Hace pocos días salió publicado un artículo mío en Politico. El artículo reflexionaba sobre una posible vía para encontrar un acuerdo aceptable al conflicto entre Catalunya y España. Mi propuesta era que España reconociera el derecho a la autodeterminación de Catalunya y que Catalunya aceptara que este derecho sólo puede dar lugar a la independencia si se cumplen ciertos requisitos, como es la obtención de una mayoría calificada en un referéndum plenamente legal y vinculante para todas las partes.
Esta idea de una mayoría calificada o reforzada ha levantado un poco de polvareda entre los lectores catalanes, con algunas reacciones bastante airadas. Teniendo en cuenta el actual contexto de represión y vulneración de derechos fundamentales por parte de un estado en plena deriva autoritaria, este tipo de reacciones son hasta un cierto punto comprensibles. Me parece, sin embargo, que la crispación no ayuda nada a construir un nuevo país donde nos podamos encontrar a gusto la gran mayoría de catalanes, que es al fin y al cabo la razón principal por la cual muchos apostamos por la independencia.
Permitidme, por lo tanto, aclarar los argumentos que me hacen pensar que aceptar una mayoría del 55%, 60%, incluso de 2/3, en vez del 50%+1, no sólo es una buena idea, sino que puede ser la clave que nos ayude a reencontrarnos en un proyecto compartido de futuro.
El argumento democrático
Es cierto que en democracia muchas decisiones se toman por mayoría simple, adoptando la propuesta más votada. En una consulta dicotómica, la superación del umbral del 50% es generalmente suficiente para que la opción ganadora sea la escogida. De lo contrario, sería la propuesta contraria, con menos apoyos, la que se acabaría imponiendo. Intuitivamente, eso no parece muy justo.
El umbral del 50% puede ser incluso razonable en decisiones trascendentes para el ordenamiento institucional de la comunidad política, como la aprobación de una constitución o la independencia, siempre y cuando la inmensa mayoría de ciudadanos llamados a las urnas lo acepten. Y así ha sido en los referéndums de Escocia, del Quebec o en el referéndum de la misma Constitución española de 1978.
Ahora bien, hay que insistir en la necesidad de que todo el mundo, o casi todo el mundo, acepte la legitimidad del voto en el 50%+1 para que el referéndum pueda tener los efectos deseados a largo plazo. No olvidemos que la democracia no consiste simplemente en el gobierno de la mayoría, sino en el gobierno del pueblo, de todo el pueblo. Si la mitad más uno decide en contra de la mitad menos uno, eso no es una democracia, sino la imposición de una mitad sobre la otra.
Estas victorias tan ajustadas, además, acostumbran a ser de corta duración. Los perdedores esperan su oportunidad para plantear otra votación que revierta la decisión tomada. Y con un umbral tan bajo, es más probable que lo consigan. Lo estamos viendo ahora mismo con el Brexit.
Es por eso que muchas democracias prevén mayorías calificadas para ciertas votaciones particularmente trascendentes. Esta exigencia no es sólo perfectamente democrática, sino que contribuye a asegurar que la decisión tomada sea durable y refleje el sentir de la amplia mayoría de la población. Al saberse parte de una inequívoca minoría, es más fácil que los partidarios de la opción perdedora acepten la derrota y trabajen para implementar el resultado en vez de revertirlo o subvertirlo.
El argumento estratégico
A menos que nos dejemos llevar por el realismo mágico, hay que reconocer que en Catalunya, a diferencia de lo que pasaba en Escocia, los partidarios y los detractores de la independencia están bastante divididos sobre la conveniencia de un referéndum con mayoría simple. También a diferencia de Escocia, el estado matriz no sólo no acepta este umbral, sino que rechaza de manera beligerante cualquier tipo de referéndum que ponga en duda la integridad territorial de España, tal como constatamos el 1 de octubre.
En este contexto, me parece que un referéndum como los de Escocia o el Quebec difícilmente llegará a celebrarse en Catalunya. Y si nunca se pudiera celebrar, la victoria del independentismo con 51% de los votos sería de inmediato contestada por los perdedores, que la considerarían ilegítima. El estado español se negaría a aceptarla y la comunidad internacional seguiría sin reconocer ningún movimiento unilateral de Catalunya sobre la base de un resultado tan ajustado. De hecho, estoy convencido de que insistir en el 50%+1 como única salida posible, no sólo nos aleja de la independencia, sino que nos acerca peligrosamente a un conflicto violento más tarde o más temprano.
Mi propuesta es que los independentistas aceptemos que el referéndum esté sometido a una mayoría calificada razonable a cambio de que los no independentistas, pero también el Estado español y la comunidad internacional, se comprometan a aceptar e implementar el resultado, sea cuál sea. Sin duda, este umbral haría más difícil la victoria de la independencia. Pero así nos aseguraríamos de que la república catalana fuera una posibilidad real, durable y alcanzable sin ningún tipo de violencia. Y si la otra parte se negara incluso a aceptar esta mayoría calificada, el mundo vería todavía más claramente en qué tipo de estado nos quieren enjaular.
El umbral concreto de esta mayoría tendría que ser negociado entre las partes, a ser posible con mediación internacional. Pero lo importante no es tanto el umbral concreto como este sea aceptado por todo el mundo antes de cualquier votación.
Un mecanismo para facilitar el acuerdo en este punto y asegurarse que la mayoría calificada no tenga efectos perversos es establecer como norma que cualquier propuesta, incluida la situación de partida, tenga que ser aprobada con el mismo nivel de apoyo popular.
Mi propuesta es que los independentistas aceptemos que el referéndum esté sometido a una mayoría calificada razonable a cambio de que los no independentistas, pero también el Estado español y la comunidad internacional, se comprometan a aceptar e implementar el resultado, sea cuál sea
Así, si se acordara que la independencia tiene que alcanzar un mínimo del 60% de los votos, este mismo mínimo tiene que ser exigible en cualquier solución alternativa. En caso de que la independencia no alcance el mínimo de votos favorables en un referéndum, se tendría que celebrar otra consulta con una propuesta alternativa (estado federal o confederal, por ejemplo) y con exactamente la misma exigencia de un 60% de votos favorables. Y así tantas veces como haga falta hasta que alguna de las soluciones propuestas supere el umbral acordado por las partes.
Puestos a especular, me parece que este mecanismo de mayoría calificada acabaría dando lugar a tres referéndums sucesivos. Primero, un referéndum de independencia, donde el sí superaría por poco el 50% pero quedaría claramente por debajo del 60%. Entonces se abriría un periodo de negociación entre Catalunya y España que tendría que dar lugar a una propuesta de pacto federal o confederal. Este pacto tendría que ser sometido a referéndum tanto en España como en Catalunya. En Catalunya el resultado podría acercarse, o incluso superar el 60%. Pero como en España quedaría seguramente por debajo del 50%, esta opción no podría ser implementada. Sólo entonces, después de constatar la imposibilidad de una solución federal, más del 60% de los catalanes acabarían inclinándose a favor de la independencia en un nuevo referéndum y la república podría hacerse entonces efectiva.
También es posible, claro está, que en el segundo referéndum tanto los catalanes como los españoles votaran mayoritariamente a favor del pacto federal o confederal. En este caso, no habría independencia. Pero se habrían puesto las bases para transformar y modernizar el estado español en profundidad, de manera que todo el mundo, catalanes y españoles, nos pudiéramos sentir integrados. Sólo a aquellos que quieren la independencia por cuestiones esencialistas les podría parecer una solución mala.
El argumento ecopolítico
Para muchos de nosotros, sin embargo, la independencia no es un fin en sí mismo.
Muchos creemos que la Catalunya independiente se puede convertir en una república próspera, justa, sostenible y digna para todos sus habitantes. Ganar la república por un voto no nos acercará a este tipo de estado, sino que nos alejará, quizás para siempre.
Me parece que de la confrontación irreconciliable entre dos mitades de catalanes no puede surgir, como teoricé en mi libro De la indignación en la nación (2012), un estado fundamentado en "la elección deliberada de vivir juntos". Este principio ecopolítico, la sostenibilidad de la cohabitación, tendría que ser el fundamento de la comunidad política que llamamos Catalunya y que no sólo incluye a aquellos que se sienten y quieren ser catalanes, sino que incluye a todos los habitantes de Catalunya, sin ningún tipo de excepción.
El país de todos y para todos que queremos no empieza después del referéndum o de la aprobación de una constitución, sino mucho antes. Y requiere que todos seamos capaces de encontrar un acuerdo para avanzar juntos, sea cuál sea la dirección que decidamos tomar. La mayoría reforzada es uno de los instrumentos para afirmar este principio que desde hace mucho tiempo ha guiado la política catalana: la concordancia.
Ignasi Ribó (Barcelona, 1971) es escritor, doctor en Filosofía por la Universidad de Sussex y licenciado en Ciencias Económicas, Ciencias Políticas y Teoría de la Literatura. Es autor de la teoría eco-política del hábitat-nación, desarrollada en el libro Hábitat: La Nación Ecopolítica (2012).