El mejor bar de copas cuando empezábamos a salir de noche los de mi generación en Girona se llamaba Isaac el Cec. Pero lo cerraron en 1987 y fruto de operaciones públicas felices ahora no es una ruina, sino el Museo de los Judíos. Gracias a buenas manos se ha convertido en una meta de peregrinación de todo el mundo que tenga un mínimo interés por el judaísmo. Se hace difícil, para los gerundenses, escribir sobre nuestra ciudad sin caer en exageraciones que son tildadas de supremacistas y satisfechas, pero sería fallar a la verdad negar a la belleza y la fuerza de la Judería de Girona, y en especial de este lugar. Era, y es, precioso. Es en este patio donde por primera vez noté la severidad de normas judías, cuando entrevisté al Gran Rabino de Jerusalén y no me dio la mano cuando nos saludamos, porque no me podía tocar. La traductora muy amablemente me hizo saber que el rabino no me daba la mano porque no sabía si era una mujer casada o no, y me golpeó aquel gesto. Me explicó que según el Levítico, y siempre siguiendo una interpretación ortodoxa de los hechos, se veía en este gesto -dar la mano a una desconocida- un precursor sensual previo a un posible acto sexual. Me hizo pensar, en plena juventud, como aquel hombre que destilaba mucha autoridad no podía acercar la mano en un gesto que nos habría parecido de simple cordialidad y educación. Y de allí nació mi interés por el valor del tacto a las religiones, un tema complejo que siempre más me ha llamado la atención.
Ahora, aquel maravilloso patio forma parte de un museo en que los organizadores puntualizan que lo que se exhibe no es una gran colección de piezas sobre judaísmo, sino más bien una exhibición de objetos que relatan la vida en la Girona medieval desde el punto de vista de una comunidad que no se puede separar de la vida de la ciudad. Se puede ver, por ejemplo, un contrato matrimonial de 1377 o fragmentos de libros de medicina del siglo XIV.
El Museo no solo te acerca a la vida de la comunidad judía sino que te informa sobre el uso de la lengua. En la Edad Media, en Girona se hablaba catalán y por lo tanto también la comunidad judía la utilizaba. Aprendían el hebreo para la plegaria y las comunicaciones escritas, ya fueran litúrgicas u oficiales. Escribían en aljamiado -caracteres hebreos y palabras catalanas. En la web del Archivo Histórico de Girona se pueden observar algunos de estos documentos, todavía.
El nombre del mítico bar ahora espacio de visita es Isaac el Cec (Isaac el Ciego), que fue un médico, rabino y escritor nacido en Posquières, en Francia, en 1160. Su nombre era Sagi Nagor, y fue uno de los difusores de la Cábala en Girona. Aunque Girona ha pasado a la historia gracias al intelectual Mossé Ben Nahman, que nació en Girona y murió en Tierra Santa, a Isaac el Ciego no lo podemos olvidar. Él también consiguió que la ciudad fuera conocida con el nombre de Ciudad Madre de Israel. Las bibliotecas de Girona han organizado este verano un club de lectura para acercar esta figura, la del médico ciego Isaac, y su hija Raquel, a los ciudadanos.
Desde hace un año, existe la Asociación Amigos de las Juderías de Catalunya, que no viven de nostalgias sino de pragmatismo, y defienden que el judaísmo también vertebra nuestra sociedad: "Tenemos mucho más de lo que conocemos, producimos vinos kosher catalanes, aceites e incluso chocolate, tenemos empresarios emprendedores, artistas, comunidades de diferentes tendencias... y todo, a menudo nos pasa desapercibido". Sí, el legado del judaísmo todavía pasa desapercibido porque el relato de nuestra historia cae en la tentación de renegar del pasado que no interesa mostrar. El judaísmo es parte inextricable de Catalunya, y no solo por los Isaacs els Cecs, sino por los judíos de ahora, que viven allí, trabajan, y mueren. No reconocerlo es no saber quiénes somos.