Como todos sabréis, la inmigración es uno de los temas más debatidos actualmente en todo el mundo; ¡pero en Catalunya más! Catalunya ha sido siempre una tierra de acogida y de bajarse los pantalones siempre que ha sido necesario, como muy bien ilustran los caganers que colocamos en todos los pesebres en Navidad. Nos gusta recibir a todo el mundo con los brazos abiertos y, si es necesario, renunciar a nuestra idiosincrasia; lo hacemos encantados, no queremos incomodar a nadie. Toda esta galantería (que no hace más que esconder una gran falta de autoestima) y los ataques reiterados del Estado español para destruir todo lo diferente han provocado que nuestra cultura y lengua estén bajo mínimos y a punto de ser devoradas por cualquier otra cultura con más amor propio. ¿Adónde quiero llegar con todo esto? Pues a deciros que no se puede gestionar de la misma forma la inmigración en Catalunya que en el Estado español. Catalunya no tiene ningún Estado que la proteja, está indefensa ante un alud (deseado por algunos) de recién llegados de todo el mundo.

Hay gente que dice que todo el mundo tiene derecho a ir a vivir adonde quiera, ¡que faltaría más! Me parece una visión muy bonita y romántica, pero poco práctica. Os pongo un ejemplo a pequeña escala: imaginaos que de repente se presentan trescientas personas de todo el mundo en vuestra casa y os dicen que quieren quedarse a vivir en ella (por el motivo que sea, desde el motivo más válido, que sería que estén huyendo del hambre o de una guerra, a jubilados europeos que les sale mucho más barato vivir en vuestra casa que en su país), ¿qué haríais? ¿Los acogeríais a todos? No hace falta tener un máster en matemáticas para ver que los números no salen. Donde comen dos pueden comer tres, pero ¿trescientos? ¿Qué pasaría si en un acto de nobleza y de humildad absoluta los acogierais a todos? Pues que dudo que durarais vivos más de dos semanas. Ni habría suficiente comida para todos ni seríais capaces de poneros de acuerdo en nada. Cada uno querría imponer su forma de ver la realidad y la amabilidad inicial se acabaría convirtiendo en resentimiento y odio. Si ya cuesta poner de acuerdo a una familia de cuatro miembros, imaginaos hacerlo con una familia de trescientas personas.

Catalunya ha sido siempre una tierra de acogida y de bajarse los pantalones siempre que ha sido necesario

¿Entendéis adónde quiero ir a parar? Personalmente, creo que los humanos tenemos el deber de ayudarnos entre nosotros y de acoger a quien haga falta si lo necesita (sea por guerras, por hambre, por pobreza…). A esto se lo llama altruismo y tener sentimientos, y teóricamente es muy humano (aunque hay humanos que parece que nunca hayan oído hablar de la compasión). La línea de la que estamos hablando es muy fina. ¿Qué ocurre si el número de gente que acogemos es mayor que la cantidad de recursos de los que disponemos? Pues creo que es bastante obvio: nos hundiremos todos económicamente y la cultura minoritaria acabará siendo absorbida y sustituida por la mayoritaria; en el caso de Catalunya, será la cultura foránea la que desbancará a la autóctona. Soy una gran defensora del altruismo y de la empatía, pero ¿hasta el punto de hacer pasar el bienestar de los demás por encima de mí y de mi cultura? No lo tengo claro. Siempre he oído decir que solo puedes ayudar a los demás si tú estás bien, entonces ¿cómo puedo ayudar a los demás si yo estoy bajo mínimos? ¿Podemos acoger a gente en Catalunya? Claro que sí, la diversidad enriquece de muchas maneras, pero debe haber cierto control y ciertos límites. No podemos hacer un sí a todo porque ni unos ni otros vamos a estar bien. No confundamos el fascismo (no a todo lo que no es igual que yo) con el hablemos de ello (analizar los pros y los contras y hacer hasta dónde podamos). Todo y todo el mundo tiene un límite, no puedes dar todo lo que tienes porque entonces serás tú quien tendrás que pedir ayuda y el problema inicial seguirá activo.