Las relaciones humanas han evolucionado mucho desde que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso. Si Eva no se hubiera dejado persuadir por la serpiente, ahora no tendríamos que pasarnos todo el día contestando los cuatrocientos mensajes de los grupos de WhatsApp que tenemos silenciados ni soportando con penas y trabajos las comidas familiares de Navidad. Mira que le repitieron veces que no se comiera ninguna manzana del árbol del conocimiento, pero ella tozuda que sí… A ver, que alguien me explique cómo es posible que alguien ponga en riesgo el futuro de toda la humanidad por una manzana. ¡Una manzana! ¿Habéis probado alguna vez una manzana? Es la cosa más aburrida del mundo. Podría entender que hubiera caído a la tentación ante un dónut recién salido del horno; ¿pero ante una manzana? Seguro que llevaba glutamato monosódico y grasas trans. Pensad que, si las cosas no hubieran ido así y Eva se hubiera comportado como Dios manda (nunca mejor dicho), ahora nos estaríamos columpiando en una hamaca con el culo al aire sin preguntarnos nada, en silencio, rodeados de pajaritos y flores de todos los colores. Pero qué le vamos a hacer, las cosas han ido como han ido, mejor no hacerse mala sangre, aquellos primeros humanos quisieron ser más que Dios (un poco como hacen ahora los influenciadores) y ya no podemos hacer nada para solucionarlo. Pensad que, si no se hubieran comido aquella manzana, no habríamos tenido que trabajar ni un solo día de nuestra vida; ¡ni uno! ¡La madre que los parió! Pero estoy bien, de verdad; no os preocupéis. Lo llevo mucho mejor que hace diez años. Mejor que cambiemos de tema porque me están empezando a sudar las manos.
Hacemos y decimos lo contrario de lo que deseamos porque tenemos una maraña mental tan grande y enredada que ni Dios la entiende.
Como decía hace un momento, las relaciones humanas han evolucionado mucho desde entonces: hemos pasado de Adán y Eva —una relación monógama forzada (básicamente porque eran los únicos humanos del Paraíso)— al sexting (para los que no sabéis qué es: vendría a ser el sexo sin contacto físico y con mucha cháchara). Lo que no ha evolucionado lo más mínimo (ni creo que lo haga) es la inteligencia; tenemos tan pocas luces como los primeros humanos. Pareció que la cosa mejoraba un poco durante el Renacimiento, pero supongo que debió de aparecer alguna otra serpiente para convencernos de que es mucho más divertido ser tontos y volvimos a la idiocracia (‘forma de gobierno en la que los idiotas tienen los cargos más importantes’) a la que estábamos habituados. Como dice el dicho: «Vale más cabeza de chorlito conocido que sabio para conocer».
Adán y Eva aún no habían descubierto el lenguaje tal y como lo entendemos ahora (los emoticonos, los GIFs y los memes) ni las infiltraciones de ácido hialurónico en los labios para pronunciar mejor la vocal neutra; se comunicaban de una forma mucho más sencilla: cada uno hacía la suya (como la mayoría de los matrimonios actuales) y, si uno de los dos necesitaba algo del otro, se lo cogía y ya está. Ahora estamos a años luz de esta simplicidad intelectual (eso no quiere decir que seamos más listos, no nos confundamos); ahora, si necesitamos algo de alguien, le decimos que no necesitamos nada, que nosotros podemos con todo y que no necesitamos a nadie que nos diga lo que tenemos hacer, que qué se han creído, que somos libres de hacer lo que nos dé la gana, que dejemos fluir y ya veremos qué pasa. Resumiendo, que hacemos y decimos lo contrario de lo que deseamos porque tenemos una maraña mental tan grande y enredada que ni Dios la entiende. Supongo que por este motivo inventamos los emoticonos y los audios de veinte minutos que nadie escucha. Adán y Eva se comieron la manzana del conocimiento (Apple nos lo recuerda cada día para que no olvidemos de dónde venimos) y se dieron cuenta de que iban desnudos; entonces tejieron hojas de higuera y se cubrieron el cuerpo. Ahora, todo el mundo hace toples en la playa (sobre todo los hombres); aquí lo dejo.