Nos vamos (algunos) de vacaciones sin saber qué pasará en las próximas semanas o sabiendo que lo que ahora sabemos a ciencia cierta abrirá nuevas incógnitas a la vuelta.

En el terreno internacional, desgraciadamente, continuarán las guerras en Gaza y en Ucrania, mientras los ciudadanos occidentales intentarán desconectar de los asuntos desagradables en las playas del sur.

Hoy mismo se celebran unas elecciones en Venezuela, un país que era rico y ahora malvive arruinado. La certeza es que, según todas las encuestas, las tiene que perder el actual presidente, el chavista Nicolás Maduro. La incógnita es cómo reaccionará el autoritario presidente, porque nadie cree que esté dispuesto a ceder el poder por las buenas. Y el conflicto puede arrastrar a los Estados Unidos... y también a España.

En el mismo continente pero más al norte, la certeza es que Kamala Harris será nominada para disputar la presidencia de los Estados Unidos a Donald Trump. La incógnita es si será capaz de ganarle. En los primeros días después de que Joe Biden anunciara su retirada, las élites del Partido Demócrata no veían a Harris como opción ganadora. Incluso Nancy Pelosi llegó a proponer primero una convención abierta, pero no existía un candidato claro que pudiera arrastrar el consenso inmediatamente. Y los delegados ya estaban elegidos por Biden, que apoyaba a Harris, así que una convención abierta habría desatado una batalla que habría dividido el partido y desgastado a la candidata, que, en puridad reglamentaria, solo podía ser Harris. Así que, haciendo de la necesidad virtud, Pelosi dio una señal y todos a favor de Kamala. Los Obama, aunque también tenían reticencias, lo han acabado haciendo de la forma más solemne y creativa. Con la renuncia de Biden, los demócratas han recuperado esperanzas y dinero, y vuelven a tener a favor que Trump genera mucho rechazo y moviliza a sus adversarios, efecto que habían perdido con Biden. Con esto no basta para ganar y más teniendo en cuenta que las élites financieras y petroleras están con Trump. La victoria en votos de Harris es tan factible como fue la de Hillary Clinton en 2016, pero la presidencia se juega básicamente en Pensilvania, Wisconsin y Michigan, donde a Harris le queda mucho trabajo por hacer para superar a Trump y donde los debates sobre feminismo, derechos LGTBI, cambio climático y derechos de las minorías generan menos interés que los salarios, el poder adquisitivo y el paro.

Es una certeza que el Tribunal Supremo se niega a aplicar la amnistía y una incógnita que el Constitucional quiera revocar la rebelión del Poder Judicial contra el Legislativo

En Europa, todo son incertidumbres. Una interesante es cómo gestionará su victoria el primer ministro británico, el laborista Keir Starmer. Dispone de una mayoría bastante amplia para hacer cambios que reconcilien la socialdemocracia con la clase trabajadora, la gran asignatura pendiente de las izquierdas en Occidente. Sin embargo, a las primeras de cambio, ya se ha cargado a seis diputados radicales, toda una declaración de intenciones que hace pensar en Tony Blair y aquella Tercera Vía que no llevó a ningún sitio. Y otra incógnita europea es cómo se las arreglará el presidente francés Emmanuel Macron para formar gobierno, habiendo perdido las elecciones y con la necesidad de ponerse de acuerdo con los partidos de la izquierda que menosprecia.

En España, la certeza más evidente es que el Tribunal Supremo está decidido a hacer todo lo que haga falta para impedir de plano la aplicación de la amnistía. En general y en particular, al president Carles Puigdemont. La incógnita es si el Tribunal Constitucional, que —dicen— tiene mayoría progresista, querrá revocar la rebelión del Poder Judicial contra el Legislativo. Si no ha encontrado aplicable el delito de malversación a los altos cargos del PSOE implicados en el caso de los ERE, más difícil será justificar su aplicación en el caso de los líderes independentistas, pero ya sabemos que Catalunya tiene un régimen especial, en el peor sentido del término.

Es una certeza la voluntad de acuerdo de la dirección de ERC para hacer president a Salvador Illa y una incógnita la reacción de los militantes republicanos por lo que supone de claudicación

Otra incógnita es quién presidirá a partir de esta semana que viene el nuevo Consejo General del Poder Judicial y también el Tribunal Supremo. Es una incógnita la persona, pero es una certeza que todo continuará, más o menos, igual que siempre, porque el PSOE se ha rendido en la batalla y solo puede aspirar a un presidente o presidenta que apruebe el PP. Y la derecha judicial continúa dispuesta a mantener el control y además sin vergüenza. Incluso, se postula la jueza Carmen Lamela, con un historial de errores judiciales que en el mundo privado habría hecho que perdiera su trabajo y difícilmente volvería a encontrar otro, pero, según Villarejo, se ganó el ascenso por sus servicios contra los independentistas y, específicamente, contra Sandro Rosell, a quien tuvo en prisión durante dos años sin motivo. Hay una teoría de las bibliotecarias muy interesante: los más inútiles, arriba de todo.

En Catalunya sobra decir que la certeza más diáfana es la voluntad de acuerdo de la dirección de Esquerra Republicana para hacer president de la Generalitat a Salvador Illa. La incógnita es a qué precio y cuál será el proceder de los militantes de base.

En el precio figurará algo que se venderá como casi el concierto económico, solo que más solidario que el vasco y con un periodo de carencia, es decir, no para mañana mismo. Será, como siempre, insuficiente desde el punto de vista soberanista e intolerable para el resto de actores políticos, judiciales y funcionariales, sobre todo los inspectores de Hacienda.

Es una certeza que si hay investidura de Salvador Illa y Puigdemont vuelve, el 130.º president será detenido. La incógnita es qué consecuencias tendrá en Catalunya, en España y en Europa

Es de suponer que, para ser más convincentes con los militantes republicanos, añadirán algo de más impacto que la enésima "lluvia de millones" para Rodalies, que permita presentar el acuerdo como una nueva victoria catalana, que en esta ocasión también será inevitablemente pírrica. El partido de Junqueras se ha debilitado política y moralmente, y es consciente de que, haga lo que haga, no está en condiciones de negociar desde una posición de fuerza. Todo pasará factura.

La reciente visita del presidente español a la Generalitat se ha presentado como el prólogo del acuerdo y claro que ha sido así, porque seguramente Pedro Sánchez habrá aprovechado para advertir de las consecuencias de una repetición de elecciones en Catalunya, dado que entonces él también podría plantearse convocar elecciones generales el mismo día. Independientemente de que las intenciones sean ciertas, como amenaza es demoledora.

Puede pasar, obviamente, que las bases republicanas mantengan su espíritu crítico y la tradicional tendencia a la rebelión que en varias épocas han practicado contra el pactismo de sus dirigentes. Esta es la incógnita, pero el sanedrín republicano se reserva un mes de margen hasta el 25 de agosto por si hubiera que redoblar los esfuerzos para convencer a los militantes de los desastres que les caerían encima, tal como se han encargado de anunciar los medios y los grupos de presión, que, en otros tiempos, hicieron lo imposible contra el tripartito, y ahora lo imploran como la salvación del país.

Es una certeza que si hay investidura de Salvador Illa y Puigdemont vuelve, el 130.º president será detenido. La incógnita es qué consecuencias tendrá en Catalunya, en España y en Europa. Según la ley de Murphy, cualquier situación es susceptible de empeorar.