Los socialistas han dicho a ERC que Ayuntamiento y Generalitat van en el mismo “pack” negociador, inseparables uno de otro, y que no se podrá utilizar la “autonomía municipal” para que la federación barcelonesa republicana marque una decisión diferente de la que debe investir (o no investir) a Illa. Las bases republicanas han respondido con un “espera un momento” inesperado, con aires de motín, que cambiaba poco a poco la expresión facial de Jaume Collboni desde el momento en que entró en el acto del décimo aniversario de la asociación Barcelona Oberta hasta el momento de marcharse: salió transformado en otra persona. Las ruedas de prensa pactadas tuvieron que congelarse, y ahora a ver quién puede convencer a las bases de un pacto que queda irremediablemente condicionado a la capacidad de Sánchez para ofrecer una financiación suficientemente “singular”. No da tiempo. No solo no da tiempo: Sánchez no puede ofrecer nada. Primero, porque las comunidades autónomas españolas (las gobernadas por el PSOE o por el PP) bloquean la idea y porque, como pequeño detalle, la mayoría de Sánchez en el Congreso también depende de Junts y del PNV. No lo sé, pero parece que la singularidad no se puede ofrecer ni siquiera prometer. Si no vamos a repetición electoral, me sorprenderé mucho.
Illa se harta estos días de decir que la “única mayoría posible” es la suya, y que no se puede “perder más el tiempo”, y que “es lo que han votado los ciudadanos”. Pero el precedente de Collboni es demasiado evidente y los socialistas, en el ámbito de Barcelona, se han hartado de demostrar que les importa poco lo que quieran los ciudadanos: pactos contra natura (ya sea con Valls o con el PP) para evitar alcaldías independentistas (y después dicen que no les gustan “los bloques”); cortes del paseo de Gràcia para realizar una exhibición de Fórmula 1, tan innecesarios para la ciudad como para la Fórmula 1; cesión gratuita de un parque público como el Güell para la pasarela de Louis Vuitton sin escuchar a los vecinos; nombres de aeropuerto decididos en un despacho de la sede del partido socialista; esculturas “Pink” para celebrar los 200 años del paseo de Gràcia que parecen también decididas en un festival de playa; Juegos Olímpicos de Invierno que no ilusionan a nadie y Copas América que obligan a los vecinos a obtener un pase (no es broma) para acceder a su casa; cocapitalidades culturales que nada significan, tranvías caprichosos, supermanzanas impuestas y sentenciadas judicialmente por incorrección del proceso; un brutal incremento del precio de la vivienda que expulsa cada día a más barceloneses de la ciudad; la clamorosa invasión de modelos de comercio franquicia que desnaturalizan el centro; celebraciones del día de la bici con infracción de tráfico del propio alcalde, el gesto autoritario y de mal gusto con la camiseta regalada por Alexia Putellas, y finalmente esta actitud de matón ante una ERC que se supone que de forma “natural” los tiene que apoyar. Si no estamos frente a una situación de evidente despotismo ilustrado, es solo porque la situación es de simple despotismo.
Illa se harta de decir que la única mayoría posible es la suya y que es lo que han votado los ciudadanos, pero el precedente de Collboni es demasiado evidente y los socialistas, en el ámbito de Barcelona, se han hartado de demostrar que les importa poco lo que quieran los ciudadanos
Sánchez, Illa y Collboni provienen de una cultura política electoralmente poderosa, e internamente impecable en términos de jerarquía en las decisiones y funcionamiento de la maquinaria. Pero siempre acaba fallando cuando topa con la voluntad de la gente y con la naturaleza de las cosas. Ya le pasó a Maragall con esa bandera artificial de la ciudad que pretendía (como pretenden ahora) borrar la personalidad histórica en la ciudad, o a Jordi Hereu cuando simuló que nos dejaba votar un referéndum por el tranvía. Si van prescindiendo de este modo de la existencia de los demás, y muy en especial de la existencia (y la dignidad) del independentismo, que no se extrañen si Junts se espabila para impedirles una investidura que parecía ya hecha, o que ERC les recuerde que Ernest Maragall, aparte de ser apartado de la alcaldía por decisión del PSC, es todavía un militante de base que vota y arrastra. Ni siquiera cabe recordar, hablando de despotismo, el fanatismo de Illa en favor del 155. O el entusiasmo de Iceta en la manifestación facha de Laietana. De acuerdo, dice muy poco de Junts y de ERC que no hayan sido capaces de derrotar unos elementos con todas estas características, pero afortunadamente lo de gobernar pide mayorías y si vale desbancar a Trias de su victoria electoral también se vale ponerlo difícil a Illa. O a Sánchez. No necesariamente por ese orden.
Se presentan unos meses en los que estos personajes se lo juegan todo: bienvenidos al club, porque también se lo juegan todo (de diferente manera) los independentistas perseguidos por la justicia y también se lo juega todo Puigdemont en su vuelta confiando en que España haya podido digerir más o menos la ley de amnistía. Creían que Catalunya ya estaba “pacificada” y han querido pasarnos por la cara, con Barcelona como escenario, la creación de una “paz” despótica, represiva, frívola, adulterada y sobre todo hortera. Posiblemente, ahora mismo no pueda hacerse política en Catalunya sin tener muy presente la fuerza del PSC. Pero olvidan que será imposible hacer política en Catalunya (ni en Barcelona, ni en España), y sobre todo será imposible simular ninguna “paz”, ignorando a los ciudadanos y tratando de humillar al independentismo. Nada, que por si no lo habían entendido: se han equivocado con nosotros.