No es cierto que en este momento una repetición electoral "no convenga a nadie". Proyectar encuestas del CEO y esgrimir las crisis internas de ERC pueden ser innegables retratos de la situación actual, del clima electoral actual, pero ocultan la segunda parte de la información: y es que, cuando te mueves, las circunstancias cambian. Dicho de otro modo, existe otro hecho innegable: si ERC rechaza un pacto humillante con el PSOE, decide enviar a Illa a la oposición o fuerza una repetición electoral, desde ese mismo instante los barómetros y termómetros y pluviómetros comienzan a ir de culo para intentar actualizar sus datos: pintar la realidad como algo inevitable, como una foto fija, es tan engañoso como creer que todo cambiará solo porque queramos. Pero, por tanto, no se dejen engañar: si se alcanza un pacto de investidura con Illa no será porque no exista otra opción posible, o porque haya que agarrarse a lo que buenamente se pueda obtener, sino exclusivamente por una cuestión llamada voluntad. La misma voluntad que, en cualquier caso, sería necesaria para no investirle. Punto.
Los rumores sobre el estado de ánimo de las bases no son solo rumores: hay que entender que les cueste asimilar un nuevo acuerdo humillante, sobre todo con la perspectiva de un retorno de Puigdemont y con la de una imposibilidad de obtener ninguna mejora sin el visto bueno (obligatorio aritméticamente) de Junts en el Congreso de los Diputados. Todo esto son cálculos a corto plazo, claro, mientras el independentismo parlamentario es todavía incapaz de explicarnos cuál es el programa de la unidad. Todo el mundo sabe, todo el mundo intuye, que el retorno a una unidad de acción es un paso imprescindible para que el independentismo vuelva a ser una opción creíble y estimulante: pero todo el mundo sabe, y todo el mundo intuye, que esto tampoco es suficiente. Solo es uno de los ingredientes que hacen falta en un cambio de etapa que exige mucha más claridad en los planteamientos. Sabemos más lo que no va a pasar (una vía unilateral a corto plazo) que lo que va a pasar (una vaga estrategia negociadora, a la espera de reanudar las conversaciones en Ginebra) y esto crea el desánimo atmosférico ideal para hacer irrumpir el supuesto mal menor del socialismo en la gobernabilidad del país. No, no es que los socialistas tengan un proyecto muy claro tampoco: de hecho, es el partido que tiene un proyecto más difuso y mediocre para Catalunya. Pero, desde los despachos, acaba consiguiendo imponerse por incomparecencia de los demás y con una legitimidad electoral más que dudosa (en Barcelona por los pactos contra naturaleza, en Catalunya por la incapacidad de ofrecer gran cosa sin el visto bueno de Extremadura o de Aragón). ¿Quieren saber cómo se lo ha hecho el PSC para convertirse en un partido tan fortalecido en Cataunya? Pues bien: de sus horas más bajas, en torno a 2017, hicieron una férrea voluntad de no moverse de lo que son. Son grises, difusos, tramposos, poco fiables, inconcretos... pero siguieron siendo todo esto, contra atmósferas desfavorables, y un día esa fidelidad, llena de cinismo y de prácticas despóticas (ciertamente), permitió a sus electores (y también a los de Ciudadanos) encontrar un añorado refugio electoral.
Si se alcanza un pacto de investidura con Illa no será porque no exista otra opción posible
El independentismo necesita que alguien le reconozca. No tanto arrasar en las urnas, que eso ya llegará, como ser reconocible y sobre todo eficaz. Lo que sabemos es que, con un tablero de juego envenenado y estancado, es difícil que de esta imagen. Y sabemos que a veces, en estos casos, funciona sacudir el tablero o incluso hacerle saltar por los aires. Sabemos que, bajo esta sumisión absoluta a las voluntades del PSOE, nunca se ha logrado nada sustancial a favor de Catalunya más allá de las reformas legales para indultar o amnistiar a los encausados por el procés. Representa que la mesa de Ginebra debe servir, ahora, para hablar de la resolución del conflicto y esto significa explorar tanto la viabilidad del reconocimiento nacional de Catalunya dentro del estado, como las condiciones para un hipotético reconocimiento de su derecho a la autodeterminación. No se extrañen si las encuestas o barómetros van abajo, si estos aspectos quedan aparcados en favor de simples negociaciones competenciales. Como decía, la voluntad cambia cualquier encuesta y solo hace falta que los partidos independentistas, empezando por ERC, que es quien tiene la llave de la gobernabilidad en Catalunya, decidan si poner a Illa de president puede ser una decisión inteligente y productiva o bien si, por el contrario, dejarle con las ganas puede agitar no solo el tablero, sino, además, el ánimo y el orgullo de los posibles votantes. Las cosas no pasan siempre cuando quieres, solo por quererlas... pero a veces quererlas de verdad es el paso imprescindible para que acaben pasando.