El honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios, eso decía el alcalde de Zalamea en la conocida pieza teatral de Calderón de la Barca. No es el honor una cuestión banal, pero estos no parecen tiempos para su consideración, al contrario, podríamos decir que en estos tiempos es con gran probabilidad la última cosa en la que se piensa y probablemente la sesión de investidura de hoy en el Parlament de Catalunya es el epítome en la constatación de una evidencia. Aunque todo empezó antes.
Honor habría sido que, una vez declarada la independencia en octubre de 2017, aquellos que decidieron que ese era el camino se mantuvieran en él hasta el final. Pero no fue así, y de la decepción de unos parroquianos que tuvieron fe en las palabras de sus dirigentes se han derivado después los altos niveles de abstención en los que, sin duda, no ha sido un elemento favorable la clara división de opiniones y el odio mutuo entre formaciones políticas independentistas. Honor es también mantener la palabra dada, aunque ahora a no hacerlo se le llama sencillamente “cambiar de opinión”. Cambia de opinión Pedro Sánchez (otros tantos antes, sí) y cambia de opinión Puigdemont: si es cierto que hubo algún acuerdo entre los cuerpos policiales, sus dirigentes técnicos o sus dirigentes políticos y quienes apoyaban y apoyan a Carles Puigdemont en su actuación desde que cruzó la frontera española y decidió volver a Cataluña, alguien no cumplió el acuerdo y ese alguien no fueron los Mossos d’Esquadra.
Honor habría sido que, una vez declarada la independencia en octubre de 2017, aquellos que decidieron que ese era el camino se mantuvieran en él hasta el final
De tal manera que en el momento presente, todo lo que se ha derivado de la situación vivida durante el día de hoy, el día que estaba destinado a ser el día de la investidura de Salvador Illa, lo ha sido para el descrédito del cuerpo policial catalán por efecto del incumplimiento del compromiso que con ellos parecía haber adquirido el presidente Puigdemont. Porque si no fuera así, si ningún tipo de acuerdo previo tenían de no detener al president Puigdemont durante su actuación en el paseo de Lluís Companys, la situación es aún menos comprensible y desde luego menos honorable para la policía: no es aceptable poner a los pies de los caballos a una de las instituciones que supuestamente definen la identidad del autogobierno catalán, su policía integral, aquella que supuestamente estaba destinada a ser una de sus “estructuras de Estado”. Bien es verdad que habrá quien diga que justamente el deshonor habría sido obligarlos a detenerlo, pero lo cierto es que es una carga que solo debía recaer sobre los dirigentes de ERC.
No ha habido honor a lo largo del día de hoy. Hemos intentado pasar de puntillas por el hecho triste y patético de que no se ha atendido el discurso del destinado a ser investido, o que se hayan extendido hasta el cansancio hablando de su apoyo a Illa esos Comunes que dejaron caer el gobierno de Aragonès porque no compartían precisamente con Illa un modelo de infraestructuras que ahora deberán tragarse. Porque ERC, una vez investido Illa, tendrá dificultad para dejarlo caer, porque los de Puigdemont, sin Puigdemont, apoyarán las propuestas socialistas, olvidando el día de hoy, queriendo pasar página, como casi todos en ese Parlament de unos días de furia que hoy parecían reavivarse por un momento en la nostalgia de algunos.
¿Qué pasará mañana? Mañana será otro día y una nueva oportunidad para repensar el papel que queremos darle al honor en nuestras vidas.