Esquerra ayudará a hacer president a Salvador Illa porque no le queda más remedio. La claudicación de los republicanos no es fruto de esta pasarela de negociación que parece haber cuajado esta semana, pero que, por los frutos que acabará dando, se habría podido sellar la misma noche del 12-M. Oriol Junqueras ya opositó a virrey de los socialistas cuando estaba en Lledoners, pensando en convertirse en el principal interlocutor de Sánchez en Catalunya y con el objetivo poco disimulado de jubilar a Carles Puigdemont. Esquerra investirá a Salvador Illa porque, por mucho que los encendidos convergentes y la ANC los acusen de botiflers en la red X, esta es la única opción del partido republicano para prosperar en el (escaso) reparto de poder que hoy puede hacerse dentro del autonomismo. Lo único que se les puede reclamar es haber tardado demasiado.
A día de hoy, resulta absolutamente indiferente si el PSOE cumple con la promesa de la nueva expresión estrella del procés; el concierto económico solidario. Reforzada por la magnanimidad de los indultos y de la amnistía, la izquierda española —lo sabemos desde el Pacte del Tinell (donde ya se prometió que la Generalitat recaudaría todos los impuestos de los catalanes), de la disposición adicional tercera del Estatut, y de la monserga de oficializar nuestra lengua en Europa— no tiene ningún tipo de incentivo ni de obligación para hacer realidad sus pactos. Eso lo saben los militantes de Esquerra y los campesinos de Wisconsin; a su vez, los republicanos son muy conscientes de que el PSC tiene la intención de devolver a Catalunya a la casilla pre-estatutaria de 2003, pero, contrariamente a la táctica sprinter de Maragall, Junqueras tiene el objetivo de ir sumando competencias para la Generalitat a base de una negociación de lluvia fina.
Dentro de toda esta ecuación —y en este punto específico del concierto, hay que dar toda la razón a los republicanos— lo que más sorprende es el cinismo de Convergència y de Carles Puigdemont. Los juntaires (léase la reciente entrevista a Jaume Giró en este mismo diario) habían propuesto exactamente el mismo marco competencial en tanto que condición para la supervivencia económica del país. Es muy gracioso ver como de repente Convergència ha promovido un desfile general de todas sus momias, empezando con el alcalde Trias, para generar desconfianza de un pacto con el PSC, que es, dicho sea de paso, el partido al que Carles Puigdemont pedía la abstención para volver a ser Molt Honorable. De entre toda la zarzuela, sorprende todavía más que el 130 amenace con volver —por enésima vez— solo para evitar un pacto autonómico, cuando ha dispuesto de instantes mucho más fecundos y rupturistas para pisar el país.
La izquierda española no tiene ningún tipo de incentivo ni de obligación para hacer realidad sus pactos
Al triste papel de Puigdemont, que ya incumplió su promesa de regreso en las elecciones europeas ("si quieres que vuelva el president, tienes que votar al president"), hay que sumar el papelón de nuestra vedette nacional, Lluís Llach, que ya rompió la neutralidad de un presidente de la ANC confesando que votaría a Toni Comín en los últimos comicios europeos y que ahora ya ha salido definitivamente del armario como tonto útil de los convergentes. ¡Con los tostones que habías llegado a dar contra el Ubú President en tus conciertos maratonianos, querido Lluís, y mírate ahora, promoviendo un gobierno independentista presidido por la formación en la que militan Jordi Pujol y Artur Mas! Señores de la ANC, dejad el chantaje y coged la calculadora: no existe la unidad independentista ni es factible la posibilidad de un gobierno soberanista, por el simple hecho —cosas de la democracia— de que Puigdemont perdió las elecciones contra Illa.
Pero bueno, todo eso son cuestiones autonomistas que no tienen el mínimo interés. Aquí lo único que cuenta, queridos lectores, es estar alerta para cuando este nuevo Govern PSCERC entre en quiebra técnica por falta de temple y la máquina de los convergentes de siempre, de aquellos que saben cómo merecer la victoria, nos quieran enchufar una nueva versión del Astut, un poco más joven, feminista y, si hace falta, incluso propalestino. Lo que viene ahora es solo una regurgitación espumosa de 2003 y caerá por su propio peso. Pero lo más importante —estad en guardia— es no caer de nuevo en las trampas convergentes de 2014. No os fieis de la indignación convergente, porque es el preludio de apelaciones a la voluntad del pueblo, a consultas no aplicables, a referéndums simbólicos y a martirologios que solo nos llevan a lamernos las heridas. Recordad el pasado reciente, y así podremos intentar enmendar el futuro.