Estos días se estrenará en Broadway el espectáculo de Antonio Díaz (“El Mago Pop”), de nuevo bajo la premisa de que “nada es imposible”. De hecho, el espectáculo se preestrena justo el día en que deben constituirse las Cámaras legislativas españolas: por arte de magia, de repente, Meritxell Batet desaparece del escenario (¡hop!) e incluso el PP o el PNV pueden tener mayor control sobre la mesa del Congreso que los propios socialistas. Qué cosas, la magia. Un día Félix Bolaños afirma que el independentismo es una ideología obsoleta que pertenece al pasado y al cabo de unas semanas (¡chazam!) este movimiento primitivo y caduco condiciona el futuro de tu legislatura y de tu partido. Ah, y de tu cargo.
El independentismo mágico tiene sus códigos y sus ritmos, a menudo exasperadamente lentos, de modo que sobre lo que parecía imposible, de repente (¡abracadabra!) se enciende una luz que marca una vía. Este concepto de magia fue objeto de burla por muchos políticos, opinadores, intelectuales y tuiteadores, acusando la vía de la confrontación inteligente de ingenua, engañosa y embaucadora: requería demasiada fe, iba demasiado despacio y sobre todo solo era una forma de distraer la atención del público y robarles la cartera. Para ser justos, cabe decir que la oscuridad y el silencio reinantes han propiciado el auge del escepticismo hasta el punto de que todavía hoy hay muchas cosas por demostrar. La platea no deja de ser un lugar sombrío en el que no quieres quedarte mucho rato sin saber qué pasará, ciertamente. También hay que decir, sin embargo, que una cosa es el engaño y otra el dominio del relato. Por ejemplo, afirmar que votar no servía de nada podía ser un engaño o una enésima equivocación, pero en todo caso, fuera lo que fuera, ha acabado conformando un relato efímero e infértil. Los buenos relatos aguantan, son sólidos en su eventual irregularidad y sobre todo creen en algo. Ahora todo parece indicar que, en este momento, el independentismo político está en condiciones de estar de nuevo en posesión del balón y marcar el ritmo de muchos acontecimientos. Más vale que suponga un verdadero cambio de estilo respecto a los últimos años. Lo veremos, pero de entrada algunas pistas sobre cómo funciona esto de hacer magia:
La autodeterminación no existe, en efecto, si el espectáculo se estrena en la Gran Vía de Madrid. Pero es que ahora estamos en Broadway
Por arte de magia, lo que había sido una interpretación del derecho restrictiva y retrógrada puede convertirse en una necesaria flexibilización de los términos. Sucede casi siempre que cambian los regímenes. Pero en términos más concretos, cuando el “TC vacacional” intenta impedir debates sobre los recursos de amparo del president Puigdemont y de Toni Comín contra su procesamiento por malversación agravada y desobediencia, acto seguido la legendaria separación de poderes española (¡expecto patronum! ) hace que la Fiscalía lo recurra para poder facilitar su debate. También de repente (¡confundus!), lo que repetía Pedro Sánchez sobre la imposibilidad constitucional de la amnistía acaba en una lluvia de artículos de expertos defendiendo su constitucionalidad e incluso su conveniencia. Veremos si sucede lo mismo con la autodeterminación. En cualquier caso, ¿qué ha sucedido? ¿Magia? ¿Un fenómeno paranormal ha dado la vuelta, de repente, a la ciencia del derecho? Podría ser, sí, de la misma forma que podría ser que en una misa el pan y el vino se transformen en sangre y en cuerpo. Pero también podría ser, simplemente, que haya cambiado la forma de verlo. La convención. La necesidad de un nuevo relato, un nuevo espectáculo. Un nuevo orden. Una nueva normalidad.
Los abejorros, dice Antonio Díaz, tienen unas alas tan pequeñas que no deberían poder hacer volar sus cuerpos anchos. ¿Cómo es, pues, que aun así vuelan? El truco es el siguiente: los abejorros pueden volar porque no obedecen las leyes de la aerodinámica. Porque nunca se ha tratado de “desobedecer” leyes, sino de obedecer otras distintas: en este caso, las de la física de fluidos y las turbulencias de unas alas ovaladas que se doblan adelante y atrás. Pues eso mismo, aplicado al derecho y a la política, es la “magia” que se intenta hacer: que a partir de ahora las normas y premisas sean otras que, de hecho, siempre han estado vigentes. Solo había que prestarles atención. La autodeterminación no existe, en efecto, si el espectáculo se estrena en la Gran Vía de Madrid. Pero es que ahora estamos en Broadway.