Lo publicaba el viernes El Nacional: “El Rey copa la agenda de Salvador Illa fuera de Catalunya en los 100 primeros días de Govern”, y explicaba que había participado en actos junto a Felipe VI en tres de las cuatro visitas fuera de Catalunya que ha hecho desde su investidura. Es evidente que nadie se sorprende de la voluntad de Illa de forzar la estropeada relación de Catalunya con el Borbón como gesto de “normalización” de la sociedad catalana, que, en la jerga socialista quiere decir, lisa y llanamente, españolización. Illa ha venido para hacer desaparecer todo rastro de revuelta independentista y hacer volver Catalunya al redil, convertida en una oveja disciplinada.
Pero incluso asumiendo que el actual president de la Generalitat carga a los hombros la santa misión de disciplinar Catalunya y recoser la gloriosa unidad de España, incluso así la sobreexposición al lado del Rey supera con creces los peores augurios. ¿Por qué? ¿Por qué se ha convertido en el primer cortesano del reino? Si era por aquello del simbolismo de “la Catalunya torna”, ya tenía suficiente con la primera visita, después de años de presidents catalanes negándose al ceremonial del vasallaje. La segunda todavía podía entenderse como un refuerzo de genuflexión, no fuera que el ofendido Borbón no tuviera suficiente. Pero la tercera ya adquiere categoría de estrategia planificada, y nos da las pistas de lo que es una minuciosa hoja de ruta para, apropiándose de la palabra del ínclito Borrell, “desinfectar” definitivamente Catalunya.
Illa ha venido para hacer desaparecer todo rastro de revuelta independentista y hacer volver Catalunya al redil, convertida en una oveja disciplinada
¿Pero de quién es la hoja de ruta? ¿Es decir, es Salvador Illa quien se pone al servicio de la causa de España aprovechando el poder que le otorga la Institución más importante de Catalunya? ¿O se trata de una operación de Estado que utiliza a Illa como su peón cualificado? Da igual barretina roja, como roja barretina, que dice el dicho popular, aunque en este caso, la orden de los factores altera el producto. De hecho, resulta meridianamente claro que desde el Primero de Octubre y la represión posterior, todos los esfuerzos de inteligencia del Estado pasan por desactivar, neutralizar y eliminar cualquier conato de rebelión independentista. Y, aunque los partidos independentistas han hecho esfuerzos notables para facilitar el trabajo a España, el Estado necesitaba controlar el poder de la Generalitat para remachar el clavo e invalidar el independentismo en esta generación, y más allá. Adormecer a la bestia el máximo de tiempo para que, si se despertara, ya no tuviera ningún fuelle. En este sentido, nunca se podrá agradecer lo suficiente el papel de ERC en su papel de facilitador de la investidura de quien quiere acabar con la Catalunya catalana. Ciertamente, el anuncio de Marta Rovira se cumplió: volvió para acabar el trabajo...
Y para esta misión de deconstrucción de Catalunya no había nadie mejor que Salvador Illa, el hombre desangelado, sin ningún otro carisma que el del funcionario aplicado, españolista de pura cepa, defensor de la represión y vacunado de cualquier virus catalanista. Sería un president sin complejos de catalanidad, ni ningún escrúpulo a la hora de poner Catalunya a los servicios de los intereses españoles. Por eso hace falta la sobreexposición con el Borbón, y por eso mismo su presidencia es de una mediocridad soporífera. En cien días no tenemos ni una sola rueda de prensa donde haya habido ninguna iniciativa relevante, ni tampoco ningún proyecto que permita avalar la tesis —profusamente defendida por el Upper Diagonal— de que Illa “hará cosas”, en contraposición a los indepes que, según su venerable criterio, solo nos dedicamos a estar en las nubes. Pero resulta que Illa ni siquiera “hace cosas”, a excepción de gestualizar un permanente vasallaje a Borbón, y anestesiar de tal manera la vida política catalana, que se ha vuelto completamente plana.
No hay que decir que para tal anestesia se han utilizado los medios públicos catalanes que han ayudado a crear una atmósfera amorfa, sin ningún sentido crítico, alejada de la “política”, como si la política fuera un mal social. Illa necesita justamente este ambiente para poder reducir el sentimiento nacional catalán a la pura anécdota: bajar al máximo el techo del debate político, y aumentar el pan y circo televisivo. Está intentando crear una Catalunya despolitizada, que en nuestra realidad nacional quiere decir una Catalunya descatalanizada. Es decir, domesticada. Es decir, derrotada.