Prefiero que una futura “patria completa” se consiga abriendo, que cerrando. Me considero esencialista, porque lo de las esencias resulta que tiene la característica de ser algo esencial, pero prefiero que estas sean lo suficientemente fuertes como para resistir intensas oleadas migratorias. Lo prefiero a levantar muros como único recurso de protección. Evidentemente, hacer muros más altos no es necesariamente pecado ni racismo ni fascismo si se llega a la conclusión de que levantarlos es imprescindible: no solo por esencialismo, sino porque es necesario medir bien la capacidad de absorción de un territorio y una economía. Pero, ante la duda, o mejor dicho, como propuesta ideal, sin duda prefiero una cultura lo suficientemente fuerte como para integrar a quien se le plante delante (o en el comedor de casa) que una lo suficientemente débil como para tener que montar burbujas infranqueables. De hecho, todavía no entiendo cómo mucha gente ha llegado a considerar ofensivo el concepto de “integrar”: demasiado condescendiente —decían—, aquí no hace falta “integrar” a nadie —argumentaban. Pues sí, por supuesto. En todas partes. Y también es necesario entender el miedo, y aceptar, por tanto, la necesidad de límites. Pero todavía hace falta —pienso yo— incidir más en nuestra capacidad expansiva. Transmisora. Creadora de nuevos (y diversos) catalanes.

El acuerdo de traspaso de competencias, en este sentido, es esperanzador: ante el recién llegado, hoy en día, lo primero que se presenta es un Estado como el español; una comisaría centralizada; una cultura y una lengua poderosas; unos controles y números generados desde el kilómetro cero (que no es el de Ametller Origen), y unos requisitos impuestos por las autoridades ministeriales. Ahora, como mínimo, el recién llegado podrá tener mayor conciencia de la existencia de un poder propio y autóctono; de unos valores diferenciados; de una lengua propia que tendrá que aprender, y de unos cuerpos administrativos catalanes a los que tendrá que dirigirse sí o sí. El acuerdo supone también la perspectiva de una gestión compartida de la soberanía, que es lo máximo que se puede pedir, supongo, mientras no se tiene la autonomía de Portugal. Ahora me faltaría que, aparte de reclamar la expedición de los NIE a los extranjeros, pudiera hacérseme el favor de pedir la competencia para expedirme a mí mi DNI. El de verdad, no el falso que llevo décadas teniendo que presentar.

Si alguien rompió la convivencia, en nuestra casa, fueron los que se sumaron al "a por ellos"

El tema de la lengua queda claro, el tema de los valores es otra cosa. Si realmente se quiere incidir en ello, habrá que determinar cuáles son los valores comunes en Catalunya. De entrada se me ocurre subrayar que aquí, ya ves qué cosa, nos gusta votar. Que aquí los conflictos nos gusta resolverlos a las buenas, democrática y pacíficamente, y, por tanto, seguramente quien más está invitado a integrarse en los valores generales de Catalunya es su actual presidente, fervoroso contrario de este derecho colectivo y proclive a resolverlo igual que lo hacen los vulgares “piolines”. Clases de valores, integración cultural y conciencia cívica convienen a más de uno, en efecto, en este país.

Veremos cómo va evolucionando esta etapa de diálogo y de negociación. El escepticismo sigue siendo mutuo, pero parece que la existencia de un mediador obliga a las partes a no levantarse de la mesa y a aparcar las unilateralidades para otros momentos. Si así es, tendremos que conformarnos con ello al menos hasta que las cosas (o los votos) cambien. Pero no puedo dejar de decir que la construcción de una sociedad convivencial, de una “Catalunya de todos”, un país “normalizado” donde no se rompieran los consensos ni la paz social, habría tenido que pasar por que el PSC propusiera un “no” al referéndum del 2017. Era tan fácil como eso: proponer el “no” en lugar de escalar la montaña o entrar en las cuevas del fascismo (este sí) más explícito. Illa quiere probar de redimirse mostrando generosidad; espíritu integrador y dialogante; gestión y buenos alimentos; pero la herida profunda se habría podido evitar con esta evidente y facilísima señal de buena voluntad. Si alguien rompió la convivencia, en nuestro país, fueron los que se sumaron al “a por ellos” judicial, administrativo y policial contra una inmensa mayoría que solo quería expresar su voto. Cuando hablen de valores, de integración, de convivencia, de tolerancia y de verdadera pluralidad, recuerden siempre esto: aquí aceptamos a todo aquel que quiera compartir unos valores comunes básicos. Y desconfiamos profundamente de quienes quieren dinamitarlos.