"Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos."
(Mt 7,16-17)
Semáforo verde. Junts per Catalunya y el PSOE han llegado esta semana a un acuerdo sobre la delegación de competencias en inmigración a la Generalitat. A estas alturas, y si las cosas no se acaban torciendo, que puede pasar, es un éxito de Carles Puigdemont, Jordi Turull y compañía. Creo que, hacia allá de ulteriores análisis, es de justicia reconocer que estamos ante el pacto de mayor envergadura, de más trascendencia, de los que hasta ahora se han cerrado. Déjenme apuntar aquí que el entendimiento se desencalló después de que Junts renunciara a seguir impulsando en el Congreso el debate sobre una cuestión de confianza de Pedro Sánchez. Era un movimiento estéril, que buscaba, mediante una argucia parlamentaria, causar desgaste a los socialistas y que, por eso mismo, irritó agudamente al presidente español.
No está todo hecho. La Proposición de ley que materializa el pacto acaba justo de empezar su recorrido parlamentario y tendrá que congregar alrededor suyo el consenso necesario. Eso quiere decir que, en caso de que eso se consiga, probablemente será a cambio de incorporar modificaciones en forma de enmiendas. (La otra opción es que Sánchez y Junts no consigan sumar bastantes aliados y la ley descarrile.) Hasta que la ley sea una realidad y se pueda aplicar, falta todavía mucho tiempo, durante el cual será necesario estar muy atentos. Y todavía después vendrá el desarrollo, los detalles, y ya se sabe que el demonio tiene por costumbre emboscarse en los detalles. Para colmo, es seguro que la delegación de competencias acabará en el Tribunal Constitucional.
Una manera de evaluar la importancia del pacto es detenerse a analizar con un poco de detenimiento como los diferentes actores, más allá de los dos que han suscrito el acuerdo, Junts y PSOE, reaccionaron en cuanto conocieron la noticia. También es una forma, claro está, de ponerlos delante del espejo.
A Belarra le hace perder el sueño Junts, pero no que el PP y Vox estén muy cerca de conquistar el poder en España
La reacción de PP y Vox fue totalmente previsible. Vienen a decir que ceder competencias —no todas— en inmigración, aunque sea en muchos con fórmulas de colaboración y cogestión, es una monstruosa traición a España. Sánchez se está vendiendo la Nación —así, en mayúsculas— a trozos. ¡Las fronteras, ay las fronteras!, son sagradas. Y allí, en las fronteras, los policías catalanes, los Mossos, no tienen que ir a hacer nada. Y lo mismo para todo el resto. Eso es el colmo, intolerable —exclaman. Sin embargo, señores del PP y de Vox: no habíamos (habían) quedado en que Catalunya es España (¿qué pone en tu DNI?)? No habíamos (habían) quedado que "España, una y no cincuenta y una"? ¿Que no habíamos (habían) quedado en que las autonomías son Estado y que de Estado solo hay uno? No es eso justamente lo que dice la Constitución, blanco sobre negro, en su preámbulo: “Las comunidades autónomas son entidades territoriales que integran el Estado español”? Pues no: Feijóo —que un día quiso ser moderado— se apresuró a denunciar que el pacto no es otra cosa que “seguir desmantelando el Estado en Cataluña”. Deploró también que la negociación se produjera fuera de territorio español —lo encuentra una “humiliació” (sic)— y que se haya cedido una competencia de la Administración central —¿cuáles otras puede ceder la Administración central sino las suyas? Del hecho de que el mecanismo para hacerlo sea perfectamente legítimo y legal —el artículo 150.2 de la Constitución lo prevé y lo permite— no dice nada, ni tampoco dice que los gobiernos del PP frecuentaron en el pasado este artículo para dar competencias a la Generalitat. En fin.
Vale la pena observar también ERC. Si el escepticismo y las dudas iniciales de Junts sobre el finiquito de la deuda autonómica, expresados a través de Mònica Sales, fueron lamentables, también lo ha sido esta vez la reacción de su portavoz en Madrid, Gabriel Rufián (que poco antes se había cubierto de gloria en la entrevista que le hizo Jordi Évole). Pese al relevo del pacto para Catalunya, Rufián —entre el ataque de celos y la tirria a Junts— no se pudo privar de agitar el fantasma de la xenofobia. Después de prometer vigilar con el fin de asegurar que las competencias "se utilicen bien", deseó que el partido de Puigdemont "recuerde la Catalunya de todos de Pujol y no la Catalunya para cuatro de Orriols". Alguien tendría que informar a Rufián, siempre tan mareado yendo arriba y abajo, de que se han delegado competencias, pero que estas competencias se tienen que ejecutar siguiendo la legislación vigente. O sea, diciéndolo quizás demasiado simplificadamente, la Generalitat podrá ejecutar políticas, pero no crear o hacer políticas propias.
Igualmente, Rufián tendría que saber que en Catalunya gobierna el PSC y no Puigdemont o Junts. Y que el presidente es Salvador Illa, investido con los votos de ERC, partido que le sigue apoyando. Illa dijo lo que le tocaba decir, eso sí, con una palpable falta de entusiasmo: "Cualquier avance competencial y mejora del autogobierno es siempre bienvenida y el Gobierno ejercerá siempre sus competencias con el máximo rigor y la máxima responsabilidad".
Acabo con unos primos hermanos de Rufián, Podemos, presuntos militantes de la diversidad en general y de la España plural en particular. Aquí quien se encargó de hacer el ridículo fue la navarra Ione Belarra, la misma persona que reclama, justamente ahora, en el contexto internacional que tenemos, que España abandone la OTAN. Los alaridos, parecidos a los de Rufián: "Los socialistas han pactado dar las competencias en inmigración a un partido antiinmigración que compite con la ultraderecha catalana; no se hará con nuestros votos". Además, instó a Junts a demostrar que no busca hacer "políticas racistas". Pura cultura de la cancelación, pura censura (de la inmigración no se tiene que hablar). Estaría bien que —como a Rufián— alguien informara a la señora Belarra de que en Catalunya gobierna el PSC y no Puigdemont, aparte de hacerle notar, de paso, que se están alineando con la derecha y extrema derecha nacionalistas españolas. A Belarra le hace perder el sueño Junts, pero no que el PP y Vox estén muy cerca de conquistar el poder en España.
Igual que Podemos hizo la CUP. Al diputado en el Parlament David Cornellà tampoco le gusta que se aborde la cuestión de la inmigración, y riñe a Junts con vehemencia: "Es evidente que si Junts pide lo mismo que la extrema derecha es porque quiere hacer las mismas políticas que la extrema derecha". Esta cultura de la cancelación que gasta una buena parte de la izquierda, este querer hacer ver que todo es coser y cantar al mismo tiempo que se intentan ocultar los problemas, es uno de los factores que han contribuido y se encuentran en la base del terrorífico crecimiento de partidos como Vox y Aliança Catalana, así como de todos sus camaradas —empezando por Donald Trump— en cualquier parte del planeta.