El PSOE ha dejado claro que no volverá a avanzarse en la mesa de negociación en Suiza hasta que se aclare "quién es el interlocutor al otro lado", es decir, quién preside la Generalitat. Ciertamente, la mesa no se configuró entre el president Aragonès y el presidente Sánchez, sino que se reconoció la legitimidad del president Puigdemont como interlocutor, pero ahora de lo que se trata (hablando en plata) es de ver si se borra esta figura del tablero: una vez investido Illa, la fuerza de Puigdemont (y de todo el independentismo) en el debate sería menor. El debate en la mesa, quiero decir. Otra cosa es que Puigdemont pueda, como puede, intervenir en el debate incluso si es ignorado o desplazado: lleva siete años haciéndolo, condicionándolo todo desde fuera de los "canales institucionales" españoles. Y catalanes.

Illa ha creído que la presidencia le correspondía de forma natural y ahora, cuando ve que depende matemáticamente del independentismo, pone cara de incomodidad e incluso parece ofendido. Un sector político que lleva años diciendo a los independentistas que "han olvidado la mitad de la población", o "el otro lado del hemiciclo", resulta que ahora pretende gobernar Catalunya ignorando a la mitad independentista del país. Éste es el gran error histórico del PSC: creer que ellos representan la “Catalunya real”, la que atiende a los “problemas que verdaderamente interesan a la gente”, y lo dicen en medio del rugido de motores de Fórmula 1 en el paseo de Gràcia, preocupándose sobre el estado del enamoramiento de Pedro Sánchez o repartiéndose el Consejo General del Poder Judicial con el PP (esta derecha tan “extrema” con quien, sin embargo, pactan incluso la alcaldía de Barcelona). Es de una evidencia obscena que el PSC ha decidido expulsar a Junts de cualquier espacio de poder, al precio que sea, y que en cuanto a Esquerra ha decidido que basta con incluirla dentro de su supuesta retórica antifascista. Los de ERC se lo han dejado hacer hasta ahora, pero muestran claros síntomas de haberse dado cuenta (tarde) de la tomadura de pelo, por lo que ahora la pelota vuelve a estar encima del tejado de Illa: es él, él con la ayuda de Pedro Sánchez, quien debe hacer una oferta a los independentistas para merecer la investidura a la presidencia de la Generalitat. Ya no va de aritmética: va de contenidos, y cambios demostrables, y también de respeto a la mitad sociológica del país. No hay futuro para nadie en Catalunya prescindiendo de los independentistas, y es hora de que el socialismo se lo meta en la cabeza: quizás hayan frenado el procés, pero ni por casualidad han resuelto el problema ni han eliminado la influencia social del movimiento. De hecho, según hagan las cosas, serán ellos mismos quienes incrementarán esta base social. Yo vigilaría.

No hay sitio para la unilateralidad, ni la catalana ni la española, hasta que esta etapa de conversaciones se aclare, o bien dando frutos o bien demostrando que no va a ninguna parte

Otra cosa son los deberes del independentismo: la unidad no es lo único que falta, sino también la capacidad de convencer a su electorado de que la política que se está haciendo es la mejor posible. Si se ha perdido la épica del 2017, como es evidente, habrá que demostrar dos cosas: en primer lugar, que se es capaz de presentar una gestión profesional de los asuntos públicos, sean los que sean. Y, en segundo lugar, que se dispone de líderes capaces de negociar fuerte con Madrid (y con Bruselas) independientemente de si mandan unos u otros, así como de encontrar los talones de Aquiles del Estado por donde Catalunya puede volver a plantar cara como lo hizo en el 2017. El independentismo institucional, pero también el underground, si quieren crecer, tienen prohibido tirar eternamente de lo que sucedió (o de lo que podría haber pasado) y tienen la obligación de garantizar un futuro viable y mejor. Cuesta mucho recuperar cierta épica, en el largo “mientras tanto” de una negociación. Mucho, ciertamente. Pero es lo único que se espera en una atmósfera donde todavía hay alguien en Suiza esperando a que se reanuden conversaciones. No hay sitio para la unilateralidad, ni la catalana ni la española, hasta que esta etapa de conversaciones se aclare, o bien dando frutos o bien demostrando que no va a ninguna parte. Después de eso, las unilateralidades pueden volver a funcionar e incluso volver a ser masivas, si logran ser lo suficientemente creíbles: pero son los partidos (los de aquí y los de allá) los que han querido jugar la carta de la negociación y, por tanto, son ellos quienes tendrán que salir de ello, ya sea con victorias o con los pies por delante. No sé si los socialistas son conscientes de su fragilidad, pero me importa más que los partidos independentistas sean conscientes de la suya: hagan lo que crean, pero sean eficaces. Obtengan victorias. Políticas. Para mí, la primera, hacer un sonoro Collboni al españolismo de Salvador Illa.