A pesar de la presión por tierra, mar y aire que ha recibido para que no lo haga, ERC ha cerrado el pacto con el PSC para investir a Salvador Illa como 133.º president de la Generalitat. La dirección ha construido estos últimos días un acuerdo para conseguir que las bases lo bendigan, en un intento desesperado de evitar como sea una repetición electoral que acabaría de derrumbar al partido ahora que pasa por uno de los peores momentos de su historia. ERC ha sufrido un sinfín de crisis, pero la actual tiene rasgos especialmente desagradables, porque en esta, más allá de los malos resultados electorales que la propician y de las legítimas discrepancias políticas que se derivan de ella, se mezclan cuestiones personales que enrarecen el debate hasta límites absolutamente barriobajeros miserables.
Los carteles sobre el Alzheimer y los hermanos Pasqual y Ernest Maragall aparecidos con motivo de la campaña de los comicios municipales de mayo del 2023 o el muñeco de Oriol Junqueras colgado en mayo del 2019 cuando él estaba en prisión, antes de las elecciones municipales y europeas de ese año, responden a maniobras totalmente ignominiosas y reprobables, propias del juego sucio de la más baja estofa e impropias de una fuerza política que pretende ser seria. Porque una vez se ha constatado que todo se había orquestado desde dentro del partido, lo supiese o no la dirección —aunque cuesta creer que no tuviera ni idea—, la única salida posible es reconocer el error, asumir las responsabilidades cortando las cabezas que haga falta —no solo las de los cabezas de turco— y articular los mecanismos que sean necesarios para que episodios tan vergonzosos como estos no se repitan. Y esto quiere decir que los platos rotos los paguen todos los culpables, tengan el cargo que tengan y lleven el apellido que lleven.
En este escenario tan revuelto, es obvio que lo último que le interesa a ERC es que vuelva a haber elecciones. Porque si en circunstancias normales, los resultados seguirían siendo magros; con el clima tan enrarecido que se ha creado en las últimas semanas, el batacazo sería colosal. El partido está en estos momentos en caída libre y si algo no le conviene, es someter la situación presente al veredicto de las urnas. Por lo tanto, no tiene más remedio que ganar tiempo, con la convicción de que precisamente el paso del tiempo lo cura todo. Y eso solo se consigue invistiendo a Salvador Illa y teniendo cuatro años por delante para rehacerse. Que de entrada será una decisión muy impopular y fuente de divisiones internas y que le caerán críticas de todo el mundo, básicamente de los sectores del soberanismo que ahora se hacen el purista, es un peaje que la dirección —responsable de todo lo que ha sucedido o bien por acción o bien por omisión— tiene asumido, consciente de que ahora le toca replegarse, pasar como pueda la correspondiente travesía del desierto y esperar a que al final del túnel se vuelva a ver la luz.
Que no se preocupe JxCat, que el PSC no quemará el país, porque ya lo está, entre otras cosas con su inestimable participación
La clave de todo ello es que el acuerdo al que ERC ha llegado con el PSC, sea más o menos bueno, lo sepa vender a la militancia que debe avalarlo. Tarea nada fácil, porque si el punto central de la negociación ha sido un sistema de financiación llamado singular para Catalunya que el gobierno español ya ha dejado claro que no es posible y que, en el mejor de los casos, dice que se podría hablar de singularidad dentro del régimen común —que por sí solo es un oxímoron y equivale en la práctica a plantear un nuevo café para todos—, el resultado no puede ser nunca un modelo como el del País Vasco y Navarra. Otra cosa es que ERC se conforme con el compromiso de "avanzar progresivamente hacia la soberanía fiscal", o algo parecido, que por mucho que se establezca por escrito un calendario de aplicación de la medida, tratándose del PSOE, que es quien realmente corta el bacalao por encima del PSC, no es garantía de nada. Más bien lo contrario, porque las promesas del PSOE, y en especial de su actual líder, Pedro Sánchez, acostumbran a ser palabras que se las lleva el viento.
Quien más despiadadamente está hurgando en la herida interna de ERC es JxCat, porque lo que querría es que se hubiera decantado por su líder, Carles Puigdemont, a pesar de ser una opción que no dispone de la mayoría suficiente para salir adelante, en lugar de hacerlo por Salvador Illa. Y es que JxCat sí preferiría que se repitieran las elecciones, porque tiene el convencimiento de que podría beneficiarse del derrumbe de ERC e impedir así que el tripartito entre el PSC, ERC y Comuns Sumar que ahora es viable por la mínima —68 diputados justos— dejara de serlo y abriera un nuevo escenario en el que la única alternativa posible pasara irremisiblemente por el acuerdo de JxCat y el PSC. De ahí la fuerte presión ejercida, que utiliza todo tipo de mecanismos para demonizar cualquier pacto con el PSC y presentar el eventual mandato del exministro de Sanidad como el peor de los males que puede padecer Catalunya, obviando detalles no menores como que, por ejemplo, el 2010 Artur Mas fue elegido por primera vez president de la Generalitat gracias a un acuerdo de investidura con el PSC.
¿Entonces el PSC era bueno porque se ponía de su parte y ahora no lo es porque los herederos de CiU se quedarán sin tocar el poder al que aspiraban? El tiempo, en todo caso, dirá si la todavía hipotética presidencia —en tanto que pendiente de la opinión de los afiliados de ERC— de Salvador Illa habrá sido buena o mala, como lo ha hecho con todos los presidentes que han ocupado el cargo. También en su día la designación de José Montilla fue motivo de controversia, pero, más allá de otras consideraciones, su mandato, visto en perspectiva, fue institucionalmente irreprochable. Por ello no tienen sentido las predicciones catastrofistas que desde JxCat y su entorno se esparcen para que ERC no dé la presidencia de la Generalitat a un representante, dicen, del 155. "Parad de jugar con fuego, que nos quemaréis el país", conminan al partido ahora provisionalmente dirigido por Marta Rovira. ¿Pero es que quizás JxCat no ha investido a Pedro Sánchez, que en su momento sí apoyó explícitamente a Mariano Rajoy para suspender el autogobierno de Catalunya mediante la aplicación del artículo 155 de la Constitución?
¿Es que quizás los cargos que permanecieron en la Generalitat, de ERC, pero también del PDeCAT (ahora JxCat), no fueron los principales y más entusiastas colaboradores en la aplicación de este artículo 155, como constató el propio PP, que fue el primer sorprendido de las facilidades encontradas para llevar a cabo la intervención de la autonomía? ¿Es que quizás Carles Puigdemont no aceptaría el apoyo del PSC para ser él el investido, que es precisamente lo que ha pretendido desde buen principio? O, en fin, ¿es que quizás no son ellos mismos —ERC, pero también JxCat— los que desde el 2017 han quemado el país? Que no se preocupe JxCat, que el PSC no quemará el país, porque ya lo está, entre otras cosas con su inestimable participación. Dicho de otro modo, el país no se hundió antes porque gobernara José Montilla ni lo hará ahora porque lo haga Salvador Illa. Al contrario, desde el punto de vista nacional, puede ser incluso un revulsivo.
JxCat puede hacer pagar las consecuencias de la alianza entre ERC y el PSC al PSOE y condicionar la estabilidad de Pedro Sánchez, como ya avisó la semana pasada en el Congreso al rechazarle el techo de gasto, que, por ahora, le impide presentar el presupuesto español del 2025. Si la pataleta por no salirse con la suya es amargarle la legislatura, estará, en todo caso, en su derecho de hacerlo. Mientras tanto, sin embargo, la conclusión es que, por mucho que sea a disgusto de JxCat, a ERC no le queda más alternativa que investir al primer secretario del PSC. Parafraseando al 130.º president de la Generalitat, el reto que ahora ERC tiene ante sí es o Illa o Illa.