"Es contradictorio. Te dicen que seas libre y por otra parte no te dejan serlo. Te ponen entre la espada y la pared. O te sacas el hiyab o no estudias". Son palabras de Takwa, una joven musulmana de 22 años y residente en València que desde hace una semana no puede entrar en su instituto público porque se niega a quitarse el pañuelo con que cubre su cabeza.
SOS Racismo ha denunciado la situación porque considera que el hiyab forma parte de la identidad religiosa de la chica y llevarlo es un derecho. También pide que se interprete el reglamento con flexibilidad porque no es lo mismo cubrirse la cabeza con un pañuelo que con una gorra.
El caso es perfecto para hacer el artículo sobre el burkini que le debo a Eduard Voltas desde mediados de agosto, cuando aquél era el gran debate que ocupaba la opinión pública. Y es perfecto porque me sirve para explicar, por comparación, porque no estoy a favor de prohibir el burkini y si el pañuelo en el instituto.
Y todo tiene que ver con mi concepto de libertad, de lugar público con comportamiento privado y lugar público con comportamiento público. A ver si me sé explicar.
Una playa es un lugar público. Tú puedes ir vestido de Spiderman, con bañador de cuello alto, con bikini, en top-less y hay playas donde puedes ir desnudo. Y hay casos como el de una amiga que va a primera hora y totalmente vestida porque tiene alergia al sol. Si una señora quiere ir vistiendo burkini, es su problema. Quizás no su decisión, pero es una cuestión de su ámbito privado. Después podemos discutir si es su marido el que la obliga a llevarlo, si no llevarlo la condenaría a quedarse en casa y el resto de debates que se han hecho y que he encontrado muy interesantes y enriquecedores. Pero para mí, libertad es que en un lugar público con decisión de comportamiento privado como es la playa todo el mundo vaya vestido como quiera. O desvestido, porque soy de los que defiende que tendrías que poder ir desnudo en cualquier playa sin que te tiraran piedras. Usted vaya como quiera y yo también. Yo no le digo cómo tiene que vestirse o desvestirse, pero usted no me lo dice a mí.
Ahora bien, un instituto público es otro tema. Es un lugar que pagamos entre todos y donde se va a aprender y no como ocio. Tengamos las creencias que tengamos, la ideología que tengamos, las ideas que tengamos y los sentimientos que tengamos. Y, en tanto que lugar sostenido por el conjunto de la comunidad, los signos externos de individualidad tienen que quedarse fuera en nombre de la convivencia entre todas las ideas y sentimientos. Ni hiyabs, ni cruces, ni ningún otro símbolo religioso. Como en Francia. ¿Es su identidad? Muy bien, pues la mía es la del Flying Spaghetti Monster, tan respetable como la suya. Pero, en nombre de la tolerancia y la convivencia, ni usted ni yo hacemos ostentación ni bandera. Usted renuncia al hiyab y yo a llevar un plato de espaguetis con albóndigas en la cabeza (símbolo de esta religión).
En la calle, en la playa, en su casa, en el tren... allí lo que quiera. En edificios públicos, no. ¿Ayuntamientos y parlamentos incluidos? Pues mire, aquí me ha jodido. En estos casos eso tendríamos que discutirlo porque no lo tengo claro.
Si quiere, hacemos este debate junto con el de la libertad (o no) que tienen las mujeres musulmanas para escoger como vestir y la presión cultural a la que están sometidas. Y entonces recordamos como iban nuestras abuelas, de negro y con un pañuelo en la cabeza. ¿Era una elección voluntaria o era sumisión y auto-anulación? ¿Había presión social? ¿Era una decisión cultural? Ah, y en la playa se bañaban vestidas. Ellas inventaron el burkini.
Por cierto, como las mujeres jamaicanas, que en el mar van con manga larga, pantalón largo y encima llevan una prenda de ropa holgada para evitar mostrar ninguna forma y después, por la noche, van a bailar vestidas como aquí vamos a la playa. Y su decisión no depende de ninguna identidad religiosa...