Llegas conduciendo a un pueblo donde no habías estado antes. Estás de paso para recoger a una amiga y, después, continuar tu camino. Entras en una pequeña avenida desconocida y ves tantas salidas, grandes y pequeñas, que no sabes cuál es exactamente la que te está indicando Google Maps. Vas lento y giras por una ancha por la que no hay tráfico. Así, si te has equivocado —piensas— no molestarás a nadie y podrás rectificar. Resulta que la buena era la de un poco más adelante a la derecha. No pasa nada. Continúas con prudencia por aquel espacio que no es exactamente ni una calle, ni una plaza. Recalculando ruta y aquí no ha pasado nada.

Dos meses después te encuentras una carta en el buzón: multa de 100 € por circular por una zona restringida al tráfico. Adjuntan foto y todo. Resulta que se trata de la nueva estación de autobuses de Gironella, en el Berguedà, dotada con cámaras de seguridad tan modernas que más que velar por tu seguridad, lo que hacen es velar por las arcas municipales. Ningún agente se dirige a ti. Simplemente una cámara te puede denunciar. Las indicaciones dejan mucho que desear porque no se ve nada claro que aquello es un espacio de uso limitado. Una captura de imagen y ale.

Consultas con personas de la localidad y te dicen, resignados, que en este mismo punto ha caído mucha más gente, que es un saqueo constante. Una especie de tierra de nadie donde sin pararte ni estacionar, solo con pasar, ya te sancionan. Así, impunemente. Encima, la carta de la Diputació de Barcelona no es certificada y cuando la recibes ya ha pasado la fecha que te permitiría pagarla con una rebaja del 50%. Presentas alegaciones y pones un recurso para intentar que la injusticia te salga más barata.

Un chico se te encara y empieza a dar puñetazos al retrovisor hasta romperlo, mientras dos policías que se encuentran a 10 metros te dicen que no pueden hacer nada

Otra mañana, llegas a Barcelona y te encuentras una manifestación por los derechos de Palestina y para pedir la paz en el Oriente Próximo. Desde la furgoneta detenida aplaudes la causa y si pudieras bajarías a caminar con ellos. Eres activista por naturaleza. Esperas pacientemente que los ciudadanos acaben de pasar. Al final, la guardia urbana te desvía por un callejón, para esquivar el atasco, y continúas la marcha muy lentamente, ya lejos de la concentración. De repente, aparece un pequeño grupo de manifestantes que habían quedado rezagados. Uno de los chicos se te agarra al capó gritando que les estás impidiendo el paso. Con miedo, te encierras por dentro y contemplas, desesperada, cómo empieza a dar puñetazos al retrovisor del copiloto hasta romperlo y dejarlo destrozado.

Dos policías motorizados se encuentran a 10 metros. No han podido no ver la acción violenta del joven. Avanzas poco a poco con el vehículo, bajas la ventanilla y les pides ayuda. Me dicen que no pueden hacer nada. Les señalo al culpable, pido que lo identifiquen y digo que quiero poner una denuncia. Es una calle estrecha, de un único sentido y sin lugar para coches aparcados. La zona no estaba cortada al tráfico, yo podía circular y el energúmeno no estaba intentando pasar por ningún paso de peatones. Simplemente se me había tirado encima, como si toda yo representara el Estado de Israel. La patrulla me dice que no, que vaya a la comisaría más próxima. Insisto en mi incredulidad y me amenazan con multarme a mí por falta de respeto a la autoridad.

Como puedes y sin visibilidad conduces por la jungla que es Barcelona hasta un parking. Allí, con más calma, llamas a la aseguradora. Hace 4 años que pagas una cuota de protección a todo riesgo y te dicen que sí, que te pueden trasladar a ti en taxi de nuevo hasta Tortosa, pero que la grúa solo cubre los primeros 150 km y que yo estoy a 180 km de distancia de mi ciudad. Si quieres, ve a una ferretería, compra cinta aislante, envuelve a base de bien el retrovisor y, antes de que se haga oscuro, vuelve hacia casa enseguida, anulando compromisos de trabajo que tenías por la noche, porque de noche y en aquellas condiciones no puedes circular. Es más, si te paran aún te multarían a ti por temeraria, claro.

Con la excusa del tan necesario civismo nos cargamos la convivencia, porque no se pueden castigar miserias y pasar por alto agresiones

Mientras tanto, a perder tiempo y dinero. Mientras tanto, patinetes eléctricos circulan sin casco, a toda velocidad y contradirección por aceras, calles y zonas peatonales. Mientras tanto, coches a todo trapo te adelantan en línea continua y motos insensatas te adelantan por la derecha en plena autopista. Pero a ti que no se te ocurra pasar unos pocos según por al lado de una estación de buses, ni pedir a la policía que vele por tus intereses, ni intentar apartar a un imbécil de encima de tu vehículo, que él puede ir bebido a pie pero tú no al volante, y a ti te pueden hacer una foto de la matrícula, pero a él no le pueden pedir el DNI (y no me preguntéis su nacionalidad porque era catalán).

Asfixiar así a la gente, económica y moralmente, es una vergüenza. Con la excusa del tan necesario civismo nos cargamos la convivencia, porque no se pueden castigar miserias y pasar por alto agresiones. El asaltante se siente impune, la víctima desprotegida. Que nos hacen falta leyes para gobernarnos y hacernos más fácil la vida, pero de nada sirven si se hace un mal uso o un abuso. Intenta tardar unos días en pagar a los autónomos y verás cómo te localizan enseguida. Revienta un retrovisor delante de los morros de unos agentes y no sabrán cómo encontrarte. Y sí, ya sabemos que podría ser peor y que al final todo esto será solo cuestión de dinero, pero cuesta mucho ganarlo y nos lo roban con demasiada facilidad. La sensación de indefensión ante bancos, policías y zoquetes es demasiado grande. Y no, no hay derecho.