Los impuestos son directos o indirectos —eso es así aquí, en Japón y en China, como diría mi profesor de física.
Los impuestos directos gravan la generación de una renta, como el IRPF, el impuesto de sociedades, o el impuesto de sucesiones y donaciones. Los indirectos gravan el consumo, como el IVA o los impuestos especiales.
Si bien hay cierto consenso en que los impuestos directos son progresivos (quien más gana, más aporta) y los indirectos, regresivos (los pagan ricos y pobres por igual), también es cierto que quien dispone de un nivel de renta más alto suele tener un nivel de consumo superior al de alguien con un nivel de renta bajo y, por lo tanto, la aportación a la recaudación del IVA de una persona con alto nivel de renta suele ser superior a la de otra de renta más baja.
Al Estado le interesa esta extracción sedada, porque, si cada uno hiciera el ejercicio de calcular cuánto paga de IRPF, IVA e impuestos especiales en un año, quizás habría una revolución
Introduzco ahora un dato relevante y muy obvio: no nos gusta pagar impuestos. Ya puestos, lo mejor es que no nos demos cuenta. Como he explicado en anteriores ocasiones, el éxito de la recaudación del IRPF reside en que ya no da la impresión de que se paga impuesto alguno. Como se paga cobrando "de menos" por la vía de la retención, y en junio el Estado devuelve dinero porque la retención está calculada a favor del fisco, todos estamos contentos y agradecidos de que exista ese impuesto, que nos reporta una paga extra en verano. Justamente todo lo contrario ocurre con impuestos como el IBI o el impuesto de circulación, que nos duelen más que una muela picada. Aplicando una regla de tres, no es casualidad que el Impuesto sobre el Patrimonio o el de Sucesiones y Donaciones tengan tan mala prensa y nos parezcan tan antipáticos: todavía se pagan porque no hay forma de reproducir el sistema instaurado con el IRPF, pero como afectan solo a una parte de la sociedad, que además no es mayoritaria, ya tal, como diría aquel.
Una verdad absoluta es que el contribuyente paga muchos impuestos pero solo es consciente de ello cuando tiene que aflojar la mosca. Resulta mucho más cómodo el sistema de tarifa plana porque, de forma más o menos resignada, se asume que hay que pagar. Es un poco como ir al dentistay decimos al odontólogo con los alicates en la mano: por favor, doctor, que no me duela.
Esta tendencia innata a la comodidad acabará haciendo que nos dé igual la progresividad o no de los impuestos
Al Estado también le interesa esta extracción sedada porque si cada uno hiciera el ejercicio de calcular cuánto paga por IRPF, IVA e impuestos especiales a lo largo de un año quizás habría una revolución.
Por suerte, el ser humano ha evolucionado desde la edad de piedra gracias a una gran cualidad: somos una raza comodona. Sin esta característica, todavía estaríamos arrastrando piedras en lugar de transportarlas sobre ruedas, o seguiríamos limpiando el suelo arrodillados.
Es esta tendencia innata a la comodidad la que acabará haciendo que nos dé lo mismo la progresividad o no de los impuestos. Como dice la canción: "dame veneno que quiero morir, dame veneno...".
Anna Rossell es economista