"La paz no es para nada el cobarde egoísmo que abdica de la dignidad de un pueblo, de su respeto a la palabra dada, de su resistencia a la opresión"
Romain Rolland (1938)
Veo en una noticia breve uno de esos sucesos llamativos que tienen una explicación que salta a la vista. Los hechos sucedieron en Granada y tienen como protagonista a un hombre en calzoncillos o desnudo, según las versiones, que llama insistentemente a un domicilio ocupado por una anciana. Esta, al no poder verlo por la mirilla y ante la persistencia del ruido, decide abrir. De un empujón el hombre se mete dentro del domicilio mientras que la ancianita sale despavorida a la calle a buscar ayuda. Los vecinos pueden comprobar, a través de las ventanas, como el hombre se coloca la abandonada bata de estar por casa de la señora y, tras atársela pacientemente, se pone a hacerse la cena y se sienta después ante la tele a comérsela, tranquilamente. Ya tendrán formada una idea; guárdenla, que será útil.
En realidad es lo mismo que está sucediendo en Arabia Saudí —ese país tan simpático, con ese líder que hace descuartizar periodistas— después de que Putin diera un empujón en la puerta de los ucranianos y se les metiera hasta la cocina. Estos no salieron despavoridos, muy por el contrario, pero, aun así, Putin y Trump se han hecho la cena y están dispuestos a comérsela ellos solitos y a sortearse los muebles del piso o prenderle fuego sin contar ni con la viejita ni con la casera ni con los vecinos que observan aterrorizados a través de sus ventanas. El diagnóstico puede ser coincidente. Añádanle el concepto: egopolítica. Eso y la mercantilización de las relaciones internacionales.
La viejita estaba sola, Ucrania está sola y Europa está sola. Estamos solos. Ahora mismo están en juego cosas que solo pueden estremecernos, hasta las lágrimas si es preciso, como le sucedió al presidente de la conferencia de Múnich. Un hombre llorando en público es pura semiótica de la gravedad de lo que sucede. Ojalá no tengamos que volver a Granada, ya saben, a llorar lo que no hemos sabido defender, como le pasó a Boabdil. Nuestra vida en democracia y en una democracia de calidad es ni más ni menos lo que está en juego. El mundo se ha acelerado y se dirige hacia abismos no tan desconocidos. Era tan imaginable que en 2021 comencé una novela situada en los años 30 (Thule. El sueño del norte - Roca Editorial) que embosca en una aventura la terrible decisión entre el pacifista convencido que huye del posible conflicto y el que entiende que los bienes esenciales se defienden: la libertad, la democracia. Esa decisión está comenzando a tomar forma. Pacifistas somos todos, nadie quiere la guerra; la pregunta es si somos "apaciguadores" a lo Chamberlain, a lo Podemos y ahora a lo Vox —los extremos se tocan—, que también se niega a mandar ningún tipo de tropa a Ucrania. ¿Qué somos y qué estamos dispuestos a hacer para defender nuestra forma de vida en paz y libertad? Esa va a ser la gran pregunta en los próximos meses y años.
Una de las principales causas de la irrelevancia europea estriba en el abrazo a la propia nacionalidad que recorre todo el continente. Nunca ha sido posible avanzar en la unión política, en la unión diplomática o en la unión defensiva, y esa debilidad la huelen los lobos, los bisontes y los osos. Tal vez ha llegado el momento de que pesen más los intereses comunes que las diferencias nacionales a todos los niveles. La reunión informal en petit comité tuvo lugar en Francia porque Francia es el único país cuya tradición tras la Segunda Guerra Mundial fue la de no fiar su futuro al amigo americano —cosas de De Gaulle, que estaba dolido—, y por eso puede ahora poner las ojivas sobre la mesa. Unas ojivas que no dependen de los suministros de Estados Unidos ni de los de sus países aliados. ¿Saben ustedes hasta qué punto la defensa española depende de los suministros israelíes?
Putin y Trump se han hecho la cena y están dispuestos a comérsela ellos solitos
A lo mejor ha llegado el momento de cambiar el chip, dado que el mundo está transformándose a paso de marcha ante nuestros ojos. Era hermoso pensar que la historia había acabado. Huntington no llevaba razón, como estamos comprobando: las democracias no han vencido ni se han convertido en el sistema de gobierno dominante que se expande por la tierra, más bien al contrario, un viento autoritario recorre el mundo. De facto un líder autoritario e irredentista, Putin, está sentado en un país dictatorial y sangriento, Arabia Saudí, con un líder populista que está demoliendo a golpe de ocurrencia los pilares del mundo occidental y del orden mundial surgido de Yalta y Potsdam, amparado por los votos.
Llegada la hora de la verdad puede que los cordones sanitarios que tan poco gustan a Vance sean insuficientes. Recorren el mundo con niños en brazos y mascotas, como perfectos padres de familia siguiendo su iconografía propagandística, y en realidad están preparando el inicio de un incendio del que, además, han apartado a los protagonistas de un palmetazo. No crean que nos queda todo muy lejos. No lo está. El pasado nos cuenta como de Checoslovaquia se pasa a Polonia, de Polonia al Báltico y de allí a Holanda, Bélgica y Francia. El pasado nos cuenta que los amigos de la esvástica se paseaban por Barcelona sin que al otro dictador lo incomodara. Si la Operación Félix, prevista para la toma nazi de Gibraltar como golpe a Gran Bretaña, hubiera sido necesaria, habrían pasado por la Jonquera y por Biriatu tranquilamente como los Cien Mil hijos de San Luis.
Les recomiendo que lean todo lo que puedan sobre los tormentosos años 30 del siglo pasado. Lean novelas —Upton Sinclair escribió una especie de episodios galdosianos, totalmente fieles, sobre el tortuoso siglo XX, que ha editado Hoja de Lata—; lean las memorias de los hombres de la época; lean la historia social y política más reciente en El Tercer Reich de Michel Burleigh; lean lo que les apetezca y entiendan por qué dar a alguien que ha vulnerado las fronteras de otro lo que quiere es poner el primer ladrillo del desastre.
Es hora de que cambiemos el chip. Catalanes, vascos, madrileños, bretones, parisinos, flamencos, escandinavos, bálticos..., europeos todos. Nada hay más importante que esto ni tarea más urgente que exigir a nuestros líderes —presentes y futuros— que sepan estar a la altura del reto que se nos viene encima. Eso o se nos meten en casa y se hacen la cena sin que podamos rechistar.