público silbó la Marcha Real. Aquel día no había esteladas. Pero es un hecho que guarda una relación histórica sorprendente con las pitadas al himno español en las finales de 2009, 2012 y 2015. En aquellas ediciones sí que había. El aparato judicial del Estado inició acciones contra la pitada. No contra las esteladas. Y, al final, resulta también sorprendente la relación entre el fracaso de estas acciones y la prohibición última de la estelada. Unos hechos que, vistos desde una perspectiva global, desenmascaran el dirigismo de quien, realmente, no tiene nada claro dónde acaba el hecho social estrictamente y empieza el espectáculo planificado como un instrumento de propaganda. 

¿Puede causar conflicto?

El 14 de Abril de 1931 –día de la proclamación del Estado catalán y de la República española– la estelada fue izada en el balcón de la Generalitat. Como un símbolo de libertad. Macià había ganado unas elecciones municipales que tenían un componente inequívocamente plebiscitario. Catalunya votó mayoritariamente a un presidente independentista. Nunca, hasta entonces, en la historia contemporánea de Catalunya una bandera partidista había suscitado un consenso social tan amplio. Acto seguido fue sustituida por la senyera. Pero, desde aquel día, la estelada alcanzaba la mayoría de edad y pasaba de la calle a las instituciones como un símbolo reivindicativo plenamente integrado en la normalidad civil y la cotidianidad social, política y cultural de Catalunya.

Pasada la noche oscura de los años de la dictadura franquista, la estelada recuperó su protagonismo. Las diferentes corrientes independentistas surgidas de la clandestinidad hicieron ligeras variaciones en su diseño. Triángulo amarillo, blanco o negro que representaban el independentismo marxista, el socialista o el anarquista, respectivamente. Con el paso de los años ha quedado reducida a dos diseños: triángulo amarillo y estrella roja (que utiliza la CUP) y el diseño tradicional de triángulo azul y estrella blanca (que utilizan ERC y CDC). En las últimas grandes manifestaciones (desde el 2010), los dos diseños han convivido en pro de un objetivo común y no han sido nunca motivo de disputa o de conflicto. 

Catalanofobia

Las Diadas de 2012, 2013, 2014 y 2015 son un hito primordial en la historia de Catalunya. La estelada ha sido, otra vez, el símbolo partidista que ha suscitado el consenso más amplio en la sociedad catalana. Por primera vez en la historia, de forma mayoritaria. Y la catalanofobia que han fabricado las élites españolas –desde la centuria de 1500– actualmente identifica la estelada como el símbolo ideológico del catalán malnacido y despreciable, que traidoramente desenmascara las inseguridades y las debilidades de la España atávica y eterna. Se refuerza la figura del catalán asociado con los valores más negativos, para ocultar –nuevamente y por enèsima vez– el fracaso de la españolidad fabricada por el poder. 

Prohibir la estelada no es una cuestión ni de seguridad ni de estética. Ni siquiera alcanza la categoría mínima de ignorancia. Ni la de imbecilidad, entendida esta desde la perspectiva filosófica que la conceptúa como la difusión de ideas de tono y contenido muy bajo. La prohibición de la esteladas es un ejercicio de catalanofobia. Prohibir la estelada es la respuesta visceral y acomplejada del nacionalismo español instalado en el poder. Es propaganda anticatalana que prefigura a los catalanes como los seres más ruines e indignos de las Españas. Es, básicamente, una maniobra de ocultación del fracaso más absoluto del proyecto de construcción nacional de España tal como lo concibieron –y lo alimentan– las élites castellanas-españolas.