No había cambio de ciclo político porque las derechas no han sumado. De esto iba el 23-J y así lo plantearon tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo. De un rechazo a los pactos de Sánchez con ERC, Bildu y la legitimidad tan cuestionada por el PP de la propia coalición. Ha dado más miedo imaginar a Santiago Abascal en la vicepresidencia del Gobierno que los socios. La reacción ha sido más fuerte a un país atrapado por la radicalidad de la derecha que el sorpaso electoral definitivo a Sánchez. Y aunque el camino de esta XV Legislatura es un pandemónium difícil y tortuoso, la idea de que la “democracia encontrará la fórmula para gobernar” es más constructiva que el resumen postelectoral de Esperanza Aguirre: “No hemos descalificado lo suficiente” a “terroristas, independentistas, comunistas y todos los enemigos de España”.

Los resultados del 23-J son una enmienda a los marcos que ha construido la derecha en los últimos cuatro años. El antisanchismo, lo que quiera que signifique, tiene un millón de votos y dos escaños más. El "gobierno Frankenstein" no es otra cosa que el sistema parlamentario. La “coalición de perdedores”, más de lo mismo. El "gobernar a cualquier precio" tan repetido, también. Y la peligrosidad de la que se acusaba a Pedro Sánchez por pactar con nacionalistas e independentistas —incluido el paquete de indultos, sedición y malversación— no ha tenido el castigo pronosticado. 

No saber leer el momento político, confiarlo todo a una imposible digestión de la ultraderecha por parte de una sociedad plural, ha llevado a Feijóo a escuchar ese "Ayuso, Ayuso" en el balcón de Génova

Dice Feijóo que los españoles no pueden quedarse atrapados, ni balcanizados. Es el PP el que está atrapado y balcanizado en Vox. Radicalidad es quedarte solo con la ultraderecha en el cuadrilátero parlamentario, por más que subas 47 escaños. Lo radical es que nadie quiera sentarse contigo y no lo veas. Que seas el más votado y al buscar la suma con otros grupos, el PNV anuncie que ni se va a sentar. Mientras Feijóo creía dirigirse hacia la Moncloa, lo que hacía era traspasar “las líneas rojas” que lo harían imposible por su “blanqueamiento de Vox”, según el PNV. O que otro socio natural, Coalición Canaria, en boca de Ana Oramas, diga que “no hay ninguna posibilidad de que Feijóo sea presidente” y califique el intento de “fantasma”. 

El PP ha perdido las elecciones en la medida en la que era consciente de su soledad y la necesidad de irse a la mayoría suficiente para poder gobernar. El bipartidismo ha salido reforzado, pero en un contexto de bloques ideológicos diferenciados, el 23-J, como ocurrió en 2019, deja un fraccionamiento que obliga al diálogo. Con un resultado de prácticamente empate, gana quien tiene mayor capacidad de garantizar y articular la gobernabilidad.

El 23-J debería desterrar la narrativa polarizante de la derecha. Apelar al chantaje en la búsqueda de apoyos independentistas es encerrar el debate en la antipolítica. El apoyo de Junts y buscar una salida política a Puigdemont ni es fácil, ni está garantizado que se consiga. Al tiempo, la necesidad es la virtud. La suma de la izquierda es precaria, pero forma parte de la política abrir esa conversación. No sólo la de Pedro Sánchez. La política son los esfuerzos para buscar soluciones. Abrir debates parlamentarios para que las opciones sean lo más consensuadas posibles. Si no funciona, si abocados a ese posible fracaso hay repetición electoral, será frustrante, pero más constructivo que seguir delegando la política a la vía penal. 

Hace cinco años vimos la defunción política de Mariano Rajoy a la salida de un restaurante durante la moción de censura. Vimos la caída de Pablo Casado en directo en una rueda de prensa de Isabel Díaz Ayuso. El PP no se equivocó en la gestión de las expectativas, se equivocó con Vox. No saber leer el momento político, confiarlo todo a una imposible digestión de la ultraderecha por parte de una sociedad plural, ha llevado a Feijóo a escuchar ese "Ayuso, Ayuso" en el balcón de Génova. El presidente del PP quiere activar con una investidura fantasma el contador de la posible coalición de Sánchez. Ese contador, al grito de ese "Ayuso, Ayuso", también es el suyo.