El miércoles pasado José Antich utilizaba el término "locura judicial" para hablar del caso del juez Joaquín Aguirre y su enloquecida persecución al independentismo catalán, vía acusaciones delirantes sobre pactos con Putin y traiciones a la patria, entendiendo por patria la española, por descontado. Y ciertamente la locura ha sido tan desaforada que incluso la Audiencia de Barcelona —y antes, el fiscal anticorrupción— ha considerado que la instrucción de la causa ha sido un fraude de ley. Es decir, era tan chapucero el argumentario, que ni con fórceps la han podido salvar. Y así, uno tras otro, los naipes de este castillo imaginario han ido cayendo hasta que la ruidosa macrocausa ha quedado en lo que era desde principio: un burdo montaje para poder criminalizar y reprimir al independentismo.

El guion tenía todos los elementos para activar la retromemoria de una España oscura que todavía busca el oro de Moscú. ¿Qué podía haber más pérfido para los esforzados salvadores de la España inmemorial que un complot judeomasónico entre los sediciosos catalanes y los herederos de los malignos soviets? Y encaramado a este surrealista argumentario, el juez Aguirre se esforzaba por descifrar los enigmas del ácido desoxirribonucleico, como si fuera un esbozo fallido del gran Dalí. Todo concordaba: Xavier Vinyals era excónsul honorario de Letonia, y Letonia está muy cerca de Rusia; Oriol Solé se había reunido con Julian Assange en Londres, y se sospechaba que habían trabajado juntos a favor de Putin; Josep Lluís Alay habla ruso y, peor aún, lo traduce, cosa que lo hacía definitivamente sospechoso; y Xavier Vendrell tiene tanta cara de ruso que vete a saber si es catalán.

Y así, equipado con los datos irrefutables que había acumulado, se paseó por el mundo explicando que Rusia tenía la intención de desestabilizar la democracia española, vía independencia catalana, como pieza primera de un gran plan para cargarse las democracias liberales de la Europa occidental. Por el camino, 10.000 soldados rusos marchaban hacia Barcelona a proclamar la República, y las criptomonedas llevarían la cara de Macià.

Aguirre ha sido el responsable de una de las instrucciones más delirantes que se recuerdan, solo obsesionado por convertirse en el martillo de herejes del independentismo

Finalmente, destapada la conjura, el esforzado juez preparaba la acusación de traición contra los principales líderes del complot, que no podían ser otros que los presidents Puigdemont y Mas. Como en paralelo otra instrucción se esforzaba por encontrar terrorismo e incluso un homicidio en el movimiento del Tsunami Democràtic, y también señalaba a Puigdemont como capo di capi, los vasos comunicantes quedaban perfectamente demostrados. Dicho y hecho, 21 personas detenidas, 31 entradas y registros en ocho partidos judiciales, y 4 años de calvario para todos los implicados, que han tenido que pagar abogados, viajes y recursos y han vivido bajo la espada de Damocles de unas acusaciones que podían enviarlos durante años a prisión. El juez que se vanagloriaba de haber tumbado la ley de amnistía ha sido el responsable de una de las instrucciones más delirantes que se recuerdan, solo obsesionado por convertirse en el martillo de herejes del independentismo. Aguirre, o la gloria de España, debió imaginar en sus sueños más húmedos.

Si Aguirre ha sido la quintaesencia del lawfare llevado a su máxima expresión, el papel de periodistas y políticos —algunos con fuego amigo— que alimentaron el delirio fue igualmente repugnante. Era evidente que todo aquello era una burrada descomunal y que detrás de Aguirre había una voluntad de represión ideológica iracunda, pero aun así hemos podido escuchar, durante todos estos años, todo tipo de tertulias y comentarios que tendrían que ser la vergüenza de la profesión, si es que podemos hablar de profesión. También, como no puede ser de otra manera, hay que recordar a aquellos políticos que aprovecharon la instrucción para denigrar y/o atacar a los líderes catalanes. Los sospechosos habituales, Peperos, socialistas de la España grande y etcétera, los damos por descontado. Pero aquellas declaraciones de Junqueras dando por buenas las acusaciones, o las famosas de Rufián, en los pasillos del Congreso, asegurando que los inculpados "eran señoritos que se creían James Bond", quedarán inscritas en la historia del procés como un ejemplo de miseria política. Por cierto, ahora que Aguirre ha quedado tan desnudo como su decencia, todos estos no han pedido perdón por la ignominia de haberse aprovechado de ello.

Finalmente, la impunidad de los jueces cuando llegan a hacer estas gamberradas en nombre de la gran España, y saben que no les pasará nada. ¿Quién devolverá los millares de euros públicos gastados en la loca cacería? ¿Quién devolverá el dinero a los afectados, puesto de su bolsillo? ¿Quién pagará los años de sufrimiento, de estigmatización, de criminalización social? ¿Quién, como mínimo, pedirá perdón?