Tras años de un querido atonalismo político en TV3 (corrijo; tras años de una política más bien filofranquista, consistente en no asomar la nariz en el universo de la política), resulta muy normal que la mayoría de los independentistas de la tribu se excitaran de lo lindo con el reportaje Infiltrats del último 30 minuts. A pesar del trabajo encomiable de las directoras Gemma Garcia y Sònia Calvó, con el sello investigador de La Directa, uno tenía la sensación de estar viendo un producto destinado a un independentista de los años 2014-2019; es decir, un tipo de individuo que todavía tiene capacidad para indignarse con las fechorías ilegales de los españoles y, a su vez, suficiente ingenuidad como para creer en el rupturismo de convergentes y republicanos. En este sentido, el decalaje temporal de la recepción del filme resultaba más angustioso que la existencia de infiltrados policiales en los movimientos cívicos.
Por más que nos pese, el independentista prototípico del año 2025 es un ciudadano con las convicciones intactas, pero con su capacidad de indignación altamente castrada. El hecho es comprensible, pues resulta muy fatigoso ver a los políticos catalanes airándose continuamente contra la gente con la que, a pesar de los fruncimientos de ceño, acaban trabajando para el gobierno y la supervivencia del estado centralizador. Mientras contempla Infiltrats, el catalán ex-emprenyat vuelve a politizarse momentáneamente (e incluso habrá conciudadanos que fantaseen con la reaparición estelar de la querida Pilar Rahola en el FAQS), pero, consciente de que todo este receptáculo de ira a ninguna parte, abandona la lucha y decide esperar pacientemente a que en TV3 aparezca Quim Masferrer persiguiendo a abuelas o alguna de esas cocineras medio chaladas que animan Joc de cartes. Eternizar la ira, es cierto, da un montón de pereza.
No obstante, la indiferencia de la que hablo no es ninguna mala noticia. Contrariamente, resulta ideal que los independentistas ya no nos levantemos del sofá cuando admiramos a un jovenzuelo activista desenmascarando a una miembra de la pasma española que estuvo unos cuantos años fornicando (con amor, ¡por si fuera poco!) bajo una identidad falsa. Admitir esto, que los infiltrados se nos follan, es algo parecido a comprender —de una vez por todas— que los gobiernos españoles nunca tendrán ningún tipo de problema en salvar la unidad de la patria a través de incumplir cualquier precepto ético; lo cual, de ser necesario, incluiría incluso meterse en la cama con bebés y animales. Visto que todo esto ya se va entendiendo, yo en el puesto de los compañeros de TV3 programaría muy pronto algún 30 minutos dedicado a certificar la ley de la gravitación universal y el teorema de Pitágoras o —ya que estamos— a hacer una serie tipo Hobbes for dummies.
Los gobiernos españoles nunca tendrán ningún tipo de problema en salvar la unidad de la patria a través de incumplir cualquier precepto ético
Aunque Infiltrats intente focalizar su afán victimista en los hombres y las mujeres que fueron espiados (y sexualmente vejados) por la pasma, yo recomendaría a los lectores que se fijen especialmente en ese momento espléndido de programa en el que Laura García, portavoz del sindicato JUPOL, acusa a los activistas catalanes de cometer una temeridad a la hora de hacer públicas las identidades de los agentes que los engañaron, porque eso los inhabilitará de cara a futuras investigaciones. La españolota en cuestión, es algo admirable, lo dice con una tranquilidad espiritual que hace mucha gracia, consciente de tener detrás una estructura política que nunca, pero jamás, le hará pagar sus groserías ilegales. Nuevamente, he aquí la ética de nuestro enemigo; la cuestión, ahora y siempre, consiste en si nosotros estamos preparados para contrarrestarlas no con los mismos métodos, hecho imposible, sino con igual inmoralidad.
Así se explica, en definitiva, cómo la agente de la pasma Maria Isern Torres intimó con nuestro desdichado activista Òscar Campos, pobrecito hijo mío, que todavía pone esa cara de no entender nada de nada tan prototípica de un catalán como Dios manda (aparte del engaño, querido camarada, hay que decir que la señora tenía pinta de hacer muy bien su trabajo, en el sentido más esencial del término; ¡esto, desgraciadamente, todavía hace más terrible este crimen del matriarcado!). Así se explica, en resumidas cuentas, cómo actúa una máquina estatal. Así se explica, para acabar, que ya lo tengas tan aprendido que te dé una pereza terrible cabrearte y manifestarlo de nuevo, sobre todo cuando "los nuestros" se lo miran haciendo ver que tienen a Pedro Sánchez cogido por los cascabeles, si me dispensáis tanta metáfora sexual.