Si el mundo no nos mira, que se lo pregunten a los mediadores internacionales que esperan reanudar las conversaciones en Suiza. Pero, bueno, todavía hay mucha gente comprensiblemente enfadada con la conclusión de 2017 (me incluyo entre ellos) y que no saben actualizar su frustración hacia algo más útil (y entre estos ya no me incluyo). En la vida puedes tener desilusiones políticas, o sentimentales, o laborales, o de otros muchos tipos. Pero si siete años después estás dando patadas al banco como un Xavi Hernández cronificado, o como un alma en pena, entonces es posible que no estés aportando ni sumando nada. Al menos, intenta no hundir a los demás dentro de tu pozo. Como mínimo, intenta salvar lo salvable entre las rendijas y mejorar lo mejorable. Y ayuda, cojones. Ayuda.
Esta legislatura consiste en tener suficiente fuerza como para poder negociar con contundencia con España, mande quien mande. Fuerza significa que, si no hay un resultado exitoso en las conversaciones de Ginebra, se reanuda el trabajo de 2017. Y mande quien mande significa que Pedro Sánchez tiene una posición más débil de lo que parece, en función de lo que acabe sucediendo en los próximos meses: simplemente, ha terminado con la paciencia de demasiada gente. Pero tanto si aguanta en el cargo como si le cae una moción de censura (cada vez menos descartable), el lado catalán de la mesa necesita estar compuesto por gente que sepa negociar. Con Salvador Illa de president, que se ha mostrado varias veces como un entusiasta del 155, no habrá nada más que negociar, como tampoco fue negociable el nombre del aeropuerto de El Prat: se decide el nombre de las cosas, que lo es todo, en una cena en casa de los socialistas. Y listos. Cuando se deja que los catalanes tengan demasiada voz propia, ya se sabe, las cosas se complican y "se pone a España en demasiadas dificultades". Y esta vez, por cierto, si el socialismo manda en Catalunya, lo hará por una buena temporada. Ellos también aprenden, evidentemente. Ellos también saben "volver a hacerlo, pero mejor”.
El abstencionista merece todo mi respeto, otra cosa es que lo encuentre inteligente
El abstencionista merece todo mi respeto, pero como siempre me han merecido respeto los suicidas. Y lo digo en serio: me parece una postura altamente respetable, si de lo que se trata es de eliminarlo todo. Una cosa es, en definitiva, que lo encuentre respetable (incluso comprensible) y otra cosa es que lo encuentre inteligente. En fin, basta con tener la visión sobre las consecuencias de los actos propios para darse cuenta: no es que Illa no haya avisado de por dónde piensa llevar el país, y el primer aviso ya lo sufrimos los barceloneses en forma de gobierno Collboni. Quien está bien informado ya sabe que Illa no tendrá ningún problema en seguir el mismo camino, sin hacer caso a nadie que le aconseje lo contrario. Y no, evidentemente que el PSC no es ningún partido facha, pero es un partido que desde el adiós de Maragall tiene perfectamente incorporada la agenda desnacionalizadora en Catalunya. Lenta, progresiva, sedante. Dejar que se consolide en el poder este modelo para toda Cataluña, y permitir que este regionalismo electoral se movilice mientras se anima activamente al independentismo a la desmovilización, es de verdaderos Premios Nobel. Merece un gran aplauso, sí señor. Cosa de visionarios.
El independentismo puede aparecer como una fuerza capaz de imponerse durante diez años seguidos en una comunidad como Catalunya, o bien aparecer como una fiebre que después de la represión ya ha pasado a mejor vida. La visión desde fuera no permitirá matices, será una cosa o la otra. Y, para más inri, el PSOE intenta quitarle al independentismo la bandera de la radicalidad democrática sin haber sufrido más incomodidad que algunas sospechas arrojadas sobre la mujer de su líder. Andar todo este camino, sufrir todo lo que el independentismo ha sufrido, encontrar las fuerzas donde no las había, para acabar diciendo que queremos desaparecer de la escena un rato y recrearnos en las venganzas internas, es un camino nada descartable y al mismo tiempo muy deprimente. Indigno de 2017, me atrevo a decir. Añadiré, pues, un último argumento para ir a votar: la misma sospecha que muchos tienen sobre la firmeza de algunos líderes independentistas, ya la tenían antes de 2017 (y algunos las mantendrán siempre, pero este ya es un tema de tipo más personal). Entonces algunas sospechas estaban bien fundamentadas, estoy seguro. Pero ¿sabéis qué empujó a estas determinadas figuras a ir más allá de lo que nunca hubiéramos imaginado que llegaran? En algunos casos, sin duda alguna, fueron las convicciones. Pero para los casos más dudosos fueron los votos. La gente los puso allí arriba, les dio toda la fuerza y les dijo “ahora, no nos decepcionéis”. Donde no había compromiso, les pusimos en un compromiso. Pues bien: si no hay fuerza electoral suficiente, después de siete años y a pesar de todo, ni siquiera esto será posible. No habrá ni buenas ni malas noticias. No habrá alegrías ni decepciones. Sí, es lo que hace la gente que no tiene ninguna idea: darle patadas al banco y no dejar que nada avance. Cuando un movimiento decide no hacer nada, en efecto, deja de ser un movimiento y pasa a ser un cadáver. Y sí, ahí fuera tomarán nota de ello.